Concierto de Mike Porcel en Miami: Después de tanta vida, ¡vivo!
Música
Aunque lo hayan borrado en su isla natal de los anales oficiales de la música, estoy convencido de que tiene allá cientos de miles de admiradores
Miami/Sábado de lluvia en Miami y yo acelerando por el Turnpike sur. Me acompañaba Jorge Maletá, oportunamente de visita desde España, que me enseñó lo que sé de guitarra y aplico cada domingo en mi iglesia hace más de 20 años. A Jorge lo convirtió en músico profesional la profesora Leopoldina Núñez, quien le ponía de tarea, por sus dificultades técnicas, las canciones de su alumno aventajado, Mike Porcel. Por ahí conocí a Mike y su música. Y Mike dio el sábado un concierto en el mismo shopping donde tiene un imponente club nocturno Alexander Delgado, de Gente de Zona.
Nada que ver. Clandestino, en la 97 avenida y la calle 8 (lejos de la Pequeña Habana) es un local casi… clandestino. Pequeñito (unas 20 mesas) y ni siquiera tiene un lumínico afuera, solo un letrerito no apto para miopes con su nombre en cursivas en la puerta. Sus ofertas musicales son sin embargo de primera, y no podía ser de otro modo si el invitado era Mike Porcel.
En Cuba
Fue una entrevista con él la que me abrió las puertas de la página cultural de Juventud Rebelde. Después, como reportero, vi y reseñé muchas veces el espectáculo Que hablen los poetas, que hilvanó con el actor Carlos Ruiz de la Tejera, yo siempre prestando atención a las maravillas que hacía con el instrumento, y aprendiendo de él. Lo vi orquestar como quien cose y canta poemas musicalizados de José Martí para un disco de Amaury Pérez (recuerdo un dúo armónico de guitarras que solo había escuchado en And Your Bird Can Sing de los Beatles, y el clavicordio que, según él, solo sabía tocar en Cuba Pura Ortiz). Luego asistí y cubrí conciertos del supergrupo Síntesis: Mike, José María Vitier, Carlos Alfonso y su esposa Ele Valdés. ¡Cuánto talento junto!
Me llamaba la atención que casi nadie de la llamada Nueva Trova hablaba bien de él. ¿Sería envidia? Solo su amigo Pedro Luis Ferrer podía emular con él en la guitarra. Y sus letras eran de fuera de este mundo, con una especie de pátina que revelaba su profundo conocimiento de la poesía española, inspirado por su trabajo para el teatro. La voz, pequeñita, la manejaba sabiamente.
Luego fui testigo de cómo le quitaron el triunfo en el concurso para darle un tema musical a un Festival de la Juventud. Carlos Ruiz llamaba a Mike “El Unicornio”. Es difícil hacer pasar un Unicornio, un ser raro, sensible y salvaje, por el aro del Partido. Luego, después del éxodo del Mariel yo estaba preso por denunciar el fascismo de aquellos días y él sufrió un acto de repudio por parte de los “trovadores”. En adelante, proscrito, marginado, convertido en no persona, oí que se ganaba la vida tocando el órgano en las Iglesias. Nos volveríamos a ver muchos años después en Miami.
El concierto
Llegamos unos minutos tarde, pero yo tenía la ventaja de que para esa primera parte con obras más recientes y experimentales ya tenía bien escuchados dos de los tres CD que Mike ha grabado en Miami, Intactus y Personal; el otro es Echoes (Suite cubana para orquesta y banda rock). En el primero y el segundo alterna canciones conocidas con otras como Mis momentos felices, una larga reflexión sobre la felicidad, con rejuegos vocales como los melismas típicos de la música árabe y de la India.
De pronto anunció invitados. Cuando eso pasa en el concierto de un grande uno tiende a ofuscarse. Pero no con Mike Porcel. Bárbara Milián y Rubén Aguiar no solo son sus amigos, sino que los llama debidamente colegas. Esta pareja de matanceros guitarristas, que lo admiran (Rubén comparó su genio con el de Ernesto Lecuona), tienen sus propias composiciones de altos quilates, cada uno en su estilo, incluso han cifrado su amor en un contrapunto de canciones enviadas desde lejos. Y desde lejos llegaron a este concierto: cruzaron el Atlántico desde España cuando supieron que Mike daría un concierto en Miami.
(El público rio mucho con una canción de Rubén titulada Yo no sé, que describe todas las experiencias de que te privas por vivir en Cuba. “Después que salí de allá todo eso se me ha cumplido”, comentó).
Y finalmente lo que todos esperábamos: sorteando con elegancia los agudos que ya no da su voz, Mike Porcel fue desgranando las canciones que trascendieron el bloqueo de la radiodifusión cubana a su música. De amor: Alejandra (la canción murió sin conocerte), Que no existías, Esa mujer (que llega), Paloma sin nombre, Ana María, Canción para esperar el alba; un homenaje a su maestra Leopoldina; Don Carlos, sobre el alienado padre de Carlos Ruiz de la Tejera, comparable a la Balada para un loco, de Piazzolla…
“Me dijeron que no podía irme de aquí sin tocar estas dos”, dijo llegando al cierre: Ay, del amor (“la canción mía de la que más versiones se han hecho y que me sostiene, por los royalties”) y esa obra maestra dedicada a su madre que es Diario, de donde salió la frase que dio título a un documental sobre su vida: Sueños al pairo.
Mike Porcel dice que da estos conciertos para “la inmensa minoría” que lo sigue no matter what (me cuento). Aunque lo hayan borrado en su isla natal de los anales oficiales de la música, estoy convencido de que tiene allá cientos de miles de admiradores. Y coincido con Rubén Aguiar: algún día los cubanos le daremos el lugar que le corresponde: ni más ni menos que Ernesto Lecuona.