Periodismo sin salario y con censura: la otra cara de Telesur

Cuba y la Noche

Si alguien quiere enterarse de lo que realmente pasa en Venezuela o en Cuba, lo más saludable sigue siendo cambiar de canal

Telesur nació en 2005 como una jugada de Hugo Chávez para contrarrestar “la hegemonía mediática del imperialismo”.
Telesur nació en 2005 como una jugada de Hugo Chávez para contrarrestar “la hegemonía mediática del imperialismo”. / Telesur
Yunior García Aguilera

25 de julio 2025 - 13:57

Madrid/Desde hace dos décadas, Telesur insiste en autodenominarse “La señal informativa de América Latina”. Pero basta con verla cinco minutos para notar que ni siquiera disimulan el sesgo. Su línea editorial es un espejo retrovisor atascado en la distopía del socialismo del siglo XXI. Lo que presenta como periodismo es, en realidad, un guion escrito por los ideólogos del castrismo y maquillado con el histrionismo bolivariano. Si alguien quiere enterarse de lo que realmente pasa en Venezuela o en Cuba, lo más saludable sigue siendo cambiar de canal. O mejor, apagar el televisor.  

La empresa multiestatal socialista nació en 2005 como una jugada de Hugo Chávez para contrarrestar “la hegemonía mediática del imperialismo”. Soñaban con una especie de CNN caribeña, con acento guerrillero y espíritu insurgente. Lo que parieron, sin embargo, fue un retablo audiovisual donde cada boletín parece un acto de fe, y cada presentador un evangelista del fracaso.

No obstante, hasta los revolucionarios más fervorosos tienen que pagar la renta. Y Telesur, como todo proyecto socialista, carga con impagos, precariedad laboral, favoritismos, y un personal que cada vez cree menos en lo que transmite. Periodistas de la señal en inglés han denunciado años de salarios caídos, condiciones laborales de subsistencia, y un ambiente tóxico donde los únicos que prosperan son los leales, no los talentosos. Para resolver, como decimos los cubanos, recurrieron a estudiantes de la Isla para hacer traducciones y subtítulos por precios tan bajos que harían sonrojar al capitalista más voraz.

Incluso quien alguna vez creyó en el proyecto y aún conserva dignidad, terminó bajándose del barco

Incluso quien alguna vez creyó en el proyecto y aún conserva dignidad, terminó bajándose del barco. Leandro Lutzky, periodista argentino y rostro visible del noticiero, renunció cuando el canal aplaudió las elecciones venezolanas como si fuesen una demostración de civismo escandinavo. Ver a Telesur diciendo que Maduro fue electo de forma “transparente” en 2024 fue, para Lutzky, el límite. Se fue. Y lo dijo en voz alta. 

Y luego está Walter Martínez, el hombre del parche en el ojo, que durante años saludaba desde Dossier a “los tripulantes de nuestra querida, contaminada y única nave espacial”. Un periodista con décadas de experiencia y una memoria que terminó incomodando a los amnésicos del poder. 

Martínez acusó al ex ministro Andrés Izarra, primer director del canal, de haberse apropiado de ideas ajenas y fondos públicos que estaban destinados a la infraestructura de Telesur y al lanzamiento del satélite Simón Bolívar. “Izarra desfalcó al Estado”, dijo Martínez. En su estilo pausado, lo dejó claro: sobrevivir hoy en ese ecosistema requiere “manos muy ágiles”. Y todos lo entendieron.

Pero lo más personal vendría después. En 2020, Martínez denunció a la presidenta actual, Patricia Villegas, por retenerle pagos, contratar a connacionales con sueldos en dólares y excluirlo de la señal en Venezolana de Televisión (VTV) con el pretexto de protegerlo por su edad durante la pandemia. “No le da la gana de retribuir mi trabajo, pero trae connacionales pagados en dólares”, dijo. Y como siempre, no hubo réplica. 

Martínez reveló también que Villegas solicitó ocho millones de dólares para montar una señal de Telesur en Ecuador, porque –según ella– ese país “merecía más presencia mediática que Venezuela”. Una afirmación que, viniendo de la presidenta de un canal supuestamente venezolano, decía más que cualquier editorial.

Desde la salida forzada de Aram Aharonian hasta la actual purga silenciosa de periodistas, el canal ha demostrado que lo único que no se permite es disentir

La censura también llegó a su puerta. Su programa fue sacado del aire en VTV por órdenes del ministro Jorge Rodríguez, después de que intentara entrevistar a un opositor. Al invitado lo expulsaron del canal entre gritos. Y a Martínez, le apagaron el micrófono.

Según él, Patricia Villegas maneja el canal como si fuera más poderosa que el propio Maduro. Convoca asambleas, nombra vicepresidentes, reparte recursos –en dólares, claro– y actúa con el respaldo tácito de la cúpula. No dirige una televisora: administra una doctrina.

Desde la salida forzada de Aram Aharonian, uno de sus fundadores, hasta la actual purga silenciosa de periodistas incómodos, el canal ha demostrado que lo único que no se permite es disentir.

Si alguna vez fue una promesa, hoy es apenas una caricatura, un boletín monocorde donde el pluralismo es un delito. Y como toda secta dogmática, solo tiene dos opciones para los apóstatas: el exilio… o la invisibilidad.

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