La sociedad civil y el poder del audiovisual en Cuba

Los cubanos, salvo excepciones, tienen una idea muy particular sobre cada fenómeno del mundo y en especial sobre su propia realidad

Eliécer Ávila

01 de julio 2017 - 16:57

La Habana/La revolución cubana ha sido, por sobre todas las cosas, un enorme consorcio de producción audiovisual con alcance global. Fuera de la Isla, este caudal propagandístico compite con otros productos, pero dentro campea a sus anchas, convence a algunos, confunde a otros y paraliza la voluntad de sectores indispensables para un cambio social.

Por más de medio siglo el oficialismo se ha empleado a fondo en la creación de canciones emblemáticas, dibujos animados con fuerte carga ideológica; novelas, aventuras y series que difundan su versión de la historia, además de noticieros y libros encaminados a mantener el statu quo.

Esa maquinaria audiovisual está tan metida en la cotidianidad que algunos apenas se dan cuenta de su presencia, pero para un recién llegado salta a la vista.

Hace algún un tiempo un periodista peruano que no había estado en Cuba, insistía en indagar por qué los cubanos siguen viviendo bajo un régimen totalitario cuando toda América Latina es democrática.

Por más de medio siglo el oficialismo se ha empleado a fondo en la creación de canciones emblemáticas, dibujos animados con fuerte carga ideológica; novelas, aventuras y series que difundan su versión de la historia

Ninguna explicación le resultó suficiente, pero el reportero viajó a la Isla para informar sobre las recién inauguradas relaciones entre Washington y La Habana. Durante su estancia pudo ver la televisión, escuchar la radio, leer los periódicos y hablar con la gente… Después de tres días llamó a un amigo para decirle -medio asustado- que ya entendía lo que ocurría.

Los cubanos, salvo excepciones, tienen una idea muy particular sobre cada fenómeno del mundo y en especial sobre su propia realidad, según comprendió aquel periodista. Al cuestionar sobre la fuente de sus “certezas”, los nacionales citan invariablemente al diario oficial Granma, al noticiero estelar de televisión y a la cadena TeleSur.

El asombrado visitante escuchó en la calle que “las FARC son un grupo de revolucionarios que luchan por la justicia social”. Mientras otros se sienten aliviados porque “existe un líder como Vladimir Putin que frena los desmanes del imperio yanqui” o aseveran que hoy en día “la mayoría de los rusos piden el regreso del comunismo”.

En su tiempo en la Isla, el reportero oyó a gente asegurar que “ISIS es un invento de los Estados Unidos para alentar el conflicto en el mundo árabe y quedarse con sus recursos petroleros”, mientras que en Latinoamérica “los niños mueren de hambre, sin derecho a la salud y la educación”.

El hombre no salía de su sorpresa cuando un nacional le juró que “Internet es un arma de los EE UU para espiar a quienes no se subordinen a sus designios”, que la Isla es “más democrática que los EE UU y que Europa” o que “los activistas de Derechos Humanos solo quieren irse del país”.

Aunque las nuevas tecnologías han contribuido a quitarle rigidez a la mentalidad nacional y han diversificado las opiniones sobre muchos temas, subestimar la influencia del aparato propagandístico del Partido Comunista es pisar terreno falso

Aunque las nuevas tecnologías han contribuido a quitarle rigidez a la mentalidad nacional y han diversificado las opiniones sobre muchos temas, subestimar la influencia del aparato propagandístico del Partido Comunista es pisar terreno falso.

Los medios oficiales siguen teniendo el monopolio del alcance, la cantidad, inmediatez y profundidad de la información, lo cual es clave a la hora de entender el inmovilismo cívico que vive el país.

Un ejemplo de esto es la recién concluida transmisión de la última joya de la televisión nacional, la serie La otra guerra, una aventura dedicada a la “lucha contra bandidos” en el Escambray. La producción logró una amplia audiencia y a partir de ella muchos lloraron, reflexionaron y sacaron conclusiones “aplicables a estos tiempos”.

Cada capítulo, protagonizado por excelentes actores de varias generaciones, describió los desmanes de la “contrarrevolución apoyada por EE UU” y al mismo tiempo destacó los valores de patriotismo, heroicidad y compromiso de la Seguridad del Estado y demás fuerzas del Gobierno.

En su conjunto, el material estuvo plagado de omisiones, manipulaciones y tergiversaciones de hechos y personajes. Obvió que en esa época se cometieron excesos de todas partes y que se alzaron no solo los “batistianos”, sino también rebeldes que hicieron la Revolución y luego vieron cómo se torcía su camino.

Sin embargo, apenas hay audiovisuales disponibles, y de buena factura artística, que contradigan con eficacia esta versión.

Mientras desde el exilio se gastan millones de dólares al año que se disuelven por enredados caminos burocráticos, no se ha impulsado la creación de una industria fílmica que desmantele la hegemonía totalitaria en la difusión de contenido al interior de la Isla

Mientras desde el exilio se gastan millones de dólares al año que se disuelven por enredados caminos burocráticos, no se ha impulsado la creación de una industria fílmica que desmantele la hegemonía totalitaria en la difusión de contenido al interior de la Isla.

Esta situación no deja de ser paradójica, si se tiene en cuenta que en la diáspora se encuentra la inmensa mayoría de los mejores creadores, músicos, actores, guionistas, historiadores y técnicos relacionados con el cine, la televisión y la producción audiovisual.

Muchos donantes privados o institucionales que quieren contribuir a la causa cubana aún subestiman el poder de los medios y prefieren apostar por otros métodos. Olvidan que los propios jerarcas soviéticos culparon en su momento a Hollywood y a Walt Disney de la debacle que sufrió el sistema.

La idea de la libertad de Cuba necesita una narrativa moderna, con medios que amplifiquen su alcance y transmitan valores democráticos. Durante más de cinco décadas la Plaza de la Revolución ha echado mano de los medios de difusión para imponer su versión de la historia. Por eso es tan importante que la ciudadanía cuente con un contenido audiovisual que mezcle calidad y veracidad.

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