Una ruta de microbús en busca de pasajeros

La noticia de la recién inaugurada Ruta 15 no parece haber llegado aún a los habitantes de la capital

Piquera de nuevos microbuses de la calle 5taB entre 164 y 164A, en Alamar, municipio de La Habana del Este. (14ymedio)
Piquera de nuevos microbuses de la calle 5taB entre 164 y 164A, en Alamar, municipio de La Habana del Este. (14ymedio)
Luz Escobar

24 de enero 2019 - 11:49

La Habana/"Dale, sube que nos vamos..." Así se dirige el conductor del microbús al único cliente que en la mañana de este martes está en la piquera de las calles 1ª y 70 en La Habana. La noticia de la recién inaugurada Ruta 15 no parece haber llegado aún a los habitantes de la capital, donde moverse de un punto a otro ha sido por décadas un dolor de cabeza.

Impecables, con los asientos sin una marca de suciedad, las nuevas guagüitas, llegadas de Rusia, son la última apuesta del Gobierno en sus intentos de sacar a los transportistas privados de las calles habaneras. En el feudo de los almendrones y los pisicorres (camionetas adaptadas para transportar pasajeros) estos vehículos de 12 plazas llaman la atención y provocan más de un vaticinio.

La mayoría pregunta en voz alta cuánto tiempo durará este nuevo experimento: "Vamos a ver en seis meses como están"

En el recorrido, que empieza en Playa y termina en Alamar pasando por la Avenida Carlos III y la Monumental, unos pocos pasajeros se suben. La mayoría pregunta en voz alta cuánto tiempo durará este nuevo experimento: "Vamos a ver en seis meses como están", es la frase más repetida por los incrédulos clientes.

En la piquera del municipio Playa, solo una pequeña caseta con la información de los recorridos delataba el inicio de la "operación microbús" como algunos bromistas han apodado a las nuevas rutas. Con solo un pasajero, el chofer arranca ante la mirada curiosa de los transeúntes.

El pasajero, algo atónito por viajar tan holgado dentro del vehículo, dedica parte del trayecto a leer todos los carteles interiores con los detalles de precios por tramos, calles por las que transita el microbús y las paradas que realiza. "Eso es para que todo el mundo sepa lo que tiene que pagar y nadie sea estafado", piensa el cliente mientras una madre y su hijo se suben en una parada.

"Mami huele a nuevo", suelta el niño nada más sentir el aroma a mercancía recién desempaquetada que aún embargaba el microbús. "Vamos a ver a qué huele dentro de unos meses", responde la madre. El escepticismo se convierte en el "pasajero de piedra" en la mayor parte del recorrido, como si los los clientes prefirieran optar por no ilusionarse demasiado.

Fabricados por la empresa rusa GAZ, los vehículos dan servicio entre las 6:30 am hasta las 10:00 pm y comparten piqueras con los almendrones cuyos propietarios, unos pocos conductores por cuenta propia, se han decidido a aceptar las nuevas reglas del juego.

En diciembre pasado el oficialismo aprobó un paquete de medidas para regular el trabajo de los transportistas privados. Entre las nuevas medidas está la obligación de afiliarse a piqueras, transitar por determinadas rutas y comprar el combustible con una tarjeta magnética que permita un mayor control de gastos y consumo.

Las nuevas normas generaron una gran inconformidad entre los boteros, que presionaron a las autoridades con una huelga de varios días. Desde ese momento el flujo de taxis particulares no ha vuelto a estabilizarse y el Gobierno ha mantenido el pulso con ellos importando y poniendo a circular nuevos vehículos estatales.

La confrontación ha puesto en jaque a toda la urbe, donde se desplaza como promedio cada día casi un millón y medio de personas, de las que un millón lo hace en los ómnibus del Estado. Con una evidente disminución de los transportistas privados, los habaneros vivieron un fin de año "donde todo [les] cayó a la misma vez", lamenta este martes la madre con su hijo en el microbús.

"La falta de harina y huevo, la subida de los precios y también los problemas para moverse", detalla la mujer. "Ahora tenemos estos microbuses pero no hay pollo en ningún lado", agrega con un rictus de molestia. "Es como si no pudiéramos tener la felicidad completa, o nos transportamos o comemos".

"Ahora tenemos estos microbuses pero no hay pollo en ningún lado", agrega con un rictus de molestia. "Es como si no pudiéramos tener la felicidad completa, o nos transportamos o comemos"

A la altura de la calle 42, el microbús lleva ya unas seis personas. Una señora con una caja llena de cebollas, dos jovencitos que solo toman fotos del interior para subirlas a Instagram con filtros color sepia y rosa, el pasajero que subió al inicio de la ruta y la madre con el niño, que a esas alturas echa el aliento sobre la ventanilla para dibujar bolitas con el dedo.

Junto al chofer, el conductor se dedica a cobrar el pasaje, que varía en función del tramo por recorrer. "El que haga la ruta completa tiene que pagar 20 pesos", exclama la anciana de las cebollas. "Yo pensé que iba a haber una rebaja de verdad pero los precios siguen muy altos para la gente".

Rota la fascinación del primer momento y la felicidad de viajar en un ómnibus limpio y nuevo, los pasajeros se dedican a desbarrar sobre los precios de la vida.

El chofer intenta aplacar los ánimos diciendo que no se pueden negar las ventajas de los equipos. "Estos carros están acabados de llegar, yo le quité el nailon a estos asientos y ustedes están estrenado esto", comenta el chofer a la altura del Puente Almendares.

Un joven residente en Alamar reconoce que hasta ese momento tenía que tomar tres carros para llegar a casa de su abuela en Playa, pero no cree que pueda ser cliente fijo de los microbuses por el precio

Un joven residente en Alamar reconoce que hasta ese momento tenía que tomar tres carros para llegar a casa de su abuela en Playa, pero no cree que pueda ser cliente fijo de los microbuses porque "todos los días no se puede gastar 20 o 40 pesos en transporte". Se queja también de que la iniciativa todavía no estaba bien organizada y en La Habana del Este había visto una fila de vehículos que salían "uno detrás de otro en lugar de hacerlo escalonadamente para que fuera más eficiente".

Un grito de la señora de las cebollas le interrumpe: "¡Para!", le ordena al chofer. "Me bajo aquí, que veo que sacaron aceite". Con el frenazo, unas pieles de cebolla caen sobre el impecable forro de los asientos, y la puerta se abre para volver a una realidad sin novedades.

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