Los días de 1962 en los que la locura nuclear estuvo a punto de mandar a pique el mundo

El historiador Serhii Plokhy narra en 'Locura nuclear' la visión rusa de aquellas tensas jornadas

Kennedy visita una base militar durante la Crisis de los Misiles, en 1962. (Biblioteca JFK)
Kennedy visita una base militar durante la Crisis de los Misiles, en 1962. (Biblioteca JFK)
Jorge Ferrer

02 de enero 2023 - 10:58

Barcelona/La historia de la crisis de los misiles de 1962 es la historia del miedo de muchos, pero sobre todo la del miedo de dos hombres. Un miedo que salvó a millones. Es precisamente "a los que tuvieron la valentía de dar un paso atrás" a quienes Serhii Plokhy (Nizhni Nóvgorod, 1957) dedica este libro, el estudio más cabal de los días en los que el mundo salido de la Segunda Guerra Mundial estuvo a punto de irse a pique.

La crisis de los misiles de aquel octubre de 1962 ha sido siempre una suerte de patrón oro que blandir en las negociaciones de los tratados que regulan el engorde de los arsenales, y un memento contra las bravatas que una y otra vez sacuden el tablero geopolítico con alarde de átomos. Ahora, desde el inicio de la guerra contra Ucrania, la presencia del as nuclear ha sido una constante en la baraja de Putin.

Nadie mejor armado para contar la versión definitiva de aquella historia que Plokhy, uno de los grandes historiadores del mundo soviético y la Guerra Fría. Y, sobre todo, de Ucrania, donde creció e inició su carrera antes de establecerse en Norteamérica. A Plokhy le debemos libros sobre las identidades cruzadas del mundo eslavo, el colapso del mundo soviético (El último imperio. Los días finales de la Unión Soviética) o el lugar de Ucrania en el mapa político y cultural del continente (Las puertas de Europa).

Sobre Kennedy y Jruschov pesaba la ambición de un Fidel Castro dispuesto a ofrecer en holocausto a los cubanos

Locura nuclear cuenta los jalones de una historia que pudo ser la última de los hombres y esa circunstancia, erigida sobre un andamiaje colosal de archivo y testimonio, lo convierte en una suerte de libro del Apocalipsis, cuyos personajes se mueven en los escenarios de la cultura pop de los 60: el Despacho Oval y los congresos del Partido Comunista de la Unión Soviética; el teléfono rojo y las selvas tropicales del Caribe; el "aguantarse la mirada", un juego de wéstern que también practicó con estilo el Este; las playas del mar Negro reflejando el brillo de la luna y las bayonetas soviéticas sobre las ojivas embarcadas de tapadillo; las bodegas llenas de misiles apilados con esmero y decenas de miles de hombres navegando sobre el Atlántico, en la oscuridad de las bodegas de barcos sobre los que volaban los aviones de la CIA, tantas veces ciegos... hasta que volvieron al aeródromo con las pruebas quemándole las alas.

Fue lo que le pasó a la llamada Misión 3101, la del avión U-2C pilotado por el general de 35 años Richard S. Heyser el 14 de octubre de 1962, cuando fotografió los cohetes que los soviéticos habían estado emplazando en territorio de Cuba desde semanas antes. Heyser pasó siete minutos volando sobre la Isla. Lo que registraron las fotografías estudiadas al día siguiente en el Centro Nacional de Interpretación Fotográfica puso el mundo patas arriba. La Unión Soviética y EE UU, John F. Kennedy y Nikita Jruschov, jugaron en octubre de 1962 una de las partidas más reñidas del ajedrez de la vida y la muerte de la humanidad. Cuando se repasa el ir y venir de las piezas y se atiende a las gotas de sudor perlando las frentes de los púgiles, se aprecia, sostiene Plokhy, cómo ambos "marcharon de un error a otro".

Sobre Kennedy y Jruschov pesaba la ambición de un Fidel Castro dispuesto a ofrecer en holocausto a los cubanos.

Es lo que muestran los documentos: jugaron rematadamente mal, se equivocaron leyendo al oponente. Hubo silencios que a punto estuvieron de costar reinos y hasta continentes. En medio tuvieron la presión de sus respectivos andamiajes políticos y esta presencia les nubló una y otra vez el juicio. Kennedy tenía por delante unas elecciones de mitad de mandato que no podía perder. Jruschov tenía enfrente, y rodeándolo, al aparato del Partido Comunista que a duras penas conseguía controlar después de muerto Stalin. Era mucha presión para el joven presidente Kennedy, que apenas un año después del cierre de la crisis sería asesinado en Dallas. Jruschov tampoco pasaría mucho más tiempo en los jardines del Kremlin ufanándose del desenlace de un lance del que se declaraba vencedor: dos años después, en 1964, sus camaradas lo mandaron a paseo echándole en cara, precisamente, "la derrota en la crisis caribeña".

Sobre ambos pesaba también la ambición desmedida del tercer hombre en la obra: el bisoño Fidel Castro con sus ínfulas y sus galones de comandante. "Lo hemos salvado, pero no entiende nuestra política", dirá Jruschov del cubano, al término de la negociación con Kennedy, en la que lo puenteó deliberadamente. El relato del berrinche del joven Castro es uno de los momentos de esta historia que Plokhy ubica en el lugar que merece.

Tal vez uno de los aciertos más jugosos de este libro sea la manera en que Plokhy destaca la absoluta centralidad que la disputa en torno al Berlín partido en cuatro, y después en dos, jugó en la crisis de los misiles

"Por difícil y terrorífica que pueda ser esta decisión, creo que no queda más remedio", le escribió Castro a Jruschov, instándole a ser el primero en disparar las armas nucleares emplazadas en Cuba. "Luchamos contra el imperialismo no para morir, sino para aprovechar todo nuestro potencial, para perder lo menos posible y después ganar más", lo sermoneará Jruschov en una de las largas cartas que escribió aquellos días, llenas de metáforas campesinas y testiculares. Curiosamente, Castro fue el único de los tres líderes que sobrevivió a la crisis de los misiles en el poder. Un poder que mantuvo durante décadas para desgracia de los cubanos que estuvo dispuesto a ofrecer en holocausto al altar del antimperialismo.

Tal vez uno de los aciertos más jugosos de este libro sea la manera en que Plokhy destaca la absoluta centralidad que la disputa en torno al Berlín partido en cuatro, y después en dos, jugó en la crisis de los misiles. Así rompe, o relativiza al menos, la fijación del triángulo Moscú-Washington-La Habana que quiso monopolizar la memoria. El desplazamiento del centro del litigio entre los dos bloques desde las rampas de los misiles en los bosquecillos de la Cuba rural hacia el Berlín al que los comunistas le acababan de levantar un muro es iluminador. Y permite aquilatar mejor los tres momentos cruciales en la expansión soviética de aquella década: la construcción del Muro, la crisis de los misiles y la invasión de Praga.

Historia de la guerra que no fue, este libro es el relato de una historia moral y de moraleja. Una historia de la que Plokhy dice que "debemos volver a aprender... para hacer que los políticos actúen en consecuencia". Para que la dudosa virtud del miedo permita a la humanidad ahorrarse la tentación del suicidio. Por eso, con la guerra en el este de Europa, Locura nuclear gana también mañas de manual de instrucciones: uno que enseña a negociar en el borde del acantilado.

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Nota de la Redacción: Este artículo se publicó originalmente en el suplemento cultural La Lectura y se reproduce con el permiso del diario El Mundo.

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