La crisis migratoria que ha puesto a prueba la solidaridad de Centroamérica

Migrantes cubanos en Turbo. (EFE)
Migrantes cubanos varados en Turbo. (EFE)
María M.Mur

08 de octubre 2016 - 14:07

Panamá/(EFE).- Mientras algunos países europeos plantan cara a los refugiados e incluso celebran referéndums en su contra, Centroamérica se enfrenta a unacrisis migratoria que acapara menos titulares, quizá porque arrastra muchos menos muertos, pero que también pone a prueba la solidaridad de esta región empobrecida y marcada por la violencia.

"Ésta es una de las regiones con más tránsito de migrantes en el mundo y, por lo tanto, la migración no es un tema nuevo, aunque es verdad que se ha hecho más visible y más grande en los últimos tiempos", reconoce a Efe el director regional de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), Marcelo Pisani.

La posición geográfica condena a Centroamérica a ser un lugar de paso. Durante años, millones de almas han usado este corredor como trampolín para alcanzar el manido y caduco sueño americano. Pero en noviembre de 2015 todo saltó por los aires: Nicaragua decidió cerrar sus fronteras aduciendo razones de seguridad nacional.

La explicación no convenció a la región y los críticos acusaron al Gobierno de Daniel Ortega de ser una marioneta de los Castro y de blindar sus fronteras para frenar el éxodo masivo de cubanos.

El caso es que el cerrojazo nicaragüense, que nadie aún se atreve a cuestionar en alto, provocó un tapón de dimensiones nunca antes vistas en la región: 10.000 migrantes, en su gran mayoría cubanos y haitianos, se quedaron atrapados entre Panamá y Costa Rica. Sin apenas recursos y sin ninguna intención de volver a casa.

Los Gobiernos de ambos países llegaron a un acuerdo con México para trasladarles en vuelos directos a distintas ciudades mexicanas y que pudiesen así cruzar la frontera por su cuenta. Pero la medida, lejos de aliviar el embudo, provocó un efecto llamada y Panamá y Costa Rica se vieron obligados a tomar la misma decisión que Nicaragua, incapaces de atender a tanta gente.

"La solución a la crisis migratoria actual pasa por una decisión política, pero no solo de Panamá y Costa Rica", dijo un experto de la OIM

Ni siquiera así cesó el flujo y, un año después, la migración ilegal sigue estrangulando a una región que pelea contra viento y marea para atender las necesidades de sus propios ciudadanos y que se siente abandonada por la comunidad internacional, especialmente Estados Unidos, aunque ningún mandatario lo diga.

"La solución a la crisis migratoria actual pasa por una decisión política, pero no solo de Panamá y Costa Rica, que han sido tal vez los más afectados hasta el momento, sino de todos los países de tránsito, origen y destino", afirma Pisani.

No hay que olvidar que Estados Unidos, a pesar del acercamiento con Cuba, sigue dándole la residencia a todos isleños que llegan a su territorio gracias a la Ley de Ajuste Cubano (1966). Y que hasta hace apenas dos semanas ofrecía asilo a los haitianos que huían de la miseria y la devastación que provocó el terremoto de 2010 en el país caribeño.

Los presidentes de Panamá y Costa Rica, Juan Carlos Varela y Luis Guillermo Solís, que mantuvieron este viernes un encuentro en Panamá, han alzado la voz en varios foros internacionales, la última vez durante la cumbre de los refugiados que se celebró en el marco de la pasada Asamblea de Naciones Unidas.

Incluso los cancilleres de nueve países latinoamericanos le escribieron una carta al secretario de Estado estadounidense, John Kerry, pidiéndole una revisión de la normativa migratoria para desincentivar la migración ilegal. Pero nada, Estados Unidos no está dispuesto a hacer cambios.

"Como región no ha habido una estrategia coordinada para afrontar la crisis, solo soluciones puntales. Algunos países han recibido a los migrantes con muchos prejuicios, y otros con los brazos abiertos, como Panamá. Tanto es así que algunos dicen que Panamá incentiva el tránsito ilegal al tratar tan bien a los migrantes", sostiene a Acan-Efe el sociólogo panameño Gilberto Toro.

En lo que va de año, las autoridades panameñas han ofrecido alojamiento y comida a unos 9.000 migrantes irregulares, que llegaron al país tras cruzar a pie el Darién, una selva de 6.000 kilómetros cuadrados, inhóspita y peligrosa, que hace de frontera natural entre Colombia y Panamá y donde campan a sus anchas jaguares y perros salvajes.

"Centroamérica ha tendido siempre a ver la migración en clave de seguridad y no como de derechos humanos", apunta una ONG panameña

"Centroamérica ha tendido siempre a ver la migración en clave de seguridad y no como de derechos humanos. No hay una política en materia de derechos humanos que permita realmente proteger a los miles de ciudadanos que salen de sus países. Durante esta crisis ha habido esfuerzos, pero no los suficientes", apunta por su parte la directora de la ONG panameña Justicia y Paz, Maribel Jaén.

Lo cierto es que los mayores esfuerzos han venido por parte de la Iglesia y de los propios vecinos de las comunidades fronterizas, que han demostrado una solidaridad fuera de serie. Pueblos volcados en y en atender hasta mujeres embarazas.

"Se ha generado una movilización muy interesante desde el punto de vista social que habla bien de nosotros", añade el sociólogo. De hecho, el propio presidente Varela agradeció esta semana al pueblo panameño su dedicación y su entrega.

Según los últimos datos, ahora mismo se encuentran varados en Panamá cerca de 4.000 migrantes que aguardan a que el semáforo de Nicaragua se ponga de nuevo en verde.

"Centroamérica, al igual que el resto del mundo, debe prepararse para gestionar un número mayor de migrantes y lograr que esos flujos migratorios resulten beneficiosos para sus comunidades", explica el director de la OIM.

El primer reto, sigue Pisani, es combatir la narrativa tóxica que rodea a la migración y cambiar las políticas restrictivas. Ahí es nada.

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