San Antonio de los Baños celebra el 99 aniversario de Fidel Castro con carteles contra el régimen
Domina la indiferencia, sobre todo entre los jóvenes, y el culto a la personalidad ya no funciona como cemento ideológico
Madrid/Este 13 de agosto, en las calles de San Antonio de los Baños, aparecieron varios carteles en los que podía leerse “Abajo Fidel”, “Martí no es comunismo”, “Patria y Vida” o “Libertad”. No es casual que, en el mismo lugar donde se prendió la chispa que originó el estallido social del 11 de julio de 2021, se reciba así el 99 aniversario de Fidel Castro Ruz.
El Gobierno cubano, consciente de la escasa popularidad de los líderes actuales, ha intentado desempolvar la figura de Castro. En una maniobra calculada, se redujo –al menos por unos días– el déficit de generación eléctrica, garantizando que casi dos tercios de la población quedaran exentos de los habituales apagones. Además, se organizaron acampadas juveniles, presentaciones de libros, exposiciones fotográficas y otras actividades con las que se buscó revivir una admiración que ya no existe más allá de los círculos oficiales.
Lo que abundan son fotomontajes de Castro en situaciones ridículas y comentarios burlones sobre su legado
En Nueva York, un enorme cartel lumínico con la imagen del barbudo adornó una calle céntrica. No fue iniciativa espontánea de emigrados nostálgicos, sino un servicio pagado por The People's Forum, organización dirigida por los activistas procastristas Claudia de la Cruz y Manolo de los Santos. Ya conocidos por sus fotos con el presidente designado Miguel Díaz-Canel, y por campañas de apoyo al equipo de pelota Team Asere, ambos han sido señalados por recibir financiamiento del multimillonario Neville Roy Singham, residente en Shanghái y vinculado al aparato propagandístico chino. La operación, más que un homenaje, se parece a un costoso recordatorio para que en el extranjero no se olvide el relato oficial cubano.
Sin embargo, la celebración no ha suscitado entusiasmo en la Isla. La mayoría de los cubanos reaccionó con sarcasmo en redes sociales, convirtiendo el aniversario en un festival de memes. En vez de lágrimas y reverencias, lo que abundan son fotomontajes de Castro en situaciones ridículas y comentarios burlones sobre su legado.
Ninguno de los grandes medios internacionales dedicó espacio relevante al aniversario
Entre las propias filas del oficialismo se evidenció confusión. Algunos militantes creyeron que se trataba ya del centenario del nacimiento, no del 99 aniversario. El error revela el desconocimiento histórico incluso dentro de la militancia y la sobrecarga de actividades con que el régimen saturó a sus bases. Más de un funcionario sugirió, en voz baja, que se dejara algo para el 2026, cuando realmente se cumpla el quintañón.
Fuera de la Isla, el silencio ha sido el protagonista. Ninguno de los grandes medios internacionales dedicó espacio relevante al aniversario. En países afines como Venezuela y Nicaragua se publicaron notas laudatorias, pero sin mayor resonancia. Incluso, al preguntar a varias inteligencias artificiales por la figura más influyente nacida un 13 de agosto, la respuesta más frecuente fue: Alfred Hitchcock.
La ciudadanía dejó de verlo como el “líder uniformado y amenazante” para percibirlo como un anciano frágil, mal vestido y obsesionado con la moringa
La propia trayectoria política reciente de la Isla ayuda a explicar el desinterés. Durante el período en que Raúl Castro tomó las riendas, el raulismo se esforzó en apartar el fidelismo ortodoxo, apostando por una imagen de mayor pragmatismo. El deshielo con Barack Obama y la tímida apertura económica requerían una ruptura simbólica con el discurso intransigente de su hermano mayor. Las Reflexiones que Fidel publicaba en la prensa se volvieron anacrónicas y a menudo incómodas para el nuevo rumbo. La ciudadanía dejó de verlo como el “líder uniformado y amenazante” para percibirlo como un anciano frágil, mal vestido y obsesionado con la moringa.
El resultado fue una sustitución gradual de símbolos, tal vez trazada desde el propio despacho de Raúl. Presentar a Fidel como un abuelo necio y delirante servía para suavizar la transición y para justificar la idea de que el futuro dependía de un cambio de estilo, no de sistema. En contraste, Raúl Castro se ha esforzado por mostrarse mucho más vital –a sus 94 años– que las últimas imágenes que vimos de su demacrado hermano. Y esa notable diferencia entre ambos nonagenarios no es una casualidad para un régimen con tantos filtros comunicativos.
Pero el experimento raulista también naufragó estrepitosamente. La Tarea Ordenamiento, concebida como un ajuste económico decisivo, hundió aún más el poder adquisitivo y la confianza ciudadana. Este fracaso dio nueva vida a sectores fidelistas que habían permanecido en la sombra. Figuras como Iroel Sánchez y otros defensores del marxismo más rígido volvieron a ocupar espacios mediáticos, insistiendo en que la ortodoxia de Fidel era la única vía.
En contraste, Raúl Castro se ha esforzado por mostrarse mucho más vital –a sus 94 años– que las últimas imágenes que vimos de su demacrado hermano
En ese vacío ideológico, Miguel Díaz-Canel se aferró a la consigna de la “continuidad”, pero sin un plan claro ni carisma suficiente para sostenerla. El acceso masivo a internet terminó de erosionar el control informativo. Las autoridades, que por décadas presumieron de “ganar la batalla de las ideas”, admitieron públicamente que la estaban perdiendo.
El intento de utilizar el 99 aniversario como un acto de reafirmación política se ha topado con una realidad que ya no se puede revertir. La figura de Fidel Castro se ha vaciado de contenido para buena parte de la población cubana. Las nuevas generaciones lo conocen más por relatos familiares de carencias y represión que por discursos encendidos sobre soberanía. Para muchos, es el símbolo del inmovilismo, la muela y la causa de los problemas que siguen asfixiando al país.
El aniversario, lejos de fortalecer la narrativa oficial, ha servido para medir la distancia entre el mito y la realidad. El culto a la personalidad que alguna vez funcionó como cemento ideológico ahora se percibe como un lastre. La propaganda no consigue revertir la fatiga acumulada ni la convicción, cada vez más extendida, de que el país necesita un cambio radical.