Las Vegas, donde los turistas buscan el inframundo habanero

Cada 'cazadora' tiene su terreno y el respeto se gana a sangre y golpe de 'galleta'

Los turistas –que ya conocen el santo y seña, y a veces hasta el contacto de los gigolós– se mezclan con los jóvenes cubanos, que se ponen su mejor camisa para sumergirse en Las Vegas
Los turistas –que ya conocen el santo y seña, y a veces hasta el contacto de los gigolós– se mezclan con los jóvenes cubanos, que se ponen su mejor camisa para sumergirse en Las Vegas / 14ymedio
Pedro Espinosa

12 de marzo 2024 - 22:31

La Habana/Medianoche del sábado en La Habana. La clientela del cabaré Las Vegas, ubicado en la calle Infanta, fuma y conversa en el umbral bajo dos carteles fosforescentes. Anuncian a Adriana Brawns, una transformista capaz de ofrecer un “show único” y a Doña Margot, “la dueña de la palabra”. Amparado por la poca luz, un joven jinetero intenta cerrar el negocio con un turista: si logra sacarle veinte dólares, la cacería tendrá final feliz. 

“Todos van a Las Vegas porque es muy barato”, explica a 14ymedio Yaser, que fue empleado del centro nocturno hasta hace pocos meses. No hay un ambiente más favorable para la prostitución masculina en toda la capital. Su regla de oro es similar a la de la remota ciudad de los casinos: lo que pasa en Las Vegas, allí se queda. 

Casi todo el que recala en ese cabaré sabe dónde se mete. Los turistas –que ya conocen el santo y seña, y a veces hasta el contacto de los gigolós– se mezclan con los jóvenes cubanos, que se ponen su mejor camisa para sumergirse en Las Vegas. Si la noche sale bien, dice Yaser, los 300 pesos que hay que pagar por entrar no serán en vano para ninguna de las dos partes.

El inframundo habanero también tiene su lenguaje “alto y claro”, sin sutilezas. Tener sexo es 'quimbar' o 'dar mandarria'

El lugar es rudo. Cada cazadora tiene su terreno –dependiendo de lo que busca el cliente– y el respeto se gana a sangre y golpe de galleta. El inframundo habanero también tiene su lenguaje “alto y claro”, sin sutilezas. Tener sexo es quimbar o dar mandarria. El policía es casi siempre un bugarrón, aunque finja que es un tigre. Para hacerse entender “por las malas” hay que gesticular, gritar y dar palmadas. Pelear es ripearse

Lo sabe bien un travesti que, en el fragor de una discusión en las inmediaciones de Las Vegas, le espetó a otro que cobraba hasta 15.000 pesos por cada turista con el que se acostaba. El video del enfrentamiento, divulgado en X por el influencer Yanko Mesa, mostraba cuán áspera puede llegar a volverse la noche en la calle Infanta. La solución: uno de los dos tenía que exiliarse de Centro Habana y operar en otra zona. 

Lo normal, explica Yaser, es que el costo sea mucho más bajo: 20 dólares es el “precio tope”. El campo de acción de quienes van a Las Vegas se extiende a La Potajera, un parque en 25 y O que sirve de base a quienes ejercen la prostitución. Yaser recuerda que una vez llevó a un amigo peruano al cabaré. Le encantó el ambiente, cuenta, aunque fuera “un antro”.

El campo de acción de quienes van a Las Vegas se extiende a La Potajera, un parque en 25 y O que sirve de base a quienes ejercen la prostitución
El campo de acción de quienes van a Las Vegas se extiende a La Potajera, un parque en 25 y O que sirve de base a quienes ejercen la prostitución / 14ymedio

“Bailan strippers semidesnudos, hay shows de transformistas, la gente consume drogas, se mete a quimbar en los baños”, enumera. A los extranjeros “les gusta eso: el bajo mundo”, asegura Yaser. “En sus países, muchos extranjeros no pueden ir a estos lugares porque son figuras reconocidas, tienen negocios, y les da miedo que los reconozcan. Aquí son baratos y se sienten libres. Se van a alguna casa y forman hasta orgías. Eso les da morbo y los excita”. 

Eso sí, el extranjero suele ir al cabaré con preservativos que trae de sus propios países. A nadie se le ocurriría confiar en lo que tenga a mano la cazadora. Los hay que ni siquiera usan condón, asegura Yaser, y argumentan que toman “una pastilla con la que no contraen el VIH” (las llamadas PrEP, que reducen las probabilidades de contraer el virus, pero no las eliminan completamente). 

A cada rato, frente a Las Vegas pasa con parsimonia una patrulla de Policía. Pero tienen límites, insiste Yaser: “Esto aquí está medio amparado por Mariela Castro”. Intervienen si hay una pelea, pero los travestis que se prostituyen sienten “una especie de protección”, y alegan –invocando siempre a la hija de Raúl Castro y directora del Centro Nacional de Educación Sexual– que sufren “acoso”.

En Las Vegas, el Café Cantante del Teatro Nacional o el XY –el otro bar emblemático para la prostitución masculina– también las artistas transformistas tienen su clientela "especial"
En Las Vegas, el Café Cantante del Teatro Nacional o el XY –el otro bar emblemático para la prostitución masculina– también las artistas transformistas tienen su clientela "especial" / 14ymedio

“Unos policías cobran dinero por dejar tranquilos a los travestis y otros quieren sexo”, dice Yaser. Los oficiales tienen la peor fama posible en el gremio: por el día “se hacen los más tigres”; por la noche “van a buscar a sus pájaros al Malecón”. 

En Centro Habana y La Habana Vieja prevalece la prostitución masculina y transexual; en barrios más caros, como Playa y Miramar –donde viven las familias de la cúpula dirigente–, la femenina, más cara y a quienes muchos atribuyen lazos con el régimen. En La Rampa, en El Vedado, todavía se recuerda el club El Carabalí –hoy cerrado– cuyo nombre de guerra era “el círculo del infierno”. En su segundo sótano, a medio construir y en completa oscuridad, explica Yaser, podía pasar cualquier cosa. “Eso siempre ha sido así en La Habana”. 

En Las Vegas, el Café Cantante del Teatro Nacional o el XY –el otro bar emblemático para la prostitución masculina– también las artistas transformistas tienen su clientela “especial”. La diferencia, concluye Yaser, es que “ellas se buscan clientes fijos”. Son la aristocracia y lo reflejan con nombres pintorescos: Ingrid, Zamira, Whitney o Frida. Las demás, que pululan por la calle Infanta de madrugada, saben que el oficio también consiste en ir “mirando, cazando”, y muchas veces volver a casa con las manos vacías.

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