Las pantallas ganan terreno a las páginas de los libros
La Habana/Por más de tres décadas, Julio ha vendido libros de uso en las cercanías de la Universidad de La Habana. El anciano, que nunca cursó estudios superiores, se enorgullece de haber provisto de novelas, cuadernos de poesías y manuales técnicos a "todo el que ha pasado por La Colina". El suyo es un negocio que intenta mantenerse a flote en una sociedad donde las nuevas tecnologías compiten con el hábito de la lectura.
La pasada Feria Internacional del Libro tuvo una impresionante asistencia de más de dos millones de personas y fueron vendidos alrededor de un millón de ejemplares. Pero entre los más jóvenes, los juegos electrónicos y las apps le están ganando la partida a las páginas impresas.
Julio, desde su librería en la céntrica calle San Lázaro, asegura que ha disminuido la cantidad de niños y adolescentes que vienen a comprarle algún volumen. "Antes tenía mucha venta de libros de aventuras, de autores como Emilio Salgari y Alejandro Dumas", comenta, pero ahora los más pequeños prefieren, según el vendedor, "quedarse frente a la pantalla todo el día".
En la mañana de este sábado, día internacional del libro, pasaron por su negocio desde turistas buscando alguna recopilación de recetas cubanas hasta una señora que quería comprar El Monte, de Lydia Cabrera, pero al llegar el mediodía nadie menor de 30 años se había acercado todavía a los estantes que exhibe en su portal.
"A los muchachos de ahora les gusta más ver videos o escuchar música, pero se aburren leyendo", asegura Julio. Cerca de las dos de la tarde, dos jóvenes tomados de la mano entraron al pequeño espacio y se acercaron a un improvisado estante donde se mezclan las novelas de Stendhal y los libros de autoayuda. Después de un rato curioseando, se fueron sin comprar nada.
"Esto es lo que pasa", señala el vendedor. "Es que también las editoriales producen libros con muy poco atractivo", protesta. Las ofertas del Instituto Cubano del Libro están impresas en la mayoría de los casos "en papel gaceta, que se pone amarillo al poco tiempo, y sin ilustraciones", detalla el hombre. "Eso estimula poco a la gente".
En la tarde del sábado llegó una señora con su nieta a la librería de segunda mano. La niña asegura que "del libro de lectura" de quinto grado que cursa se ha leído "casi todo, pero nada más". A pesar de que las estadísticas de Unicef señalan que la tasa de alfabetización entre los jóvenes cubanos que tienen de 15 a 24 años es del 100%, el hábito de la lectura no está muy extendido, como ha reconocido la prensa oficial recientemente.
Mientras la mujer conversa con el librero sobre una edición de Mario Vargas Llosa, la niña juega en una esquina con un pequeño atari. Cuando se le pregunta por los libros que lee, responde con una alarmante interrogante: "¿Y para qué sirve leer libros?". Julio interviene y le responde tajantemente: "Para saber historias". Pero la niña no se da por vencida y asegura que ya se sabe "una pila de historias" y enumera a La Cenicienta, La Sirenita, La bella y la bestia y Blanca Nieves, que conoce de los dibujos animados.
Poco después llega un joven estudiante de primer año de medicina. Cuenta que ha leído más en el último año que en toda su vida. "En la escuela nos evalúan mucha literatura especializada que, por suerte, he conseguido en formato digital y la leo en el móvil a cualquier hora". El joven explica que le resulta más cómodo leer en la computadora, porque "eso del papel ya no se usa".
Los padres del futuro doctor también estudiaron su misma especialidad y le hablan de "los libracos enormes que tenían que cargar en sus tiempos", comenta. Pero ya no es así. "Ahora toda la bibliografía de mi carrera cabe en una memoria flash", añade.
Las limitaciones económicas restringen mucho a las editoriales. "No contamos con dinero para pagar derechos de autor a escritores extranjeros", dice una empleada de la editorial Gente Nueva. "Por eso tenemos que editar una y otra vez los clásicos, por los que no hay que pagar ni un centavo", señala, y menciona El cochero azul de Dora Alonso o Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne.
En la facultad de Letras y otras especialidades de humanidades todavía quedan quienes se muestran orgullosos por la cantidad de libros que han leído y lo temprano que comenzaron a devorarlos. Son buenos clientes para Julio, a los que guarda "lo mejorcito" que le llega a partir de "alguien que se va del país y liquida su biblioteca, o está en un apuro y tiene que vender sus libros".
Delia Varona, que trabaja como freelance en la fotografía, cuenta que estudió Historia del Arte hasta segundo año y ha mantenido el hábito de lectura que desarrolló en la universidad, aunque asegura haber leído siempre mucho "desde chiquita". Sus padres le inculcaron el amor por los libros, algo que ella ha hecho con sus hijas.
"Es difícil mantener el hábito de lectura porque hay pocas opciones y cuando aparecen libros atractivos son muy caros", expone la fotógrafa. "En la biblioteca de la escuela de mis hijas el fondo bibliográfico está muy desactualizado, por eso a muchos niños le parece aburrido leer y prefieren otras diversiones", considera.
Su opinión coincide con la del vicepresidente del Instituto Cubano del Libro, quien, en declaraciones a Juventud Rebelde el pasado año, aseguró: "No sabemos vender los libros de manera atractiva, y esa cadena hay que mejorarla mucho y combinar también una mirada en sistema desde la creación, edición, producción, distribución y consumo".
Antes de cerrar las puertas de su pequeña librería este sábado, Julio conversaba durante unos minutos con una señora que también se quejaba de la "falta de hábito de lectura" en la juventud cubana. "En el mundo de hoy, todo es más visual, ahora el que quiere saber de algo ve un documental de 45 minutos en los que se resumen como cien años de historia y miles de páginas de libros", explicaba la mujer, para quien "las enciclopedias y los atlas cayeron en desgracia, porque a un clic de distancia están Google y Wikipedia".