Los venezolanos agotaron las vías cívicas para salir de la dictadura
Venezuela
El despliegue militar de EE UU en el Caribe puede inclinar la balanza si va acompañado de una movilización popular contra el régimen
Madrid/La reciente decisión de Estados Unidos de desplegar destructores y activos aéreos en el mar Caribe ha vuelto a colocar a Venezuela en el centro de las noticias. El régimen de Nicolás Maduro reaccionó de inmediato denunciando una “amenaza imperialista” y movilizando a supuestos millones de milicianos como parte de un ritual ya conocido de “soberanía en peligro".
Desde México hasta Brasil, pasando por Colombia, se escuchan advertencias contra cualquier tentación de intervención. Claudia Sheinbaum habló de “no al intervencionismo”, Gustavo Petro de un “error histórico”, y Celso Amorim, asesor de Lula, recordó que el principio de no intervención sigue siendo columna vertebral de la diplomacia brasileña. Mientras denuncian el músculo estadounidense, algunos gobiernos progresistas guardan silencio sobre el músculo represivo interno que desde hace años aplasta a los venezolanos.
Los presidentes latinoamericanos están atrapados entre el rechazo al intervencionismo y la imposibilidad de respaldar abiertamente a una vulgar dictadura
Washington justifica sus movimientos con la narrativa de la lucha contra el narcotráfico y ha elevado la recompensa contra Maduro a 50 millones de dólares. Caracas, por su parte, sostiene que se trata de un pretexto para abrir la puerta a un ataque militar. Y los demás países de la región reviven fantasmas de la Guerra Fría, con buques estadounidenses frente a las costas de una nación aliada de Rusia, China e Irán. Los presidentes latinoamericanos están atrapados entre el rechazo al intervencionismo y la imposibilidad de respaldar abiertamente a una vulgar dictadura.
En paralelo, la geopolítica global añade más capas de incertidumbre. Aunque no hay confirmación oficial, es plausible que Donald Trump y Vladímir Putin hayan conversado sobre Venezuela durante su reciente encuentro en Alaska, dado que Caracas es uno de los puntos de apoyo de Moscú en el hemisferio occidental. La debilidad de Irán, golpeado en las últimas semanas por ataques selectivos a sus milicias y por crisis internas, reduce su capacidad de proyectar poder en América Latina, lo que deja a Rusia como el verdadero sostén de Maduro. Por otro lado, China evita confrontar directamente a Washington en un momento en que sus intereses principales están en el Pacífico y en la estabilidad económica global. Su apuesta parece ser la prudencia, esperando que otros asuman los costos de la confrontación abierta.
Lo intentaron en las urnas una y otra vez, incluso cuando el árbitro electoral estaba claramente sesgado
Conviene, sin embargo, mirar más allá del teatro militar y recordar el camino recorrido por la sociedad venezolana en su intento de poner fin a un régimen que ya suma más de dos décadas. Si algo caracteriza a los venezolanos es la paciencia con la que han apostado a salidas cívicas. Lo intentaron en las urnas una y otra vez, incluso cuando el árbitro electoral estaba claramente sesgado. En 2015, la oposición ganó la Asamblea Nacional con mayoría abrumadora, solo para ver cómo el Tribunal Supremo anulaba sus decisiones y Maduro creaba una Constituyente paralela que terminó vaciando de poder al Parlamento. A pesar de todo, millones siguieron votando con la esperanza de que las urnas fueran un camino de salida.
Cuando la vía electoral fue bloqueada, la calle se convirtió en escenario de resistencia. Manifestaciones masivas sacudieron Caracas y otras ciudades, dejando tras de sí centenares de muertos y miles de heridos o detenidos. Jóvenes que marchaban con banderas y escudos improvisados enfrentaron la brutalidad de cuerpos represivos como la Guardia Nacional y las Faes. La comunidad internacional observó con preocupación, pero nunca pasó de las sanciones y los comunicados. El costo lo pagaron los manifestantes, y la impunidad terminó reforzando al régimen.
