El viacrucis de un enfermo de covid en Cuba

Eduardo Lázaro Queija Falcón cuenta a '14ymedio' su experiencia desde que el pasado jueves fue al hospital con fiebre

Eduardo Lázaro Queija Falcón tiene 42 años y perdió la visión de los dos ojos a raíz de una infección. (14ymedio)
Eduardo Lázaro Queija Falcón perdió la visión de los dos ojos a raíz de una infección. (Agustín López Canino)
14ymedio

06 de abril 2021 - 15:46

La Habana/Eduardo Lázaro Queija Falcón tiene 42 años y perdió la visión de los dos ojos a raíz de una infección. Además, padece hipertensión intracraneal y arterial. Actualmente está ingresado en un hospital por coronavirus, desde donde envía una grabación con este testimonio a 14ymedio.

"El pasado jueves por la noche sentí que tenía una fiebre muy alta y mucho dolor en las articulaciones. Como a esa hora no funciona el transporte público y nadie podía llevarme hasta el policlínico de San Miguel del Padrón donde vivo llamé al 106 para que una patrulla me auxiliara pero me respondieron que no podían poner en riesgo a los policías, así que salí caminando solo acompañado de mi bastón.

Allí me hicieron un test rápido que dio positivo y, cuando pregunté qué debía hacer me indicaron que esperara en una salita donde había otros pacientes en la misma situación. Conversando con los que estaban allí supe que algunos llevaban tres días esperando un transporte para ser trasladados a un hospital. Más tarde pude comprobar que más que un problema de transporte lo que pasaba era que había que esperar la disponibilidad de camas. Ese era el cuello de botella que nos retenía allí.

Los que llevaban más tiempo de espera iban a su casa a almorzar y comer y en la noche dormían en sus camas. Me espantó darme cuenta que todas esas personas andaban sueltas deambulando por las calles

Los que llevaban más tiempo de espera iban a su casa a almorzar y comer y en la noche dormían en sus camas. Me espantó darme cuenta que todas esas personas andaban sueltas deambulando por las calles y contagiando a todo el mundo.

A las 12 de la noche ya no quedaba nadie y los trabajadores del policlínico creían que yo me marcharía, pero les dije que no me movería de allí hasta que no me llevaran a donde correspondía.

Allí pasé todo el viernes y todo el sábado sentado en un banco de hierro sin comer y sin dormir y prácticamente sin tomar agua. En ese tiempo llamé a las oficinas del Partido provincial, al puesto de mando nacional de covid y me quejé con las pocas fuerzas que tenía. Cerca de las once de la noche del sábado finalmente me llevaron al Hospital Clínico Quirúrgico del municipio de 10 de Octubre, ese que todos conocen por su antiguo nombre de La Dependiente.

Allí estuve en la parte de afuera hasta poco después de las cuatro de la madrugada, que fue cuando tuve acceso a una sala donde había una cola para ser atendido en Admisión y para que me hicieran la PCR, que confirmó que era positivo. Allí me administraron la primera dosis de interferón. Al rato, llegaron cinco ambulancias y dos guaguas con nuevos pacientes a las que viraron para atrás cuando el médico que estaba de guardia les explicó que el hospital estaba colapsado y que no había ni camas ni siquiera camillas disponibles.

Casi amaneciendo me asignaron la cama 16 en la sala Avelino 1. Aquí no hay un aparato para tomar la presión ni medicamentos para tratar al que la tenga alta o baja. Me administraron la segunda dosis de interferón y dos cápsulas de 500 gramos de una pastillas que le dicen "tabletas". Me explicaron que mi presencia allí era provisional hasta que me ingresen en un centro definitivo, pero que en mi caso había que esperar por una ambulancia. Lo que luego supe que no era cierto.

El domingo fui trasladado en un ómnibus junto a otros pacientes hacia la Universidad de Ciencias informáticas (UCI), donde hay un centro de internamiento para enfermos de covid

El domingo fui trasladado en un ómnibus junto a otros pacientes hacia la Universidad de Ciencias informáticas (UCI), donde hay un centro de internamiento para enfermos de covid. Supe al llegar que en ese lugar no había oftalmólogos ni neurólogos, dos especialidades que requiere mi condición médica.

Allí se repitió la misma escena que se dio en La Dependiente. Los pacientes se presentan ante una especie de comisión que parece más un tribunal para tratar a delincuentes que una sala de admisión de un hospital. Escuché las voces de un señor mayor que esporádicamente decía "aceptado" o "no aceptado" para clasificar a los recién llegados. Los no aceptados serían retornados al lugar de origen.

Estando en la espera de ser interrogado se me acercó un hombre que me susurró al oído "Oye cieguito, trata de no quedarte aquí, que esto está malísimo".

Cuando me tocó el turno en la cola le referí al médico que estaba allí mis enfermedades y la preocupación que tenía de que ese no sería el destino adecuado para mi caso. Su respuesta fue: "Eso no es asunto suyo, déjese de falta de respeto". Cuando insistí ese señor le dijo al que tenía al lado: "A este lo que hay es que llamarle a la policía".

Le expliqué que no le tenía miedo a la policía y de inmediato me levanté, cogí mi bastón y me senté en la guagua que me había conducido hasta la UCI. Parece que se dieron cuenta de que estaba dispuesto a todo con tal de no ser aceptado y me regresaron a la misma sala Avelino de La Dependiente. A la hora que llegué ya habían repartido los alimentos, de manera que me perdí ese turno de comida.

Parece que se dieron cuenta de que estaba dispuesto a todo con tal de no ser aceptado y me regresaron a la misma sala Avelino de La Dependiente

Como la primera noche que había pasado allí, en esta del domingo tampoco se podía dormir por el escándalo y la risotada del personal de salud que allí labora. No se respeta para nada la necesidad de sueño de los pacientes.

Al otro día, lunes, cerca ya del mediodía pregunté si no había merienda y cuándo era el almuerzo, entonces salió un hombre llamado Rolando, que no es ni médico ni enfermero, sino Jefe de Área y de forma agresiva me dijo que no preguntara tanto que a mí ya me habían dado la merienda.

La doctora de la sala, que se llama o le dicen Chaveli, le dio la razón a su colega y pedí hablar con el director del hospital para quejarme. Como estamos encerrados, como en una prisión, mi reclamo cayó en el olvido y nunca se tramitó. Lo único que se me ocurrió fue anunciarles que me declararía en huelga de hambre.

Después de que dejé de comer en la tarde logré hablar con el jefe de Servicios del hospital, que me aseguró que ya se había acordado trasladarme al Hospital Salvador Allende, antigua Quinta Covadonga.

Es casi seguro que allí no pueda usar mi teléfono, así que, por si acaso, decidí dejar este testimonio".

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