Festival Longina, el retorno del trovador

Este miércoles, se inaugura una exposición fotográfica que repasa la historia del evento a partir de sus imágenes de casi dos décadas. (Festival Longina/Facebook)
Este miércoles, se inaugura una exposición fotográfica que repasa la historia del evento a partir de sus imágenes de casi dos décadas. (Festival Longina/Facebook)
José Gabriel Barrenechea

05 de enero 2016 - 19:37

Santa Clara/Este miércoles se inicia en Santa Clara la edición número veinte del Festival de Trova Longina. Para la ocasión se inaugura una exposición fotográfica que repasará la historia del evento a partir de sus imágenes de casi dos décadas. Un buen pretexto para hacer balance de los logros y fracasos de esta cita musical.

En el primer lustro de los años noventa del siglo pasado, el movimiento trovadoresco cubano hacía aguas. La pauperización de la sociedad llevó a la emigración de un considerable número de trovadores. La angustiante necesidad de conseguir algo que llevarse a la boca no dejaba mucho espacio para elevar el espíritu de las nuevas hornadas de aspirantes al género.

En ese especial contexto, la filial villaclareña de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) concibió un festival para promover a la más joven y emergente generación de trovadores. El evento se proponía a su vez rendir homenaje a Manuel Corona, compositor oriundo de Caibarién y una de las más relevantes figuras de la canción cubana en la primera mitad del siglo veinte, autor, entre otros muchos temas, del antológico Longina.

Para la primera edición de la cita musical se escogió el 9 de enero de 1997, día en que se conmemoraba el 47 aniversario de la muerte del juglar. El incuestionable éxito de lo que se llamó pomposamente Encuentro Nacional de Trovadores Longina canta a Corona se debió a la simbiosis que se estableció casi de inmediato entre los dos objetivos que inspiraron su creación.

Por un lado, el Encuentro promovió una eclosión de trovadores y troveros en Santa Clara. En cualquier esquina era común toparse con un muchacho greñudo, macilento y con una guitarra bajo el brazo. A la par, alimentó un cambio en el ideal de la vida trovadoresca en esa generación que arribó a la juventud al tiempo que el mundo socialista se venía abajo.

El evento se proponía rendir homenaje a Manuel Corona, compositor oriundo de Caibarién y una de las más relevantes figuras de la canción cubana en la primera mitad del siglo veinte

Era evidente entre esos jóvenes el regreso al viejo ideal trovadoresco de gente como Corona, Sindo Garay o Pepe Sánchez, quienes poco necesitaban de la comida y sí mucho de la fiesta, el trago y los enredos de faldas. Los nuevos cantautores no abandonaron por completo los temas políticos que caracterizaron a sus predecesores inmediatos, canciones de "trinchera" a lo Silvio y Pablo, sobre todo a lo Santiaguito Feliú.

Los integrantes de la llamada Nueva Trova también habían pachangueado y vivido su bohemia, pero resultaba evidente que el horizonte vital de la nueva hornada de trovadores de los años noventa era algo menos vasto. Como en los tiempos de Corona y Sindo, éste se había reducido a lo más íntimo y concreto.

Los juglares volvieron a los eternos temas que interesan y agobian al hombre de a pie, a esas cuestiones que preocupan al individuo que hace mucho renunció a alcanzar una posición desde la cual cambiar el mundo. De ahí que tantas canciones de aquellos años reflejan un sentimiento sufridor.

La reducción de aspiraciones vitales explica por que los temas de "trinchera" de la nueva generación de cantautores dan la impresión sosa de un producto armado para quedar bien. Como un repertorio pensado para cubrirse las espaldas y no "señalarse", pero que no alcanza nunca a reflejar la alegría y la chispa de las canciones más íntimas.

A diferencia de las generaciones anteriores, los trovadores de los noventas no se sentían entes activos en la epopeya que lideraba Fidel Castro. Rara vez han mentado ese nombre en sus composiciones, en las que se perciben arrastrados en una tragedia nacional. Un drama en el que no se les ha dado ninguna oportunidad para cambiar el rumbo inexorable hacia el desastre.

El encuentro entre el nuevo y viejo ideal facilitó la adaptación de la vida trovadoresca a la existencia paupérrima de los años noventa. Hizo renacer aquel espíritu de vida bullanguera de pobres, del que participaron artistas de pequeños espacios alternativos como el propio Manuel Corona. También revalorizó la resignación apolítica de los creadores.

A diferencia de las generaciones anteriores, los trovadores de los noventas no se sentían entes activos en la epopeya que lideraba Fidel Castro

Aquel esplendor no podía subsistir mucho tiempo sobre tan débiles bases. Un género como la trova solo puede sostenerse en la contemporaneidad, sobre la transgresión y el inconformismo abiertos. Sus letras necesitan apoyarse sobre un discurso de cierta profundidad y amplitud de horizontes que cuestione la realidad en que se vive.

No resulta tan inexplicable, entonces, que frente otros géneros, más aptos para expresar los anhelos del hombre barrial de hoy, el movimiento trovero santaclareño perdiera la batalla por el público joven. La ebullición que vivió el género en los noventa ha venido de más a menos en estos casi veinte años. Aquel muchacho trovero que asomaba en cada esquina de Santa Clara resulta ya un fantasma de los viejos tiempos.

Esa ausencia no se notará en las imágenes que componen la exposición fotográfica inaugurada esta semana, con tonos más optimistas a 19 años de comenzar el festival Longina. Sus seguidores aguardan que este año invitados como Yusa o Pedro Luis Ferrer logren reavivar un acontecimiento cultural tan importante para la región villaclareña.

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