Jorge Díaz: la luz llega a España

Entrevista

El humorista cubano ha aprendido a "universalizar" sus actuaciones para el público español

Desde Madrid, Díaz sigue siendo un tipo que sorprende.
Desde Madrid, Díaz sigue siendo un tipo que sorprende. / Facebook/Jorge Díaz
Jorge Fernández Era

11 de mayo 2025 - 08:43

La Habana/En El rap de la mala suerte declara Jorge Díaz: “Adonde quiera que yo voy, me lo dicen: pa ti no hay, ya se acabó”. Cualquiera hubiera imaginado que, con su partida de Cuba, su predicción se cumpliría, pero mi tocayo, desde Madrid, sigue siendo un tipo que sorprende, ya sea a través de una canción, un post o una conversación como esta, con un humor que no se desliga de la realidad de la Isla, a la que disecciona con inteligente ironía y poder absoluto sobre el público.

Pregunta.- ¿Cuándo descubriste que eres un tipo gracioso? ¿Cuándo que eres músico?

Respuesta.- Nací “en el seno” de una familia musical. Mi papá es compositor. Mi mamá estudió piano hasta cuarto año. Mi tía, profesora también. En fin… De muchacho, me gustaba hacer chistes y guarachear, pero no sabía que era gracioso. Me di cuenta un día de rumba en la escuela al campo: empecé a improvisar cosas graciosas y vi que la gente le llamaba la atención y se reía. Mis primeras cosas artísticas sin querer fueron allí. Con el tiempo empecé a componer mis primeras guarachas, siempre sobre lo picaresco. Con mi papá compuse muchas canciones, mirando lo que él hacía.

Por hacer canciones humorísticas fue que un director artístico, Luis Mendoza, me vio y me propuso ser comediante musical, hacer cosas como Virulo. Ñico Saquito, El Guayabero, que es mi referente. “Tú no te pareces a nadie”, me dijo. Yo no sabía tocar guitarra, fui aprendiendo solo, hasta que logré acompañarme.

No soy músico de escuela, no sé escribir música, pero aprendí a tocar la guitarra de manera autodidacta. Parece que como tengo la música adentro, me van saliendo mis cositas, con esa dualidad de componer y hacer humor. Me di cuenta de que después de la composición tenía que hacer algo más que cantar, y entonces escribí monólogos y cuentos populares, y armé mis shows.

No soy músico de escuela, no sé escribir música, pero aprendí a tocar la guitarra de manera autodidacta

P.- ¿Cuál de las dos facetas te hacen sentir más Jorge Díaz?

R.- En las dos me siento como pez en el agua. Me gusta muchísimo componer, y me gusta también hacer humor, estar a la caza de todo lo que pasa y me rodea, para sacarle lascas. Le da a uno la perspicacia de ver las cosas, anotarlas y hacer un chiste puntual. Es una agilidad mental increíble que se coge con el tiempo.

Hay humoristas que actúan con humor, pero en la vida real son serios. Yo no: de diez palabras que digo, ocho son de jodedera. Es mi carácter normal.

P.- Manejas muy bien el artificio de parecer serio sin serlo o de reírte sin que venga al caso. ¿Es reflejo incondicionado o lo haces para provocar al público?

R.- Muchas personas me preguntan si lo de reírme cuando actúo es porque lo preparo para provocar. Y no, yo me río cuando veo la reacción de la gente o cuando imagino lo que va a provocar lo que diré. Como que vendo el chiste. Me río porque me siento bien. He comprobado que cuando uno disfruta lo que está haciendo y se expresa a través de la risa, le crea a quien lo está mirando una atmósfera de seguridad, de empatía increíble, y se hace parte del mismo público. No lo estudio, me sale espontáneo.

P.- Lo culto y lo popular suelen enfrentarse en la música. ¿Se manifiesta igual ese fenómeno en el humor?

R.- Hay quienes dicen que existe el cómico y existe el humorista, que lo que hace sea culto, popular o ambas cosas lo define el grado de cultura que tenga. Si no sabes expresarte, si no te acompaña el vocabulario, tu humor se torna grosero y banal. Con determinada cultura, el humor es más elaborado, uno escoge las palabras precisas, el lenguaje es subliminal. Los cubanos tenemos el código de saber de qué se habla aunque no se diga, y quien tiene cultura puede hacerlo o interpretarlo mejor. Es arte. Es como decir una metáfora, que la gente entienda lo que no se dice y sepa de qué hablas. Eso tiene un gran valor, mucho más que decirlo crudamente, sin ninguna elaboración, creyendo que se hace humor con lo burdo, diciendo que fulano es cabezón u orejón. Es la gran diferencia. 

P.- A pesar de alejarte geográficamente de Cuba, sigues haciendo humor sobre ella. ¿Cuánto cambia la perspectiva desde “afuera”?

R.- Aunque uno sale de Cuba y habla el castellano, y España tiene mucha empatía con nosotros, claro que no es lo mismo, porque la idiosincrasia aquí es otra, las costumbres también, además de que los problemas no son ni la tercera ni la quinta ni la décima parte de los que hay en Cuba. Uno trata de insertarse en el lugar donde está, universalizarse, entender las cosas que ocurren en el mundo entero y que provocan risa. Es muy difícil, porque tiene metido un código de hace cincuenta y pico de años. 

En Cuba tú haces humor blanco en un teatro y funciona muy poco, porque es tan catastrófico lo que se vive, que la gente busca en el humorista que sea el vocero de su queja. He encontrado la forma de explicarle a los españoles lo que pasa en mi país, y ellos captan la esencia y se ríen. Hago espectáculos en los que combino música, cuentos populares y monólogos, y me ha ido bastante bien, me inserto poquito a poco, improviso sobre la marcha. Cuesta trabajo, pero se logra.

Es muy difícil olvidar las raíces. Veo en las redes lo que pasa en Cuba, y no puedo escapar de eso.

En Cuba tú haces humor blanco en un teatro y funciona muy poco, la gente busca en el humorista que sea el vocero de su queja

P.- Cuéntame tu día de apagón en España.

R.- Cuando se fue la luz, nosotros asistíamos a una consulta. El hospital tiene planta, se va la electricidad y vuelve muy rápido, uno ni se da cuenta. En ese momento mi esposa está hablando con el médico, mi hija la llama y le dice que el apagón es en toda España, que parece que fue un ciberataque. “Ah, sí, pero ahora estoy hablando con el médico”. “¡Mima, que Francia tampoco tiene luz!”. “Está bien, pero no puedo atenderte”. Me dio una gracia del carajo que ella no le diera al asunto la importancia que llevaba.

Salimos del hospital, vimos a todo el mundo fuera de su trabajo, en la acera, en la calle. Uno está acostumbrado al apagón, pero a esa gente nunca se le había ido la luz, menos en esa magnitud. Los que estaban en el metro se quedaron trabados hasta dos horas, igual los que se quedaron dentro de elevadores, imagina el que sea claustrofóbico. 

Fue algo muy traumático para ellos. Parece una bobería, pero es un caos. Me sorprendió muchísimo que en el primer mundo pasara eso: sin luz desde el mediodía hasta las diez de la noche. Increíble que, cuando regresó la electricidad, la gente se puso a gritar de alegría. Me dije: “Coño, pa’ mí que Cuba se está acercando”.

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