Nela Arias-Misson, una pintora cubana olvidada

Un proyecto en Miami redime la obra de una habanera que se hizo artista en Nueva York

Nela Arias-Misson era hija de padres asturianos de buena posición y se acostumbró a aparecer en las páginas sociales desde muy joven. (14ymedio)
Nela Arias-Misson era hija de padres asturianos de buena posición y se acostumbró a aparecer en las páginas sociales desde muy joven. (14ymedio)
Ernesto Santana

07 de marzo 2020 - 14:01

Chicago/Un día de julio de 2015, Marcelo Llobell —art connoisseur y gestor cultural— y Flor Mayoral —fotógrafa y doctora en dermatología— comenzaron a recibir mensajes de texto de su amigo Daniel Godoy con fotos de cuadros que les impresionaron mucho. Cuando le preguntaron si eran piezas de un coleccionista de arte, Daniel dijo que estaba en casa de una colega suya de Univisión, Carole Bird.

Las obras eran de la madre de Carole, una olvidada pintora nacida en Cuba, Nela Arias-Misson, que pronto cumpliría cien años. Resultaba imposible encontrar a alguien que supiera de ella y, desgraciadamente, la anciana artista falleció de repente unos días después.

Por fin, en los últimos años, varios especialistas —sobre todo mujeres— han iniciado la ardua labor de poner en el sitio que corresponde a muchas artistas, principalmente del siglo XX. Para empezar, ha quedado claro que las primeras abstracciones fueron pintadas por Hilma af Klint y no por Wassily Kandinsky, como siempre se ha dicho.

Hasta los 80, se hablaba muy poco en la historia del arte sobre ella. O sobre Sonia Delaunay, Löis Mailou Jones, Suzanne Valadon, Dora Maar, Remedios Varo, Leonora Carrington o María Freire. La centenaria pintora cubana Carmen Herrera solo recientemente comenzó a ser reconocida, como su coterránea Zilia Sánchez, ya nonagenaria.

Igual que ellas, Nela Arias-Misson, nacida a inicios de siglo XX, se fue de Cuba en su juventud. Estimulada por el expresionismo abstracto, fue otra de muchas mujeres que brillaron en torno a la mitad de la centuria en un movimiento que atrajo la atención desde París hacia Nueva York, donde estallaba el arte más revolucionario del momento.

Pero ni siquiera las mejores lograron disputar el protagonismo masculino. Lee Krasner, Elaine de Kooning, Perle Fine, Michael West, Joan Mitchell, Mary Abbott, Alice Neel, Judith Godwin, Jay DeFeo y Jennie Haddad, entre tantas, no recibieron la atención que debían, aunque a veces masculinizaran sus nombres o los asexuaran usando solo las iniciales. Y algunas fueron más conocidas por sus maridos famosos que por su propia obra.

Pero peor suerte que ellas corrió la cubana nacida en San Antonio de los Baños, La Habana, en 1915, y bautizada como Manuela Paula Covadonga Josefa Arias García. Nela, como siempre la llamaron, era hija de padres asturianos de buena posición y se acostumbró a aparecer en las páginas sociales desde muy joven. Y a viajar, porque la errancia se convertiría en el signo de su larga existencia.

Si al principio le interesó el piano y desde niña dio algunos recitales públicos, Nela empezó su formación en la plástica de la mano de Armando Maribona, pariente suyo que trabajaba en la Academia San Alejandro y en el Diario de la Marina; pero sería en Nueva York donde su talento y su vocación coincidirían y decidiría dedicarse de lleno a la pintura.

Primero, durante la segunda mitad de los 40, aprendió artes aplicadas y diseño de moda en el Parsons School of Design y en el Traphagen School of Fashion; luego, tomó lecciones con el escultor Leo Lentelli, se matriculó en la Art Students League y, en el verano, iba a Provincetown a estudiar en la escuela de Hans Hofmann, que la consideró una de sus discípulas favoritas.

Fue una época extraordinaria para ella, pues descubrió el expresionismo abstracto, entró en relación con artistas notables como Mark Rothko, Robert Motherwell, Franz Kline, Jennie Haddad, Willem de Kooning, Karel Appel, Walasse Ting, entre otros, y tuvo sus primeras exposiciones. En 1960 ganó un premio de la Asociación Nacional de Mujeres Artistas (NAWA, por su nombre en inglés).

Sin embargo, su inquieto espíritu la llevó a Europa. Vivió en Ibiza, Madrid, Barcelona, y en varias ciudades de Bélgica, donde expuso también, igual que en Reino Unido, Dinamarca, Suiza, Alemania e Italia. Si ya en Nueva York había conocido a Antoni Tapiès, entonces se codeó además con Joan Miró, Pablo Picasso, Joan Brossa, Paul de Vree y otros importantes artistas.

