Yoel Mesa Falcón, un poeta entre el esplendor y el caos

Yoel Mesa Falcón en una foto de archivo (Neo Club Press)
Yoel Mesa Falcón en una foto de archivo (Neo Club Press)
Claudio Lahaba

13 de junio 2015 - 13:05

El Paso (Texas)/El pasado mes de mayo falleció en México el escritor cubano Yoel Mesa Falcón quien ganó en 1987 el Premio UNEAC de Poesía por su poemario El día pródigo. Nacido en Manzanillo en 1945, el poeta, narrador y ensayista se licenció en Letras Hispánicas por la Universidad de Oriente en 1975. Publicó varios libros: En el cofre de música el mar (1996), Todo el afán (2000) y Fabulaciones (2003). Su novela inédita Extraños en la noche resultó finalista en los concursos “La ciudad y los perros” (2004) y “La Otra Orilla” (2006).

Para recordar a Mesa Falcón, el poeta y también manzanillero Claudio Lahaba ha publicado en el sitio Neo Club Press esta reseña de una amistad en la que compartieron versos, penurias y sueños. Hoy la reproduce 14ymedio en sus páginas, con el consentimiento de su autor:

Yoel Mesa Falcón, un poeta entre el esplendor y el caos

La poesía de los primeros años de la Revolución cubana adoptó como materia poética lo circunstancial, el discurso oficial, lo populista-coloquial y panfletario. Esta desviación de lo esencialmente poético la mantuvo ajena a la elevación del pensamiento creativo y con un bajo nivel de sublimación. El orbe poético sufrió una metamorfosis que dejó a la poesía inválida y desprovista de todo el esplendor del lenguaje que la había distinguido.

Dentro de esos límites de aversión, odio, apatía, euforia y demolición de todo lo que pareciera contrario al establecimiento del sistema socialista o su interpretación, y en medio de la asfixia intelectual engendrada por la fobia y la ceguera político-ideológica de un proceso de cambios que se iniciaba, y que fue por tantos años falsamente sublimado –en medio de todo ese ruido histórico–, surgió la voz poética de Yoel Mesa Falcón (Manzanillo, Cuba, 1945 – México 2015), quien fue un renovador y un defensor de la poesía natural, y uno de los poetas más prolíficos de su generación.

La vida le otorgó a Yoel el don de la palabra en continuo brote. Nunca se afilió ni perteneció a las politizadas escuelas de los conocidos y obsoletos Talleres Literarios, ni a los grupos elitistas de la “secular cofradía” que lejos de ayudar al desarrollo de las capacidades y potencialidades creadoras, desfiguraron su esencia preestableciendo modelos de estilos preconcebidos, lo que condujo a los poetas a asumir una voz colectiva que los fue indefiniendo y restándoles sensibilidad creativa. Yoel se rebeló contra toda esa maquinaria antipoética y el precio fue el afecto de unos pocos y el olvido publicitario.

Yoel Mesa fue un visionario. Un hombre en extremo metódico quien llevaba siempre consigo papel y lápiz y tomaba notas de todo cuanto concurría a su sagaz pensamiento

Visité su casa prácticamente a diario allá en Manzanillo, donde ambos vivíamos, y compartimos muchas veces en aquel recinto al cual nombré “la cueva de los murciélagos” por el aspecto abandonado de la casa, donde se percibía la falta de una mano femenina. Era una casa antigua en la que apenas había lugar para sentarse porque todos los muebles de la sala estaban repletos de enormes carpetas empolvadas, llenas de notas, poesías y proyectos de libros que llegaban casi al techo. Todo eso cubierto de unas extensas telarañas que cubrían las antiguas lámparas colgantes.

Siendo yo muy joven pasaba las tardes leyendo y fumando en este único y extrañamente acogedor sitio. Allí se daban cita muchos jóvenes intelectuales y ese lugar se convirtió en el centro de tertulias literarias que se extendían hasta bien avanzada la noche.

La casa de Yoel siempre estuvo llena de intelectuales. Venían de todas partes. Allí conocí a Alfonso Quiñones, Manuel Vázquez Portal, Rafael Alcides, Luis Carlos Suárez y al siempre jocoso Julio Girona, entre otros que lo querían y admiraban. Con ellos asistí a inolvidables tertulias en su casa, en el Café 1906 o en la barra del derrumbado Hotel Inglaterra. El amanecer nos sorprendía siempre en el Parque Central leyendo buena poesía.

