La ley de La Habana: la auténtica cara del paraíso turístico cubano

Cada página de 'La isla oculta', de Abraham Jiménez Enoa, fue escrita contra la versión oficial de Cuba

Es importante que un libro así se publique en Europa, donde algunos periódicos aún anuncian a la Isla como el paraíso del comunista nostálgico. (14ymedio)
Es importante que un libro así se publique en Europa, donde algunos periódicos aún anuncian a la Isla como el paraíso del comunista nostálgico. (14ymedio)
Xavier Carbonell

15 de marzo 2023 - 19:38

Salamanca/En la película La vida de los otros, el escritor Georg Dreyman cifra su ruptura con el régimen en un reportaje sobre los suicidios en los países comunistas. Lo escribe en tinta roja, en una máquina clandestina y bajo la vigilancia del agente Wiesler, alias HGW XX/7. Cuando acabé de leer La isla oculta, de Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988), me pareció estar ante el reverso tropical, aunque no menos dramático y opresivo.

El libro no esconde sus cicatrices. Habla de gente nerviosa, hambrienta, que quiere escapar o matarse. Cada página fue escrita contra la versión turística y oficial de Cuba. Es importante que un libro así se publique en Europa, donde algunos periódicos aún anuncian a la Isla como el paraíso del comunista nostálgico, con hoteles baratos, puros y mulatas.

Jiménez Enoa fija su territorio más allá, incluso, de la pobreza "real y maravillosa" de La Habana, invento de las corresponsalías extranjeras. Sus entrevistados, repartidos por cualquier provincia y barrio inseguro, viven de la bolita –juego de apuestas prohibido por Castro–, curan las dolencias con agua, tienen dos religiones ("la yoruba y el fútbol"), construyen casas portátiles y de cartón, y salen a cazar francesas o italianas, "mientras más fea y más gorda mejor, porque son las que necesitan más cariño".

Los textos de Jiménez Enoa tienen una extraña predilección por la ley. Con pausas bien calculadas entre párrafo y párrafo, apunta qué artículo del Código Penal está violando su entrevistado

Hasta la mitad del libro, las crónicas son inocentes. Buscan lo insólito y se abstienen de cruzar la frontera del riesgo político. Es la condición natural del periodista independiente en Cuba: la del apestado en su tribu. A partir de ahí, los asuntos del libro cambian, las voces migran y el idioma –antes múltiple y ambiguo– se convierte en machetazo. Donde antes ponía gobierno, ahora escribe dictadura; si antes hablaba de un jinetero anónimo, luego alude al artista preso Luis Manuel Otero Alcántara o al opositor Ariel Ruiz Urquiola. Interpela directamente al presidente, a los generales, cuenta sus "paseos" por Villa Marista, el cuartel general de la Seguridad del Estado. Ya no tiene nada que perder.

Los textos de Jiménez Enoa tienen una extraña predilección por la ley. Con pausas bien calculadas entre párrafo y párrafo, apunta qué artículo del Código Penal está violando su entrevistado y cómo se las arregla para desafiar a la Policía. Ha leído entre líneas la Constitución, los discursos de Castro e incluso las amenazas de los torturadores. Todo tiene un valor legislativo, autoritario, toda práctica en Cuba es delictiva y si algo la encubre es, nuevamente, el lenguaje: resolver es robar.

El dinero es otra de las obsesiones del libro. Cómo se come y se vive en el país donde los salarios no alcanzan. Un gigoló le da la clave: en la vida real "no hay tarifas, sólo prebendas". Se lucha contra los demás y contra la Historia, como las personas que edificaron sus cuartuchos a la vera de la plaza mortuoria del Che Guevara en Santa Clara, visitada por los turistas y los dirigentes. Es la tensión entre el deseo de vivir y el fantasma de Castro y sus guerrilleros. Pero si no se puede huir del país, todavía queda el escape metafísico: el suicidio.

Cómo se come y se vive en el país donde los salarios no alcanzan. Un gigoló le da la clave: en la vida real "no hay tarifas, sólo prebendas"

Durante la lectura de La isla oculta, hay otra fuerza que pocas veces da la cara y que no puede ser más determinante: el batallón de espías, confidentes, patrulleros, chivatos y simpatizantes del régimen. Uno puede luchar contra ellos hasta cierto punto, pero su mejor cualidad es la insistencia y el talento para destruir la vida personal. En su autorretrato final, Jiménez Enoa ofrece un credo del escapista del tiempo y el espacio: "No es lo mismo salir de Cuba que salir de cualquier otro país por primera vez. Salir de Cuba es caer en el mundo, comprobar que Cuba es una isla secuestrada por un sistema político que ha provocado que el país se encuentre aún en el siglo XX".

Supongo que Jiménez Enoa se hará la misma pregunta que todos los artistas e intelectuales exiliados de Cuba durante los últimos meses. Después del libro-exorcismo, de la crónica-testamento, de la página-frontera, ¿qué viene? Ojalá no pasen muchos años antes de que pueda dedicarle a quien lo vigiló una Sonata para un hombre bueno, como la que Dreyman escribió para HGW XX/7.

El exilio como única salida

A raíz de sus crónicas, Jiménez Enoa fue citado, interrogado, torturado y finalmente regulado, una operación del castrismo que consiste en impedir que el ciudadano salga libremente del país. Escapado finalmente de Cuba, en un entorno tan pacífico como el de Ámsterdam, un agente del régimen acudió a una conferencia suya para espetarle agresivamente, como un fanático, que todo lo que había dicho era mentira.

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Nota de la Redacción: Este artículo fue publicado originalmente en la revista cultural La Lectura, del periódico español El Mundo .

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