'Chaflán', a sombrero quitado
La Habana/La placa daba vueltas en el tocadiscos y se escuchaba una voz socarrona que piropeaba a una enfermera y le aseguraba "quiero tener un accidente para que me atiendan esas manos". La mujer, sin compasión, le respondía "pues será un accidente muy raro porque yo soy comadrona". Así comenzaba uno de los tantos chistes de Chaflán, quien al nacer en el lejano año 1925 se llamaba Argelio García Rodríguez.
Desde el pasado martes y hasta el domingo 15 de marzo, se celebra en Santa Clara la III edición del Festival Humor sin Sombrero, un evento que reúne a los mejores cómicos del país. La cita está inspirada en la carrera artística de un hombre que, con su naturalidad, hizo reír a varias generaciones de cubanos. Un personaje que representa el sarcasmo nacional en su máxima expresión y que llevaba la jarana a donde quiera que iba.
A Chaflán le tocaron tiempos duros para el humor. Con el exilio de Guillermo Álvarez Guedes y de Pototo y Filomeno, este hilarante narrador de anécdotas y cuentos se vio en un nuevo contexto político donde la guasa no era bien vista. Encima de eso, tuvo que limitar mucho su repertorio burlón, pues la censura cultural en la que transcurrió su carrera resultó férrea y no era posible en los años setenta y ochenta rozar con el pétalo de la risa al poder, a los funcionarios ni a la burocracia.
Tuvo que limitar su repertorio porque la censura en los años setenta y ochenta no permitía rozar con el pétalo de la risa al poder ni a la burocracia
De manera que Chaflán se especializó en el chiste callejero, que tiene mucho de picardía erótica y otro tanto de burla física. Aunque también logró lanzarle algunos estiletes al sistema, como ese célebre chiste suyo en el que una señora se queda parada confundida en el medio de la calle con una jaba vacía y le comenta a un vecino: "Mi hijo, mira cómo tengo la cabeza que ahora no me acuerdo si iba o si venía de la bodega".
Quienes pudieron ver en el escenario a Chaflán lo recordarán como un verdadero showman, agudo, un clown elegante, que dominaba el lenguaje popular a la perfección y hacía de la sorna su estilo más acabado. De ahí que dedicarle un festival humorístico, que ya va por su tercera edición, es lo mínimo que se puede hacer por quien nos ayudó a reír en medio de la adversidad y que no ha sido lo suficientemente reconocido y difundido por las instituciones culturales.
Soltaba los chistes en ráfagas, sin apenas respirar. Chaflán nunca se reía con sus propias bromas y construía con paciencia su propio repertorio, algo que se le daba muy bien, porque era un hombre hecho para vivir el lado simpático y jaranero de la vida. En medio de uno de sus espectáculos, improvisó la frase que lo inmortalizaría "Con el sombrero... sin el sombrero", para deslindar cuando hablaba en serio o en broma, o cuando decía la verdad o mentía. De esa manera resumió algo importante de la identidad del cubano, la capacidad de pasar de lo formal a la broma, de mezclar medias verdades con medias mentiras y de hacerse un mundo de palabras con las que contrarrestar los rigores de la cotidianidad.
Dicen los que estuvieron a su lado en los últimos momentos de su vida, que Chaflán no paró de bromear incluso ante la muerte. Le pidió a sus familiares que no le cerraran los ojos hasta tanto no pudiera ver "si llegaron los huevos a la carnicería". Chaflán es nuestro Cantinflas, por su capacidad para hacer de la palabra nuestra salvación y nuestra ruina. Se río de todos, hasta de sí mismo.