'Mr Jones' cuenta cómo el 'New York Times' ocultó la hambruna en Ucrania

La película de Agnieszka Holland recuerda cómo Walter Duranty, corresponsal en Moscú, negó el Holodomor, revelado al mundo por el galés Gareth Jones

Jones a su llegada a Ucrania en un fotograma de la película.
Jones a su llegada a Ucrania en un fotograma de la película.
Rosa Pascual

26 de diciembre 2021 - 13:16

Madrid/Hay preguntas que salen muy caras. El galés Gareth Jones tenía solo 27 años en 1933, cuando empezó a darle vueltas a una cuestión. Si el Kremlin está en bancarrota, ¿cómo es posible que los soviéticos gasten tanto? La respuesta le costó semanas de hambre y frío, meses de aislamiento social y, finalmente, la vida, que le arrebataron a los 29 años. A cambio le descubrió al mundo el Holodomor, la hambruna infligida a Ucrania por la URSS en la que se estima que al menos cuatro millones de personas perdieron la vida.

Mr. Jones, una película filmada en 2019 por la polaca Agnieszka Holland y estrenada ya en varias plataformas de streaming, recupera la figura de este periodista y una de las historias que, casi cien años después de ocurrir, sigue intacta en el siempre latente conflicto entre Rusia y Ucrania. El filme se presentó en el Festival de Berlín de hace dos años y, aunque recibió algunas críticas muy frías por aspectos formales, los expertos destacaron su valor como documento histórico en un pedazo de tierra algo olvidado en medio del tsunami de cruentos acontecimientos entre 1914 y 1945.

El joven Jones fue un genio precoz. Hablaba multitud de idiomas ya desde muy pronto, incluido el ruso que le enseñó su madre, tutora de los nietos de John Hughes, el fundador de la ciudad ucraniana ahora conocida como Donetsk. A los 25 años ya era secretario de David Lloyd George, que había sido primer ministro británico entre 1916 y 1922; y en 1933 estaba en Alemania cuando el Partido Nazi ascendió al poder. Uno de los hitos de Jones fue, precisamente, entrevistar a Adolf Hitler aquel año, cuando lo acompañó en un vuelo a Frankfurt tras su nombramiento como canciller, encuentro tras el cual concluyó que había que frenar cuanto antes a aquel demente.

Aquí arranca Mr. Jones, cuando el joven advierte a su jefe, de vuelta a Londres, de lo peligroso que es Hitler, un hombre al que Lloyd George admiraba entonces. Al ser despedido, el reportero, no exento de ambición, decide ir a Moscú para entrevistar a Stalin, principalmente por dos motivos: solo él puede parar al III Reich y es el hombre milagro, porque, estando el rublo en quiebra, no para de construir industrias. ¿Cómo es esto posible? Jones se dirige a la URSS donde tiene un valioso contacto, el mismo periodista que le facilitó el encuentro con Hitler está ahora en la capital soviética y, además, ha descubierto algo. "Es peor de lo que pensábamos", le advierte.

Para cuando Jones se instala en Moscú, su colega ya ha sido asesinado –en un atraco, según la versión oficial–. No obstante, siguiendo su consejo, se reúne con Walter Duranty, periodista británico del New York Times en Moscú, cuyos brillantes artículos sobre la transformación de la economía soviética le habían valido el premio Pulitzer y algo no menos relevante, el favor de Stalin. El prestigioso corresponsal, que vive en un universo paralelo de fiestas, drogas y orgías, no disimula en su intento de convencer a Jones para que no busque lo que no debe encontrar, pero el joven desafía la prohibición expresa de salir de la capital y se adentra por su cuenta en la helada tierra ucraniana, conocida antiguamente como el granero de Rusia.

Durante semanas infernales, Jones será testigo y vivirá en carne propia los horrores de la hambruna inducida tras la colectivización forzosa. Hay escenas espeluznantes, como aquella en la que, por fin, consigue comer algo de carne que le cocinan unos niños. "¿De dónde la habéis sacado?, pregunta. "De nuestro hermano", le responden. "¿Es cazador?". Silencio.

No se quedan atrás otros momentos terribles como los de las agresiones entre vecinos en la cola por un trozo de pan (¿les suenan?), los recogedores de cadáveres o el robo de sus últimas provisiones por parte de unos niños mientras le cantan –en una onírica escena– una realidad que ya comparten con un Jones enloquecido. "Hambre y frío hay en nuestros hogares, nada que comer, ningún sitio donde dormir", entonan.

No dura demasiado, aunque sí lo suficiente, este golpe de realidad, pues Jones es detenido en pocas semanas por las autoridades rusas, que lo arrestan a la vez que a otros seis ingenieros británicos. El aviso es claro: lo devolverán a Londres y, si cuenta la versión oficial sobre la situación en la URSS, entonces sus compatriotas sobrevivirán. Jones acepta inicialmente el chantaje y, antes de partir se encara con Duranty, al que acusa de saber lo que ocurre y callar. "Usted no sabe lo difícil que es hoy en día informar desde Moscú", le responde el veterano periodista, que lo tilda de joven ingenuo por creer que podría hablar con Stalin y cambiar las cosas.

Sin embargo, a su regreso a Londres, Jones se replantea las cosas. Si habla, condenará a los seis británicos inocentes en Moscú. Si calla, millones de personas seguirán sometidas al terror de Stalin sin que nadie lo sepa. El joven escoge la segunda opción y es condenado al ostracismo durante un tiempo, pero persiste hasta vender la historia al único que la puede comprar: el multimillonario William Randolph Hearst, magnate de los medios de comunicación enfrentado a Pulitzer y movido, únicamente, por su deseo de ensuciar el nombre de este. Algo tan bajo como la guerra más famosa de la historia del periodismo salvó a los ucranianos de caer en el olvido.

Mr. Jones está dedicada a las víctimas del Holodomor. La historia no finaliza sin recordar que Gareth Jones fue tiroteado poco después en Mongolia, donde marchó a trabajar tras sus revelaciones sobre Ucrania, en lo que siempre se creyó una venganza del NKVD soviético, el ancestro del KGB. Duranty, en cambio, falleció a los 75 años en Florida y su premio nunca fue anulado pese a que afirmó que los rumores de hambre en la URSS eran completamente infundados. EE UU reconoció a la Unión Soviética poco después de trascender la historia de Jones, una gran oportunidad comercial, según lo vieron los hombres de negocios.

Hay preguntas que salen muy caras. Y respuestas que duelen. Hacia la hora y media de filme, cuando Jones declara lo vivido ante un grupo de intelectuales, uno de ellos, el escritor George Orwell, se acerca a debatir consternado. "Quizá los soviéticos lo hacen lo mejor que pueden, tomando las mejores decisiones que pueden dadas las circunstancias. ¿Qué hay de los hospitales gratuitos, de la escuela gratuita?". "Sí, ¿pero a qué precio?, le responde el reportero. "Existe una sociedad más igualitaria, solo que no es perfecta. No espero que lo sea, los cambios requieren tiempo", rebate el hombre en un diálogo sincero y calmado. "Una sociedad igualitaria –reflexiona Jones–. Es el mismo sistema de explotación que hay aquí, pero peor", le advierte al cariacontecido oyente que responde aturdido: "¿Está diciendo entonces que no hay esperanza?".

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