La revolución popular y la contrarrevolución totalitaria

En esta serie de cinco artículos invitamos a los lectores de '14ymedio' a que recorran con mirada crítica los primeros 20 años de la Revolución rusa

Ataque a la policía zarista durante los primeros días de la revolución de marzo de 1917.
Ataque a la policía zarista durante los primeros días de la revolución de marzo de 1917. (wikimedia)
Mauricio Rojas

08 de marzo 2017 - 11:51

Santiango de Chile/Hace cien años, el 8 de marzo según nuestro calendario (23 de febrero según el calendario juliano entonces vigente en Rusia), estalló la gran revuelta popular que a los pocos días llevaría a la caída de la dinastía de los Romanov. Se iniciaba así un proceso revolucionario que conduciría a la toma del poder por los bolcheviques o comunistas rusos la noche del 6 al 7 de noviembre (24 al 25 de octubre según el calendario juliano). Los dirigía un noble ruso de 47 años llamado Vladímir Ilich Uliánov pero conocido bajo el seudónimo de Lenin. Lo que aconteció a continuación nada tuvo que ver con la revolución democrático-popular que se venía desarrollando durante los meses anteriores, sino que fue su opuesto radical: una contrarrevolución antidemocrática y antipopular, destinada a imponer el dominio de una minoría sin escrúpulos sobre la mayoría del pueblo ruso. Lo hicieron inspirados por el sueño de Marx de un mundo paradisíaco y crearon un verdadero infierno. Así nació un tipo de régimen político que causaría estragos durante el siglo XX: el totalitarismo.

Sobre este hecho clave de la historia moderna y su gran líder trata mi libro Lenin y el totalitarismo (Debate/Penguin Random House, abril 2017). Basándome en él quisiera dar aquí algunas pinceladas sobre los acontecimientos de 1917 y la larga marcha hacia el totalitarismo que culminaría en los años treinta bajo la égida de Stalin.

El período que se inicia con los hechos revolucionarios de fines de febrero de 1917 (siguiendo, como se hace a continuación, el calendario juliano) se compone de una serie prácticamente ininterrumpida de violentas confrontaciones y cambios profundos en la estructura social de lo que fue el Imperio ruso que dura unos veinte años. Es por ello que la Revolución rusa no puede ser circunscrita al algunos meses de 1917 y ni siquiera a los años inmediatamente venideros.

Los pasos decisivos en la creación de esta nueva sociedad son los enfrentamientos entre la nueva élite comunista y los distintos componentes de la estructura social rusa

Lo que se inició ya en 1916 como un descontento en el seno de la élite gobernante se transformó, a partir de febrero de 1917, en una revuelta popular que se extendió por toda Rusia como un reguero de pólvora, envolviendo a grandes masas de soldados, obreros y campesinos así como a amplios sectores de las clases medias. Cada sector, grupo o clase social se lanzó, generalmente por medio de la acción directa, a luchar por sus reivindicaciones más sentidas.

El Gobierno provisional, formado el 2 de marzo bajo la dirección del príncipe Gueorgui Lvov y liderado por Alexánder Kérenski desde julio, fue sucesivamente perdiendo control sobre la situación política y social del país. Rusia entró en una fase cada vez más caótica, caracterizada por el ascenso de diversas formas de "democracia directa" o "consejismo", cuya expresión más notable fueron los soviets o consejos de obreros y soldados. Se creó así no un "poder paralelo" o "doble poder", como muchas veces se ha dicho, sino una multiplicidad de poderes, sin mayor sincronización ni objetivos comunes. Prácticamente nadie estaba dispuesto a esperar y, como es característico de los procesos revolucionarios, todos se lanzaron a la acción. Se luchaba por reivindicaciones más abstractas o generales como la paz, la libertad o la Asamblea Constituyente, pero sobre todo por lo concreto y cotidiano, la tierra, el pan o el control sobre los centros de trabajo.

La marea revolucionaria iniciada en febrero de 1917 tuvo su punto culminante en octubre, cuando aquellos que más prometieron y más hicieron por desestabilizar el orden existente, los comunistas o bolcheviques, tomaron el poder. Se inicia así la larga fase contrarrevolucionaria de la revolución rusa. Se trataba, por cierto, no de restablecer el viejo orden sino de establecer uno radicalmente nuevo, cuya existencia dependerá tanto del aplastamiento de las viejas élites como de subyugar a los movimientos populares surgidos durante la revolución y revertir sus conquistas. Es por ello que la famosa Revolución de Octubre debiera, para ser verídicos, ser llamada Contrarrevolución de Octubre. Ahora bien, esta contrarrevolución no se resolverá sino hasta los años 30 cuando, después de la brutal colectivización de la agricultura y el Gran Terror, se estabilice un nuevo sistema político de carácter totalitario, es decir, un sistema que en la práctica había aniquilado toda sociedad civil independiente y cualquier espacio de libertad individual, ya sea económico, social o cultural.

Surge así un tipo de Estado que no solo no tolera la independencia de los ciudadanos sino que exige su adhesión activa a una ideología o visión del mundo que penetra completamente la sociedad

Los pasos decisivos en la creación de esta nueva sociedad son los enfrentamientos entre la nueva élite comunista y los distintos componentes de la estructura social rusa. Los enfrentamientos más importantes son aquellos con las viejas élites dominantes, con el proletariado industrial existente y, finalmente, con la clase o sector abrumadoramente mayoritario, el campesinado. Estas clases o sectores serán aniquilados o sometidos en diversos momentos y con métodos variados, si bien la represión masiva y el terror serán, ya desde el primer momento, elementos que no faltarán en ninguno de estos episodios.

Paralelamente, desde el nuevo partido gobernante, desde la intelectualidad, desde el viejo aparato estatal así como desde los sectores más radicalizados del viejo proletariado industrial pero sobre todo del nuevo que se forma a partir de 1923, surgirá una nueva élite y una estructura jerárquica con rangos y funciones rigurosamente delimitados, en el seno de aquello que los propios soviéticos llamaron nomenklatura, es decir, el conjunto de funciones y de personas aptas para desempeñarlas que componían la élite gobernante.

Este grupo dominante se dotará de todos los mecanismos del poder total, particularmente de un aparato para ejercer el terror sobre toda la sociedad, un monopolio prácticamente absoluto sobre la economía, la educación y los medios de comunicación, una ideología oficial –el marxismo-leninismo– y, finalmente, un líder con poderes ilimitados. Surge así un tipo de Estado que no solo no tolera la independencia de los ciudadanos sino que exige su adhesión activa a una ideología o visión del mundo que penetra completamente la sociedad hasta convertirse en una especie de seudorealidad que se superpone a la realidad misma. Esto es lo que los teóricos del nacionalsocialismo acertadamente llamaron Weltanschauungsstaat, es decir, Estado ideológico o, literalmente, "Estado de una visión del mundo".

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Nota de la Redacción: Mauricio Rojas es director de la Cátedra Adam Smith de la Universidad del Desarrollo (Santiago de Chile) y Senior Fellow de la Fundación para el Progreso.

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