La fortaleza que nos fragiliza

El huracán Irma ha evidenciado la fortaleza de un poderoso Estado y la fragilidad de una ciudadanía desvalida

Cola para el pan liberado tras el paso de Irma. A falta de luz el "el pan con algo" es la comida más frecuente. (14ymedio)
Cola para comprar el pan liberado tras el paso del huracán Irma por La Habana. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

14 de septiembre 2017 - 21:44

La Habana/El paso del devastador huracán Irma a lo largo de la costa norte de Cuba y el posterior proceso de recuperación han evidenciado la fortaleza de un poderoso Estado y la fragilidad de una ciudadanía desvalida.

En cada una de las 14 provincias, afectadas desde Guantánamo hasta Artemisa, cuantiosos recursos fueron movilizados casi de inmediato para restablecer las redes eléctricas y de comunicación, reabrir caminos interrumpidos y recoger los desechos sólidos. Tras la orden impartida desde la máxima instancia gubernamental se establecieron las prioridades para devolver la capacidad de alojamiento a los centros turísticos afectados y poner en pleno funcionamiento los hospitales y las escuelas.

En el interior de las miles de viviendas golpeadas por la furia de los vientos o anegadas por las penetraciones del mar el drama lleva una velocidad diferente. Cada uno de los, en apariencias insignificantes, cacharros que atesora un ama de casa en su cocina, las prendas de vestir, los colchones, los viejos muebles heredados de sus antepasados, los efectos electrodomésticos y una larga lista de efectos personales, adquiridos con inimaginables sacrificios, todo lo que una vez fue insustituible, se ha vuelto de pronto irrecuperable.

En el interior de las miles de viviendas golpeadas por la furia de los vientos o anegadas por las penetraciones del mar el drama lleva una velocidad diferente

El todopoderoso Estado se presenta generoso con lo que a su juicio resulta imprescindible, por eso "adelantó" la cuota mensual del mercado racionado y vende "a precios módicos" comida elaborada en los sitios más vulnerados. Pero hablando en términos jurídicos, el Estado "no conoce" lo que los ciudadanos consiguen por los intrincados caminos del mercado negro, como tampoco se da por enterado de la mochila que mandó un pariente de Miami, los zapatos comprados en el mercado en divisas, el televisor que trajo una mula que viaja a Panamá o la computadora vendida por un vecino antes de irse del país.

Muchas pérdidas ni siquiera se pueden declarar por el temor a convertirse en un receptador confeso de bienes adquiridos por vías ilegales.

Otro aspecto que gravita sobre la fragilidad de los afectados es la enorme diferencia entre el costo real y el precio legal que tienen las propiedades. Lo que el comprador pagó por una casa o un automóvil puede ser un 2.000% superior al valor con que aparece registrado oficialmente, de manera que al cuantificar las averías o las destrucciones totales nunca se refleja el verdadero daño ocasionado al damnificado.

En una nación de desposeídos, la capacidad de recuperación de los individuos y de las familias afectadas por algún desastre natural depende de lo que el Estado omnipropietario le asigne a cada cual bajo las reglas de distribución que impone el igualitarismo.

Aquellos que por uno u otro medio alcanzaron a empoderarse económicamente carecen de una garantía que les asegure una pronta reparación de daños

Aquellos que por uno u otro medio alcanzaron a empoderarse económicamente carecen de una garantía que les asegure una pronta reparación de daños. Esa clase media emergente, surgida tras las tímidas reformas de Raúl Castro, está marcada por el concepto del cuentapropismo, que se traduce en que los riesgos de su emprendimiento los tiene que enfrentar cada cual como pueda.

Pronto se informará de que los hoteles en los cayos han quedado mejor que como estaban antes del paso de Irma, que por los pedraplenes ya circulan los ómnibus con aire acondicionado repletos de visitantes extranjeros llegados en la temporada alta y que todos los aeropuertos están disponibles. Lo que nunca se sabrá con exactitud es cuántas pequeñas cafeterías, talleres de reparación, restaurantes y casas de alquiler particulares han desaparecido.

El poder del Estado no debiera descansar en la fragilidad de sus ciudadanos.

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