"Nadie imaginó ese derramamiento de sangre", confiesa un soldado de Tiananmen

Icónica imagen de un hombre enfrentándose a una columna de tanques en la Plaza de Tiananmen. (CC)
Icónica imagen de un hombre enfrentándose a una columna de tanques en la Plaza de Tiananmen. (CC)
Tamara Gil

03 de junio 2017 - 15:02

Pekin/(EFE).- Zhang Shijun tenía 18 años y un rifle cargado con el objetivo de "mantener el orden". Él fue uno de los soldados trasladados a Pekín en 1989 para evacuar a los miles de manifestantes que pedían reformas democráticas en las calles de la capital y hoy es de los pocos que se atreve a contar lo ocurrido.

"Nadie imaginó ese derramamiento de sangre", reconoce en una entrevista con Efe, realizada a través de la aplicación de mensajes que más seguridad ofrece en la controlada red china, pues hoy, 28 años después de aquella masacre, revelar cualquier información sobre ese oscuro capítulo del siglo XX puede suponerle la cárcel.

Pero Zhang no teme acabar entre rejas: sabe que incluso ahí le perseguirán los demonios. "Lo que viví la noche del 3 al 4 de junio es algo que nunca podré quitarme de la cabeza... El caos, los disparos, los gritos", recuerda desde su casa en la provincia oriental de Shandong.

Su patriotismo le llevó a alistarse al Ejército a temprana edad y el 20 de mayo de 1989 fue enviado a Pekín, cuando el Gobierno declaró la Ley Marcial tras un mes de intensas protestas contra la corrupción y a favor de mayores libertades.

"En aquel momento, según lo que comentaron nuestros superiores y lo que nosotros entendimos, íbamos a mantener el orden", dice Zhang de 46 años, por entonces auxiliar de medicina en las Fuerzas Armadas.

28 años después de aquella masacre, revelar cualquier información sobre ese oscuro capítulo del siglo XX puede suponerle la cárcel

El Gobierno preparaba el desalojo de la plaza de Tiananmen, que se había convertido en la simbólica sede central del movimiento, en el que no sólo participaban estudiantes, sino también obreros e incluso periodistas de medios chinos, por entonces menos controlados por el régimen que ahora.

El 3 de junio, alrededor de las 14.00 horas locales, les llegó la orden de avanzar "antes de la madrugada" hasta un punto determinado de la ciudad, cuenta Zhang. Un helicóptero les proveyó de munición, pues hasta entonces portaban armas pero sin balas, explica.

En ese momento, los tanques y vehículos acorazados desfilaban ya por las grandes avenidas pequinesas de camino a la famosa ágora y ahí es donde se produjo la mayoría de las muertes, según los relatos de supervivientes de la matanza.

"Esa noche, no parábamos de correr y de disparar, pero yo y mis compañeros sólo disparábamos al aire. No sé si causamos algún muerto entre los manifestantes", se defiende Zhang.

El Gobierno sigue hoy ocultando la cifra de fallecidos, que, según diferentes fuentes, oscila entre los cientos y los miles, de los que apenas una decena son militares.

El Gobierno sigue hoy ocultando la cifra de fallecidos, que, según diferentes fuentes, oscila entre los cientos y los miles, de los que apenas una decena son militares

Cuando llegó la madrugada, los enfrentamientos continuaban. Él se encontraba con su unidad en la parte sur de la plaza, donde habían cortado el paso y algunos estudiantes instaron a otros ciudadanos a derribar el bloqueo.

"Yo puedo atestiguar que los soldados de mi unidad no dispararon hacia ellos, pero recuerdo a personas cayendo delante de nosotros. Miré hacia atrás y vi a gente vestida de militar disparando hacia la multitud", afirma.

"Había muchos estudiantes, muchas peticiones, pero la principal era contra la corrupción. ¿No es correcto poner fin a la dictadura y pedir democracia y libertad? Fuera cual fuera su motivo, no debían haberles disparado", remarca.

Tras ser expulsado del Ejército por oponerse a lo ocurrido y pasar varios años en prisión y en un campo de reeducación, Zhang se reinventó como poeta, abrió una librería e incluso fue profesor de go, un juego de enorme complejidad que es muy popular en Asia.

Hoy, entregado a sus memorias, lamenta que el miedo sea la norma en China. "Para muchos, el coste de asumir su responsabilidad es demasiado alto", considera.

En 2009, escribió una carta abierta al entonces presidente chino, Hu Jintao, para pedir una investigación sobre la represión de las protestas y hoy sigue manteniendo que es necesario estudiar el incidente y avanzar hacia la democracia: "El camino es cada vez más difícil, pero nuestra confianza cada vez es más clara. El invierno no puede evitar la llegada de la primavera".

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