Yoel Mesa fue un visionario. Un hombre en extremo metódico quien llevaba siempre consigo papel y lápiz y tomaba notas de todo cuanto concurría a su sagaz pensamiento. Amó la música clásica y la literatura. Sabía distinguir y descubrir poetas, pero sobre todo, fue siempre muy sincero y directo al emitir criterios. Esto último no agradaba mucho a quienes buscaban ser alabados o venerados por el maestro.

En lo personal le agradezco haber estimulado en mí el hábito de lectura y la pasión por la poesía. Me exhortó siempre a escribir. No voy a olvidar que en su vieja máquina de escribir Underwood preparó y editó mi primer cuaderno de poesía que obtuvo primera mención en un concurso.

Poeta de raíz genuina quien fue siempre censurado y catalogado como “un tipo raro”, antisocial, quizás porque no pudieron hacerlo caminar en la misma dirección de la mayoría, ni cambiar su proyección ideológica, y también por su homosexualidad, la cual tuvo que cargar como pesada cruz y a la vez reprimir y disimular, dados los prejuicios sociales y morales de un tiempo lleno de odios y desafectos. Estas fueron razones de fuerza mayor que se esgrimieron contra él y por las cuales se le negó todo tipo de posibilidad de publicación y cargos administrativos, siendo relegado a la condición de “insignificante poeta de provincia”.

Poeta de raíz genuina quien fue siempre censurado y catalogado como “un tipo raro”, antisocial, quizás porque no pudieron hacerlo caminar en la misma dirección de la mayoría, ni cambiar su proyección ideológica

De ahí que toda su obra se mantuviera inédita hasta que obtuvo el importante premio de la UNEAC Julián del Casal en 1987, con su antológico libro El día pródigo. Este hecho le abrió las puertas y el reconocimiento en La Habana, a donde habían emigrado la mayoría de los intelectuales manzanilleros de su generación. Gracias a este merecido premio consiguió una plaza como editor en la revista Temas, en la añorada capital, en un reducido cuarto de El Vedado donde vivió sus últimos años en Cuba. Allí lo visité un par de veces hasta que se marchó a México, donde falleció el pasado mes de mayo junto a un reducido grupo de amigos que lo ayudaron en sus últimos días.

La noche que le otorgaron el premio lloró como un niño. Celebramos hasta bien entrada la noche todos sus viejos amigos entre botellas de Paticruzao y música de Vicentico Valdés. Aquello fue inolvidable. Nunca antes vi al “fauno” tan feliz.

Conviví y participé junto a él en muchos eventos literarios. Gracias a su infinita bondad pude leer y conocer a los poetas clásicos Rilke, Eliot, al surrealista Paul Eluard y algún texto de Lezama Lima. Recuerdo me aconsejaba no leer mucho a Lezama todavía, “porque estás muy joven y no te ha llegado el momento intelectual que te permita entender e identificarte con el estilo lezamiano”. Estas razones las he comprendido con el paso del tiempo.

Juntos creamos el grupo literario “Sigmund Freud”. Éramos un grupo de poetas independientes integrado por Felipe Gaspar Calafell –recluido en el hospital psiquiátrico–, Andrés Eduardo Conde Vázquez, Félix Rosales Antúnez, Rosa Más Calaña, Alfredo Pérez Muñoz, Jesús Almarales Estrada y el irreverente hermano Juan Carlos Mesa Falcón, quien dirigió el Boletín Viernes junto al litografista Galeano. Precisamente en este boletín, y recomendado por Yoel, publiqué uno de mis primeros poemas, dedicado a Benny Moré, allá por el año 1987.

Lo recuerdo siempre meditativo, taciturno, con su mirada de felino tristemente feliz al acecho de su presa. Fue una gran época, sin lugar a dudas. Yo tenía sólo 18 años. Fue una suerte entrañable conocerlo, ser su amigo, conservar tantos recuerdos y vivencias juntos en medio de lo que ahora pienso fue el esplendor y el caos.

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