Noruega, República Dominicana, México y hasta el Vaticano fungieron como mediadores en diálogos que parecieron eternos
Tampoco faltaron los intentos de negociación. Noruega, República Dominicana, México y hasta el Vaticano fungieron como mediadores en diálogos que parecieron eternos. Cada vez que se abría una mesa, la esperanza regresaba. Pero en cada ocasión el chavismo supo ganar tiempo, dividir a la oposición y recomponer sus alianzas internacionales. Al final, las conversaciones sirvieron más para legitimar al régimen que para arrancarle concesiones reales. Hoy, muchos venezolanos sienten que han agotado todas las vías cívicas sin resultados tangibles, atrapados entre un Gobierno que no cede y una comunidad internacional que no arriesga.
En este contexto, el despliegue militar de Estados Unidos adquiere una carga simbólica poderosa. Para algunos, representa la posibilidad de un desenlace que nunca llegó por la vía pacífica. Para otros, es la amenaza de un escenario aún más trágico, con Venezuela convertida en el próximo Irak o Libia. Entre esos extremos, se mueven los posibles escenarios de esta crisis.
Algunos expertos coinciden en que la opción de una guerra convencional no está en los planes inmediatos
El primero, y quizás más probable, es el de la disuasión sin intervención, con los buques estadounidenses patrullando, recolectando inteligencia, tal vez interceptando embarcaciones, pero sin cruzar la línea roja de atacar directamente a fuerzas estatales venezolanas. Ese escenario buscaría presionar, debilitar la narrativa de Maduro y al mismo tiempo enviar un mensaje a sus socios externos. El segundo escenario sería una acción limitada, ataques puntuales contra infraestructuras o redes de narcotráfico vinculadas al régimen, algo parecido a las operaciones que Washington ha realizado contra grupos armados en África o Medio Oriente. El tercero sería una intervención más amplia, con desembarcos anfibios y bombardeos contra objetivos militares. Es el menos probable, pero no puede descartarse si ocurre un incidente que eleve la tensión.
Algunos expertos coinciden en que la opción de una guerra convencional no está en los planes inmediatos. La analista internacional María Teresa Romero señaló recientemente que “Estados Unidos no puede darse el lujo político ni económico de embarcarse en otra intervención abierta en América Latina”. El profesor Michael Shifter, del Diálogo Interamericano, advirtió que “el costo político regional sería altísimo; la mayoría de gobiernos latinoamericanos rechazarían cualquier acción militar directa contra Caracas”. Ambos coinciden en que lo más probable es que Washington utilice la amenaza como herramienta de presión, para negociar, pero no como preludio de invasión.
Maduro explota la narrativa nacionalista para consolidar apoyos internos y distraer de la crisis humanitaria
Mientras tanto, Maduro explota la narrativa nacionalista para consolidar apoyos internos y distraer de la crisis humanitaria. Millones de venezolanos siguen sin luz estable, sin medicinas, con salarios que no alcanzan ni para un kilo de harina. La movilización de “milicianos” es menos una fuerza real que un espectáculo para consumo interno. La verdadera fuerza de Maduro está en la desunión de la oposición y en la red de apoyos externos que le brindan Moscú, Pekín y Teherán.
El desenlace, por tanto, no dependerá únicamente de cuántos destructores naveguen frente a La Guaira. Dependerá de si Estados Unidos decide ir más allá de la retórica, de si los aliados latinoamericanos se atreven a condicionar la relación con Caracas y, sobre todo, de si los propios venezolanos logran reconstruir una alternativa política sólida. La experiencia de veinte años demuestra que las soluciones mágicas desde fuera casi nunca funcionan. La presión militar puede inclinar la balanza, pero no sustituirá la necesidad de una estrategia interna capaz de movilizar a la ciudadanía y fracturar los apoyos del régimen.