"La rumba por sí sola no quita el hambre" en el Callejón de las Tradiciones de Matanzas

Matanzas

Los murales comparten espacio con puertas carcomidas y paredes que requieren más que una capa de pintura

Ni el arco de entrada ni la plataforma para presentaciones han logrado devolverle al barrio el buen vivir prometido.
Ni el arco de entrada ni la plataforma para presentaciones han logrado devolverle al barrio el buen vivir prometido. / 14ymedio
Julio César Contreras

20 de diciembre 2025 - 15:13

Matanzas/Cuando la música se apaga, cuando los turistas se marchan y los funcionarios guardan sus discursos en las gavetas, el Callejón de las Tradiciones vuelve a ser lo que siempre ha sido para sus habitantes de Pueblo Nuevo, en Matanzas: un sitio donde la supervivencia empieza justo donde termina la estadística cultural. Los murales cargados de colores y símbolos afrocubanos apenas logran disimular la pobreza que se esconde detrás de las fachadas, levantadas –muchas de ellas– en el siglo XIX y en un estado ruinoso.

"Por fuera está llena de grafitis, pero cualquier día de estos me cae el techo encima", dice a 14ymedio una vecina sentada a la entrada de su casa, en la misma escalera donde en otro tiempo posaron artistas aficionados para las fotos oficiales. La mujer prefiere no decir su nombre. Quizá por miedo, quizá porque está cansada de hablar sin que la escuchen. "Duele ver cómo los dirigentes llegan, me ponen la mano en el hombro y después se esconden en sus oficinas para no atenderme".

El callejón, ubicado entre las calles San Juan Bautista y San Francisco, muy cerca de la antigua línea del ferrocarril matancero, fue creciendo como un espacio comunitario desde 2009, cuando el proyecto AfroAtenas decidió "rescatar" la zona. La prensa oficial lo presentó entonces como un corredor cultural inspirado en la diversidad, un homenaje a la rumba, a las máscaras, a las deidades. Pero basta detenerse frente a los muros para notar que la pintura se desconcha, que la humedad trepa nuevamente sobre los colores y que la vida cotidiana se filtra por las grietas.

Todo está diseñado para guardar las apariencias", señala una señora.
Todo está diseñado para guardar las apariencias", señala una señora. / 14ymedio

"En aquel momento limpiaron el basurero y pintaron las fachadas. Pero las paredes siguen pudriéndose. Todo está diseñado para guardar las apariencias", señala la señora, que enciende cada noche una vela a su santo para que interceda por los materiales de construcción que le prometieron hace dos años. En la misma cuadra, otro vecino espera un subsidio para reparar las tuberías de su casa. "A cada rato hacemos colecta para que venga una pipa con agua", explica ella. El agua llega, curiosamente, cuando hay visitas oficiales o eventos culturales. "Cuando anuncian la visita de alguien importante, enseguida empieza a entrar. Eso dura lo que dura el show".

Un niño está sentado en la entrada de su casa, concentrado en un teléfono móvil, a poca distancia del mural que se desmorona; un hombre mayor dormita en un banco de cemento decorado con figuras mitológicas; una señora arrastra una silla de mimbre sobre el pavimento irregular, frente a una fachada donde un texto promete "Casa de las Bendiciones", aunque dentro las goteras, cuando llueve, mantienen en jaque a la familia.

Según recogen las crónicas históricas del propio barrio, publicadas hace algunos años en la prensa local, el Callejón de las Tradiciones fue alguna vez un centro de intercambio cultural espontáneo, donde la rumba y los bailes populares surgían sin micrófonos ni agendas institucionales. Los vecinos recuerdan aún el batey improvisado, las reuniones religiosas, las fiestas que duraban hasta el amanecer. Hoy, ese espíritu convive con una precariedad acentuada y con la necesidad de las instituciones estatales de exhibir "impacto comunitario".

"Dicen que quieren rescatar tradiciones, pero ¿por qué no traen una brigada de la construcción para reparar las casas?"
"Dicen que quieren rescatar tradiciones, pero ¿por qué no traen una brigada de la construcción para reparar las casas?" / 14ymedio

Ni el arco de entrada ni la plataforma para presentaciones han logrado devolverle al barrio el buen vivir prometido. Un cartel anuncia el concierto de un cantante matancero, varias veces cancelado por los apagones. "Lo que nadie dice es que este barrio era considerado conflictivo", afirma un hombre que se rehúsa a tocar el tambor con personas no iniciadas en la religión yoruba. "Así que la solución que encontraron fue ponernos esta vigilancia cultural".

A su lado, los murales de ojos gigantes, manos estampadas y criaturas simbólicas comparten espacio con puertas carcomidas, ventanas rotas y paredes que requieren más que una capa de pintura. En el entorno inmediato, no es raro encontrar a un vecino vendiendo ron, cigarros o jabón para completar la comida del día. La economía doméstica se improvisa con lo que se tiene a mano, con lo que aparece.

"Dicen que quieren rescatar tradiciones, pero ¿por qué no traen una brigada de la construcción para reparar las casas?", pregunta uno de los residentes más respetados de la zona. Para él, existen dos realidades: la que se muestra al visitante que viene a consumir el producto cultural y la de quienes viven con pensiones mínimas, con colchones sustituidos por sacos y con techos a punto de colapsar. "La rumba por sí sola no quita el hambre".

El Callejón de las Tradiciones, pese al muñecón de bienvenida y las esculturas metálicas, no ha dejado de ser un barrio obligado a "inventarse cada día", según confirma un vecino que enseña a los niños del barrio los fundamentos de la cultura abakuá. La verdadera tradición –la de resistir, la de sobrevivir– ocurre detrás de los muros, allí donde la pintura se cae y los funcionarios ya no llegan.

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