Sin palabras en Uvalde

Las familias, conmocionadas, aún no saben qué decir ni qué receta puede haber para poner fin a los tiroteos masivos

Cientos de personas tratan de arroparse unas a otras, se abrazan, sollozan en silencio o en alto. (EFE)
Cientos de personas tratan de arroparse unas a otras, se abrazan, sollozan en silencio o en alto. (EFE)
Lucía Leal

26 de mayo 2022 - 10:34

Uvalde (Texas)/(EFE).- Nadie quiere hablar de control de armas, de soluciones a los tiroteos, de los debates estériles que se activan periódicamente en Washington. A los familiares de las víctimas en Uvalde, las palabras se les atragantan en la garganta: no hay recetas que valgan.

"Mi nieta no se merecía esto", dice Esmeralda Bravo, acorralada por un tropel de periodistas a los que pide, primero con los ojos y después con una voz tímida y temblorosa, que se alejen, que no puede hablar más.

En sus manos está la foto de Neveah, una de los 19 niños de entre 9 y 11 años brutalmente asesinados el martes en Uvalde por un atacante que los acribilló con un rifle de asalto, el mismo que acabó con las vidas de dos maestras en un aula de la escuela primaria Robb.

Todos ellos han acudido a la vigilia en honor de las víctimas en un estadio de suelo arenoso en esta pequeña ciudad de apenas 16.000 habitantes

Son también niñas las que ahora le ponen las manos en los hombros a Esmeralda, le susurran que deje de hablar si quiere, tratan de llenar el vacío. A su alrededor, cientos de personas tratan de arroparse unas a otras, se abrazan, sollozan en silencio o en alto.

Todos ellos han acudido a la vigilia en honor de las víctimas en un estadio de suelo arenoso en esta pequeña ciudad de apenas 16.000 habitantes, donde el 82% son hispanos y casi todos conocen a sus vecinos, a los padres que cada día recogían a los niños a la vez que ellos en la escuela primaria Robb.

En un país donde hay más de un tiroteo masivo al día, la frase "pensamientos y oraciones" suele ser el comodín de los líderes que se niegan a impedir que los rifles de asalto caigan en manos de personas como el atacante de Uvalde, y que se refugian en la religión para no actuar sobre las armas.

Sin embargo, esas oraciones –pronunciadas por distintos párrocos de la ciudad– han servido para reunir en una vigilia a tantas personas que el martes lloraron en silencio en sus casas, y que ahora pueden ofrecer consuelo a quienes quizá no estén preparados para recibirlo.

El mantra de los rezos suena de fondo mientras algunos se acercan a sus conocidos, les ponen una mano en el hombro y se miran sin saber qué decir.

"Era muy alegre, siempre riéndose", es todo lo que alcanza a comentar Angie García cuando Efe le pregunta sobre su sobrina Eliana Ellie García, de 9 años.

En entrevistas con otros medios horas antes, los abuelos de Ellie la habían descrito como una fan del baloncesto, de bailar cumbia y de la película Encanto que soñaba con ser maestra y vestirse de púrpura en su fiesta de quinceañera.

Pero mientras abraza a un niño en la vigilia, Angie no consigue decir mucho más, y suelta apenas un leve "no sé" ante la pregunta de qué espera de los líderes de su ciudad y su estado, qué quiere que hagan, cuál es el siguiente paso.

"Hay que ser fuertes, es lo que mi hija habría querido para todo el mundo", esboza Ryan Ramírez, que ha traído a la vigilia varios de los dibujos de Alithia Ramírez, fallecida en el tiroteo a los 10 años.

"No van a hacer nada para cambiar esto a no ser que nosotras les presionemos (...). Y nadie lucha como una latina"

Vestidos con camisetas guinda (granate), el color que representa a la escuela Robb, familiares y amigos de Ramírez se turnan para enseñar a los periodistas las ilustraciones mientras el padre consigue apenas articular un adjetivo para describir a su hija: "Era una buena artista".

En el proceso de duelo de Ryan Ramírez, la ira ha empezado a hacer su aparición: aún no entiende, confiesa, cómo "todo ocurrió hacia el mediodía y la mayoría de los padres se enteraron hacia las 11 de la noche" del martes.

Horas antes, en la puerta del instituto del que se graduó hace 37 años, Ángela Villescaz recordaba entre lágrimas a Jackie Cazares, una pariente lejana suya que acababa de hacer la primera comunión cuando fue asesinada junto a su prima Annabell Rodríguez.

Desde esa relativa distancia, a Villescaz sí le alcanzan las palabras para hablar, pero no quiere quedarse en eso: planea impulsar una nueva organización de madres hispanas que luchen contra la violencia armada.

"No van a hacer nada para cambiar esto a no ser que nosotras les presionemos (...). Y nadie lucha como una latina", asegura Villescaz a Efe.

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