El ‘Mayo’ francés regresa a La Habana, sin rebeldía ni entusiasmo

De aquel entusiasmo que provocó el Salón de Mayo en 1967 solo queda el recuerdo

Luz
Entre las piezas que más llama la atención está el mural 'Cuba colectiva', con cincuenta metros cuadrados y fruto de la creación conjunta de un centenar de artistas. (14ymedio)
Luz Escobar

07 de diciembre 2017 - 17:34

La Habana/El arte también envejece, pero al contexto creativo le salen arrugas más rápido. Esta decrepitud salta a la vista en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, que alberga por estos días varias piezas exhibidas en el XXIII Salón de Mayo francés, en julio de 1967.

La Gran Espiral. Cincuenta años del Salón de Mayo exhibe obras que sacudieron la escena plástica hace medio siglo en el Pabellón Cuba de La Habana. La Isla se ubicó entonces en el epicentro creativo mundial y ese entusiasmo desbordante ya apuntaba a que los intelectuales iban camino de fundirse en un abrazo con el poder.

La situación cambió poco después y muchos de aquellos grandes artistas asumieron actitudes distantes o críticas hacia el proceso cubano. El comienzo del tristemente célebre Quinquenio Gris (1971-1976), con el aumento de la censura y la represión contra el sector cultural, puso punto final al idilio y el Gobierno de Fidel Castro dejó claro que el único arte aceptado era el que cantaba loas a la Revolución.

De aquel entusiasmo que provocó el Salón de Mayo solo queda el recuerdo. Este martes por la mañana unos pocos turistas recorrían la sala donde se exponen algunos de los lienzos, instalaciones y murales que hace cinco décadas despertaron expresiones de admiración.

La escueta y repetitiva prohibición de no hacer fotos a las obras de la exposición contrasta con el espíritu libertario del evento

La mayoría había llegado por casualidad ante la muestra, tras visitar otras salas del museo y discurrían rápido ante los cuadros, sin prestar demasiada atención.

En lugar de las risas y las frases de elogio de antaño, esta vez solo se escuchaba como una letanía a la cuidadora del local decir "no foto, no foto", cada vez que algún visitante sacaba su móvil o una cámara para tomar una instantánea. La escueta y repetitiva prohibición contrastaba con el espíritu libertario del evento.

La muestra actual cuenta con piezas claves de autores nacionales como Mariano Rodríguez, Antonia Eiriz, el propio Lam y otros extranjeros como Bernard Rancillac. En la sala se exhiben también algunas ediciones de los Noticieros ICAIC de Santiago Álvarez, a los que el paso del tiempo les hace más marcada la mirada ideológica que primaba por sobre el carácter informativo.

Aquí y allá se detecta el estilo de Eduardo Abela, Mario Gallardo, Fayad Jamis, Raúl Martínez, Wifredo Lam, Amelia Peláez junto al de los caricaturistas Jesús de Armas, Arístides y René de la Nuez. Un largo listado de intelectuales que poco después debieron optar por la institucionalización o el exilio.

El Salón de Mayo nació en París poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial y desde sus inicios estuvo marcado por aires de rebeldía y por su actitud inclusiva a la hora de contar con autores. En sus sucesivas ediciones compartieron espacio desde artistas consagrados hasta jóvenes que comenzaban su carrera.

En 1967 por primera vez parte de la exposición llegó a América Latina, gracias al empuje del pintor Wifredo Lam y su extensa red de relaciones en el mundo artístico parisino. Carlos Franqui, en la Isla, le ayudó organizarlo y la muestra desembarcó en Cuba durante los días del aniversario del asalto al cuartel Moncada.

Aquel evento trajo a la capital cubana una valiosa selección del arte de vanguardia que brillaba en Europa en esos años. Así llegaron al país piezas de Pablo Picasso, Joan Miró, Roberto Matta, Jean Arp, Alexander Calder, René Magritte, César Baldaccini y Victor Vasarely, entre otros.

El contexto internacional era complejo y vibrante. La guerra de Vietnam estalló unos meses antes, Israel se había enfrentado a Egipto, Siria y Jordania en la Guerra de los Seis Días y la banda británica The Beatles acababa de lanzar Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, considerado el álbum más emblemático de su etapa psicodélica.

Mientras tanto, en el interior de la Isla la creación artística vivía también un punto de inflexión. Pocos días después del Salón comenzó el Encuentro de la Canción Protesta en la Casa de las Américas, que daría paso a la Nueva Trova con sus emblemáticas voces de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

Fidel Castro solo devolvió indiferencia a los artistas del Salón de Mayo que le dedicaron tantas obras y firmaron una declaración de apoyo a la Revolución cubana

En octubre de ese mismo año comenzaron las detenciones de un grupo de antiguos militantes del Partido Socialista Popular, incluyendo a su líder Aníbal Escalante, en un proceso de purga que fue conocido como La Microfracción. El año siguiente el poeta Heberto Padilla sería víctima de presiones antes de ser detenido y obligado a un vergonzoso mea culpa, mientras Fidel Castro apoyaba la invasión soviética de Checoslovaquia.

El Salón fue como una llamarada antes de que llegara la oscuridad. Un instante de plácemes en el que nadie podía predecir la tormenta que se avecinaba para las instituciones culturales. Ahora, esa candidez se percibe en los trazos apasionados, los motivos sociales y la permanente exaltación revolucionaria que muestran algunas de la obras expuestas.

Entre las piezas que más llama la atención está el mural Cuba colectiva, con cincuenta metros cuadrados y fruto de la creación conjunta de un centenar de artistas. Encaramados en andamios y en medio de una gran algarabía se les vio rellenar la estructura que ahora se exhibe en una fría y silenciosa sala.

Una zona vacía en el mural estuvo destinada a Fidel Castro, pero nunca la rellenó. Después de que los artistas del Salón de Mayo le dedicaron tantas obras, firmaron una declaración de apoyo a la Revolución cubana y se deshicieron en aplausos tras su largo discurso del 26 de julio en Santiago de Cuba, él solo les devolvió la indiferencia.

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