Kabul, una ciudad borrada tras cuatro años de dominio talibán
Afganistán
Antes, las calles de Kabul eran un crisol de colores y estilos. Hoy, el azul del burka se ha multiplicado
Nueva Delhi/Kabul/Hace cuatro años, los escaparates de Kabul exhibían la última moda y las mujeres regentaban salones de belleza. Hoy, cuatro años después del regreso de los talibanes, muchos de esos comercios están cerrados y, en las aceras, las familias venden sus pertenencias para sobrevivir. La transformación de la capital afgana se mide en lo que ya no se ve ni se oye, postales de una ciudad donde la vida cotidiana se ha reescrito a la fuerza.
Antes, las calles de Kabul eran un crisol de colores y estilos. Hoy, una paleta más sobria domina la escena. El azul del burka se ha multiplicado, cubriendo la práctica totalidad de las mujeres en muchos barrios. El hiyab ahora debe ocultar cada centímetro de cabello y cuello, y muchas optan por cubrir también su rostro.
Para los hombres, la barba larga y sin afeitar ya no es una elección personal, sino una expectativa social, a menudo vigilada. Además, el régimen ha impuesto un estricto código de vestimenta para los estudiantes: los de secundaria deben vestir de azul con un gorro blanco; los de bachillerato, de blanco y con turbante. Los sastres han tenido que adaptar sus diseños, y los escaparates ya no exhiben la diversidad de antaño. La vestimenta se ha convertido en un marcador visual de la nueva autoridad.
Los atardeceres en Kabul solían venir acompañados de música, ya fuera saliendo de las tiendas, de los coches o incluso de celebraciones familiares. Hoy, los reproductores de música han desaparecido de los comercios, y las bodas y reuniones se desarrollan en un tono más apagado.
Según las normas del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, la voz de una mujer es privada y no debe ser escuchada en público
Según las normas del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, la voz de una mujer es privada y no debe ser escuchada en público. Recientemente, durante una rueda de prensa de un ministerio, la voz de una periodista fue deliberadamente silenciada en la retransmisión televisiva.
Los cines y teatros, que ofrecían ventanas a la cultura, permanecen cerrados. El bullicio de las conversaciones animadas aún existe, pero una capa de cautela lo envuelve.
Si se camina por las zonas comerciales, enseguida se notan los locales con las persianas bajadas, los carteles descoloridos de negocios que ya no existen. Muchos de ellos eran salones de belleza para mujeres, ahora prohibidos. Otros vendían ropa de estilos occidentales o exhibían publicidad con rostros femeninos, algo ahora perseguido. La actividad comercial se ha reorientado, con un auge de tiendas que venden vestimenta islámica y productos que se ajustan a las nuevas normas. La vitalidad que caracterizaba a ciertas áreas ha menguado, dejando tras de sí los fantasmas de un pasado reciente.
Donde antes se escuchaban las voces de jóvenes estudiantes de ambos sexos, hoy solo queda la presencia de los chicos. Afganistán es el único país del mundo que no permite la educación de mujeres. Las niñas que superaron la educación primaria se enfrentan a un futuro incierto. Los currículos educativos, incluso para los niños, han experimentado una profunda revisión, con un énfasis marcado en la instrucción religiosa y una adaptación de otras materias a la narrativa talibana.
Afganistán es el único país del mundo que no permite la educación de mujeres. Las niñas que superaron la educación primaria se enfrentan a un futuro incierto
La presencia de miembros talibanes, a menudo identificables por su vestimenta tradicional, sus barbas y sus vehículos todoterreno pick-up, es constante en las calles. Aunque la tensión de los primeros meses ha disminuido, se les ve patrullando y vigilando el cumplimiento de las normas. Agentes del Ministerio de la Virtud vigilan parques y zonas de ocio, llegando a inspeccionar vehículos para asegurarse de que ninguna mujer entre en estos lugares, ni siquiera acompañada por su familia.
Las ejecuciones públicas, un recuerdo sombrío del primer régimen talibán en los años 90, han regresado. Aunque no con la misma frecuencia, los estadios de fútbol y las plazas públicas han vuelto a ser escenario de castigos corporales y ejecuciones. Este "espectáculo del castigo" dibuja la nueva relación entre el Estado y el ciudadano, donde la justicia es inmediata, brutal y se ejerce a la vista de todos.
Una de las postales más surrealistas del nuevo Kabul es ver a los combatientes talibanes patrullando las calles a bordo de Humvees y otros vehículos blindados de fabricación estadounidense. Este material, abandonado por el ejército afgano tras su colapso, se ha convertido en un poderoso símbolo de la victoria talibana.
Antes, Kabul era una ciudad donde la gente se fotografiaba en parques o frente a monumentos. Los escaparates mostraban modelos. Hoy, la fotografía está bajo sospecha, especialmente la de mujeres. Los rostros han desaparecido de la publicidad, reemplazados por imágenes abstractas o textos, y tomar una fotografía en la calle puede derivar en un interrogatorio.