El largo tour de Pancho Céspedes

Pancho Céspedes besa a Pablo Milanés durante su concierto en La Habana. (EFE/Alejandro Ernesto)
Pancho Céspedes besa a Pablo Milanés durante su concierto en La Habana. (EFE/Alejandro Ernesto)
Regina Coyula

29 de septiembre 2014 - 10:00

La Habana/Desde las ocho de la noche del sábado, el tránsito congestionado en la esquina de 1ra y 10 en Miramar indicaba que un suceso estaba por producirse en el teatro Karl Marx. Artistas conocidos, como Carlos Varela o Edesio Alejandro podían distinguirse en el gentío. Poco después de las nueve, con la sala repleta, un ágil y espigado Pancho Céspedes sorprendía con esa nueva imagen. Luego de veinticuatro años sin cantar para su público, estaba muy nervioso. Lo confesó varias veces, además era evidente, pero tanto nerviosismo no pudo estropear más de dos horas de conversación, sonrisas, lágrimas, pero sobre todo, canciones con un público que lo recibió con cariño, lo coreó y estuvo todo el tiempo dispuesto a hacerlo sentir cómodo: estaba en casa.

Este concierto único forma parte del Festival Leo Brouwer de música de cámara que se celebra entre el 26 de septiembre y el 12 de octubre en homenaje a los 75 años de este excepcional compositor, director e instrumentista. Por lo que Pancho Céspedes mencionara, este festival no volverá a celebrarse en Cuba, y es evidente que su organización tuvo no pocos tropiezos y solo la voluntad de Leo y su oficina pudo sacarlo adelante en esta oportunidad, pero sucesivas ediciones –de hacerse- serán fuera de Cuba. Pancho Céspedes no fue parco en halagos hacia el maestro Brouwer, quien materializó el deseo del cantante de presentarse de nuevo ante un gran auditorio nacional.

Muchas personas grabaron en teléfonos, tablets y cámaras el concierto, y la televisión estuvo allí, por lo que seguramente los televidentes también podrán disfrutarlo más adelante. El cantante no hizo alusiones a su decisión en 1990 de abandonar Cuba y, aunque nada más lejos de su ánimo que esas alusiones, jugueteó con la idea de la larga gira que lo mantuvo alejado de Cuba; con simple aritmética cualquiera pudo sacar la cuenta de que reunirse con su esposa le llevó seis años. Y como los artistas se alimentan de tristezas, depresiones y fracasos, esos años de separación incubaron Vida Loca de 1998, el más exitoso de sus discos. Siguiendo con esa misma aritmética, volver a hacer un concierto en Cuba le llevó 24 años.

No tenía que esforzarse tanto Céspedes en conectar con el auditorio, y ese afán le hizo perder en algunos momentos elegancia en su fluido intercambio con el público entre las piezas musicales. Innecesario, pues el artista derrocha carisma y sus cualidades vocales destacan con esa manera de interpretar, muchas veces cercana a un susurro compartido en complicidad.

Dentro del público siempre existen los que dejan encendido el teléfono móvil, y hasta más de un caso de conversación telefónica dentro de la sala como si de la sala de su casa se tratara, y en ese preocupante indicio de por dónde anda la educación, hasta se ponen bravos si se les llama la atención. Eso y un uso indiscriminado de un moderno sistema de iluminación por leds con frecuencia dirigido hacia el público, cegándolo, impidieron que fuera una velada perfecta.

Sobraron emociones en el artista, que domina a la perfección el espacio escenográficamente desnudo, donde los músicos acompañantes mantuvieron un discreto segundo plano. Hasta un escenario enorme como el del Karl Marx se hizo íntimo y acogedor, y eso, a pesar de que un reflector cenital que conseguía un efecto hipnótico en el público fijando únicamente al cantante sin más parafernalia, fue utilizado pocas veces. Adiós Felicidad, de Ela O´Farrill, me hizo recordar la época en que esa pieza fuera retirada de la radiodifusión por concentrarse en un sentimiento egoísta, incompatible con el entusiasmo de la construcción del socialismo.

Lo mejor de la noche es difícil de elegir; subieron las revoluciones al entonar Señora o Vida Loca, cantadas de punta a punta a coro con el público, pero hubo dos momentos particularmente emotivos. El primero con una canción hermosísima de cómo la añoranza hace nombrar lugares ajenos con los nombres de lugares que quedaron atrás (Átame la mirada). Luego los aplausos fueron ovación cuando Pancho anunció a Pablo Milanés en su primera aparición pública luego de una delicada situación de salud hace apenas unos meses. Pablo, también visiblemente más delgado y todo de negro, se unió a Pancho que ya para ese momento se había despojado del saco y sacado la camisa por fuera. El dúo de esas dulces mentiras y amargas verdades fue premiado por el teatro de pie.

Excelente velada con Pancho Céspedes, quien más por sabio que por viejo ha dado un largo tour de Donde está la vida a la Vida loca. O al revés.

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