La relación Cuba-URSS vista desde la inocencia de un niño

Dashel Hernández Guirado en su casa de Camagüey. (Sol García Basulto/14ymedio)
Dashel Hernández Guirado en su casa de Camagüey. (Sol García Basulto/14ymedio)
Sol García Basulto

20 de agosto 2015 - 15:16

La Habana/Camagüey albergó en este caluroso agosto una peculiar exposición que mezcla dentro del espacio doméstico, los recuerdos, la distancia y la presencia de lo soviético en la vida cubana de los años 70 y 80. Quiero que haya sol siempre, de Dashel Hernández Guirado, se adentra, a través de dibujos e instalaciones, en una cosmogonía perdida; familiar para algunos, extraña para otros.

Las obras que componen la muestra lograron impresionar a los invitados que irrumpieron en los recuerdos más íntimos del artista, quien convirtió su casa en galería, de manera que los visitantes fueron recorriendo los diferentes pasajes de la vida de Hernández Guirado justo en el lugar en que se desarrollaron.

"La muestra está dedicada a mi madre y saca a la luz todos los recuerdos de mi infancia. Ella fue profesora de ruso, vivió años en la Unión Soviética y quise que quienes vinieran sintieran que es la muestra de un niño", aseguró el artista a 14ymedio.

El autor propone al espectador que se deje llevar por los ambientes y deambule por los distintos espacios de la casa. "Cada habitación cuenta una historia que componen cuatro estados diferentes. Primero, la sala que representa la inocencia, después vienen la lejanía, la muerte y la ausencia", explica.

La mirada hacia las interioridades de la experiencia y la familia esconde el pasado oscuro de una sociedad que sufrió exactamente las mismas etapas de transición. Es imposible no percatarse de la alegoría con la relación de una Cuba joven e inocente y una potencia que está encarnada en la madre, la URSS.

Es imposible no percatarse de la alegoría con la relación de una Cuba joven e inocente y una potencia que está encarnada en la madre, la URSS

La muestra es una experiencia para pocos ya que, según detalla, Hernández Guirado, la organizó "para grupos pequeños de personas, no más de diez, para que pudieran apreciarse bien todos los videos y la música". Además, mezcla "piezas que son documentales, como dibujos de los años 80 y 70. Otras, sin embargo, han sido realizados en el presente y para la muestra. De eso se trata. No pongo un límite entre los objetos u obras históricas y lo creado para ahora".

Así, en el primer espacio doméstico nos recibe el deslumbramiento, la esperanza, el tratamiento especial a lo desconocido, la sobrevaloración de una cultura remota, que llevó a muchos cubanos a usar nombres rusos para sus hijos y ropa de invierno aunque hiciera calor. Esa relación intensa y desgarradora está representada a través de elementos tan típicos como una matrioska desplegada o un libro de literatura infantil rusa.

En la segunda sala se experimenta el enriquecimiento, la abundancia, el intercambio entre los familiares que partieron hacia la URSS y quienes se quedaron. La dolorosa distancia se trasmite a través de la música melancólica, en los audiovisuales que sugieren lo desconocido recreado por la imaginación y en la cajita donde hubo nieve de Rusia, como se explica en el pie de la pieza.

Después llega el espacio de la muerte, la ruptura, el divorcio y la duda ante la sorpresa de la fragilidad del vínculo, sugeridas por el espacio más pequeño y oscuro, en donde solo están una pequeña vela encendida y una carta como símbolo del pensamiento resistente. Una clara alusión desde lo particular al fin de "los estrechos lazos de amistad entre ambas naciones".

De la mano de Hernández Guirado llegamos al último cuarto. Donde el vacío está saturado de artículos efímeros, remarcando el desorden y la desesperación ante lo inevitable, la pérdida y la soledad. El país de sus ilusiones infantiles no existe. Así que allí están todos esos recuerdos, en una habitación poblada de elementos donde quedó todo pero ya no hay nada.

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