Pero sus relaciones y sus muestras se debieron más a su esposo Alain Arias-Misson que a sus gestiones personales, porque Nela —"No pinto para vivir. Vivo para pintar"— carecía de toda habilidad para el aspecto mercantil del arte y para manejar su carrera con un mínimo de sentido práctico.

Su vida amorosa había sido infeliz. Primero se casó, en 1941, con Willis H. Bird, un retorcido empresario que resultó ser un alto oficial de la inteligencia de Estados Unidos y que, tras la Segunda Guerra Mundial, decidió establecerse en Tailandia. Nela prefirió el divorcio y se quedó en Nueva York con su pequeña hija Carole.

En 1949, contrajo matrimonio con el abogado Sidney Kraft. Aunque a través de él entró en contacto con importantes artistas que pesarían mucho en su carrera y Kraft fue como un padre para Carole, este tampoco resultó para ella un matrimonio dichoso.

Luego, su compromiso con Charles John Washburn en 1957 sería un error de solo un año. Las cosas no parecieron mucho más favorables cuando, en 1958, conoció a Alain Misson, joven poeta más de veinte años menor que ella, quien se enamoró con pasión contra el deseo de su aristocrática familia belga, que lo desheredó.

Se casaron en 1963, en Connecticut, Estados Unidos, uniendo sus apellidos para siempre, aun cuando se separaron más de 30 años después, firmando ambos como Arias-Misson. Alain terminará convertido en célebre representante de la poesía visual y concreta, narrador y artista, mientras Nela tendrá algunos momentos en la escena pública, con varias entrevistas y artículos en la prensa.

Después de varios años en Europa, en 1976, el matrimonio regresó a Estados Unidos para vivir en una bella casa de campo en Nueva Jersey, donde Nela seguirá pintando, donde se reunirán con sus amigos del mundo artístico e intelectual y donde su convivencia con Alain se deteriora de manera insalvable.

Luego de un accidente automovilístico en 1993 que le dañó un brazo, Nela no volvió a pintar más. Dos años después, regresó otra vez a Nueva York, pero en 2002 eligió irse a vivir en Miami —cerca de su hija Carole, aunque sola—, donde falleció en 2015, a seis semanas de cumplir un siglo de vida.

Por voluntad expresa, sus cenizas, como antes las de su madre, fueron enterradas en un cementerio parroquial de Asturias, España, cuna de su familia, donde mismo descansaron poco después las de su única hija, llevadas allá por Marcelo Llobell y Flor Mayoral.

Con la muerte de Carole, el legado de la artista quedó a cargo de la pareja Llobell-Mayoral, quienes desde el primer momento decidieron no solo conservar las piezas y documentos —y téngase en cuenta que la artista lo guardaba todo y su casa era un almacén de su vida—, sino, principalmente, dar a conocer su figura y su obra al público. Un paso en esa dirección fue donar al Smithsonian Institution los principales documentos de la colección que maneja lo que ya se ha constituido como Fundación Nela Arias-Misson.

Para el artista y crítico Aldo Menéndez, más allá del rescate para el mercado, "existe algo de mayor importancia y carácter permanente: estudiar cualquier legado coherente, como el de Nela, pues eso nos permitirá colocar en su justo lugar a una cubana de otro tiempo, operando extraterritorialmente dentro de un contexto cultural diferente".

Menéndez llama a Arias-Misson —con Carmen Herrera y Zilia Sánchez— "tercera cubana entre las longevas mosqueteras neoyorquinas del abstraccionismo", porque, si Herrera hizo aportes al concretismo y Sánchez al minimalismo, a ella "hay que situarla en el expresionismo abstracto como una entidad abierta a investigar esa corriente y a explorar los distintos estilos personales y las posibilidades que la configuraban".

El crítico considera que, con su carácter audaz, "Nela se siente motivada a lo largo de toda su obra por lo referencial, de suerte que, adelantándose, juega sin pudor ni temor, a la par que hoy, el juego posmoderno del reflejo, la apropiación y la cita", compensando "esa propensión a base de idealismo y sensibilidad mística, de percepciones oníricas e íntimas cábalas".

Partiendo de la labor de conservación y promoción de Llobell y Mayoral, varias instituciones —Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, Smithsonian Institution, George Washington University de Washington, y otras— y algunos especialistas, como la española Alicia Vallina, se enfocan hoy en la figura y la obra de Nela Arias-Misson.

De ahora en adelante, quedan por ver los frutos de este trabajo. El público y los estudiosos tendrán la última palabra.

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