Resurrección evangelista en Latinoamérica

Relegada durante años por el socialismo del siglo XXI, que naufragó en parte por la corrupción, la derecha despierta de su letargo. En algunos casos, con la Biblia y las armas como banderas

La senadora opositora Jeanine Áñez (c) habla tras asumir la presidencia interina de Bolivia este martes en La Paz. (Archivo EFE)
Jeanine Áñez tomó el poder con la Biblia en alto. (Archivo EFE)
Sabela Bello y Eduardo Davis

26 de diciembre 2019 - 10:35

Caracas/Brasilia/(EFE).- Las calles de muchos países de Latinoamérica convulsionan. Relegada durante años por el socialismo del siglo XXI, que naufragó en parte por la corrupción, la derecha despierta de su letargo. En algunos casos, con la Biblia y las armas como banderas.

Las protestas registradas este año en Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia se han unido a las que desde hace años ocurren en Nicaragua o Venezuela y hasta a las que en 2013 sacudieron a Brasil.

Aún con orígenes distintos, en todos los casos han reflejado el malestar de las sociedades con sus políticos y con abismos sociales que mantienen a América Latina como una de las regiones con mayores desigualdades en el mundo, bien sea con Gobiernos conservadores, de centro o del amplio espectro ideológico de la izquierda.

Tras unos años 90 signados por el Consenso de Washington, muchos países de América Latina cambiaron de signo político y volcaron sus experiencias en proyectos progresistas o más radicales, como los que encabezaron Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva, Nestor Kirchner, Rafael Correa o Evo Morales, algunos de sus principales exponentes.

Las ambiciones de sus líderes, el clientelismo, las promesas sociales no cumplidas, el fin del boom de las materias primas, la crisis global de 2008 y, sobre todo la corrupción, acabaron con las esperanzas

Si bien en principio ese modelo pareció resultar, las ambiciones de sus líderes, el clientelismo, las promesas sociales no cumplidas, el fin del boom de las materias primas, la crisis global de 2008 y, sobre todo la corrupción, acabaron con las esperanzas y sembraron el malestar que aún se percibe en casi toda la región.

La comunicación directa en la política, que prescinde en parte de la prensa tradicional para apostar en las redes sociales, ha calado en los últimos años con la masificación de esas herramientas, sobre todo entre las clases más acomodadas y conservadoras.

Sin embargo, no es nueva en la política latinoamericana y quien más se valió de ello fue el fallecido Hugo Chávez, con su programa Aló Presidente, que podía durar horas y era transmitido en cadenas nacionales obligatorias, como lo hace aún en Venezuela el presidente Nicolás Maduro.

La comunicación directa con los ciudadanos a través de las redes sociales ha dado lugar a la expresión "populismo digital", que entre sus adeptos, aunque con matices, tiene a los actuales presidentes de El Salvador, Nayib Bukele; y Guatemala, Jimmy Morales, o líderes más progresistas, como el mexicano Andrés Manuel López Obrador.

Vía redes, algunos gobernantes nombran o destituyen ministros o anuncian medidas de importancia nacional, así como presionan a los partidos políticos al agitar a sus seguidores.

Sin duda, el mayor fenómeno latinoamericano en ese sentido es el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, que incluso centró su campaña electoral de 2018 en la difusión masiva de mensajes por WhatssApp y Twitter.

El mayor fenómeno latinoamericano en ese sentido es el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, que incluso centró su campaña electoral de 2018 en la difusión masiva de mensajes por WhatssApp y Twitter

Una vez en el poder, el líder acentuó sus críticas a la prensa tradicional y creó un vasto entramado de redes sociales con el que se mantiene en contacto con sus seguidores, a los que suele alentar con frases ideológicas o religiosas e incita a no creer en la prensa, de la cual afirma que "sólo miente" sobre su Gobierno.

Uno de sus principales lemas lo extrajo de la Biblia: "La verdad os hará libres".

En el último lustro, Latinoamérica cambió de color político y el rojo de las revoluciones y los movimientos populares se tornó azul -más o menos intenso- en gran parte de la región. La derecha sigue ganando terreno y avanzando con su cara más radical en algunos casos, como el de Brasil, con Bolsonaro al frente del Gobierno.

El mandatario brasileño, quizás el ejemplo más representativo del radicalismo en la derecha latinoamericana, apuesta todo al militarismo, palpable en su Ejecutivo, en el que un tercio de sus miembros tienen orígenes militares y más de 100 funcionarios de su Gobierno pertenecen o tienen vínculos con las Fuerzas Armadas.

Con la pistola en una mano y la Biblia en la otra, el líder de la ultraderecha brasileña se escuda en la religión para justificar decisiones que escandalizan a otros países con ideas menos conservadoras, como la firma de un decreto que respalda la tenencia de armas en viviendas o lugares de trabajo para que los "ciudadanos de bien tengan paz en su casa".

El también militar retirado respalda sus iniciativas con el libro al que se agarra como si fuera su talismán, más allá del significado real del texto sagrado, y asegura que las armas son "inherentes" al ser humano y a su defensa, expresión que -asegura- está recogida "en la Biblia".

La religión también se ha mezclado con la política boliviana, al punto de que la presidenta interina, Jeanine Áñez, asumió el poder tras la renuncia de Evo Morales y en medio de revueltas, casi en un altar y decidida a devolver "la Biblia" al Palacio Quemado, en el que durante la época del primer gobernante indio de ese país imperó la Pachamama.

Y así, entre religión y pólvora, avanza la derecha latinoamericana a un ritmo vertiginoso ganando terreno a la izquierda, con hegemonía en la región hace menos de una década.

En los extremos de la región, México y Argentina, López Obrador y Alberto Fernández intentan ahora reunir a las fuerzas progresistas en el llamado Grupo de Puebla, un remedo moderado del más radical Foro de Sao Paulo

En los extremos de la región, México y Argentina, López Obrador y Alberto Fernández intentan ahora reunir a las fuerzas progresistas en el llamado Grupo de Puebla, un remedo moderado del más radical Foro de Sao Paulo, fundado por las izquierdas regionales en 1990.

El descontento político en América Latina es palpable, tal y como demuestran las reivindicaciones, las protestas y los disturbios violentos en diversos países, tanto por la izquierda como por la derecha.

Las calles de Colombia, Honduras, Chile o Ecuador se llenaron de manifestaciones contra la gestión de los respectivos Gobiernos de derecha o centro derecha, mientras que Bolivia, Venezuela o Nicaragua alzan la voz y las armas para derrotar a unas izquierdas señaladas de dictatoriales por parte de sus detractores.

Por diestra y por siniestra, los latinoamericanos quieren cambio, especialmente aquellos países cuyos gobernantes parecen haberse anclado al sillón presidencial al que no están dispuestos a renunciar por más que el pueblo levante la voz y haga de sus reclamos consignas que se repiten insistentemente.

Como si de un virus se tratase, los latinoamericanos se contagian del afán reivindicativo de países vecinos y los reclamos se extienden como la pólvora por la región, en la mayoría de los casos con daños colaterales dramáticos.

Las protestas de los últimos tiempos en Latinoamérica se saldaron con miles de muertos y heridos, en su mayoría a manos de efectivos de las fuerzas de seguridad de los diferentes estados o de paramilitares estratégicamente dirigidos por altos mandos de los gobiernos de turno.

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