Baracoa, el rostro del desastre

El huracán Matthew dejó a su paso por Cuba graves destrozos en el extremo oriental de la Isla, con derrumbes de viviendas totales y parciales, postes de electricidad tumbados y carreteras cortadas. (EFE)
El huracán Matthew dejó a su paso por Cuba graves destrozos en el extremo oriental de la Isla, con derrumbes de viviendas totales y parciales, postes de electricidad tumbados y carreteras cortadas. (EFE)
Yunier Reyes

06 de octubre 2016 - 15:43

Baracoa/Un martilleo se ha apoderado de Baracoa. Por todas partes se clavetea, se remueven las tejas caídas y los vecinos tratan de salvar de los escombros aquello que pueda ser reutilizado. Caminan sobre los montículos de ladrillos, suben sobre los fragmentos de escaleras que ya no llevan a ninguna parte y rescatan la marquetería de una ventana que una vez estuvo insertada en alguna pared. De la ciudad apenas se ven ruinas, pero se escucha el creciente rugido de la sobrevivencia.

El huracán Matthew ya está lejos de la parte más oriental de Cuba, aunque por años será un visitante indeseado en los recuerdos de los baracoenses. "Estoy buscando la foto de mi abuelo, que estaba en la sala", cuenta Cira, una vecina de 58 años que el martes recogió lo poco que tenía y se fue para casa de unos familiares que contaban con "techo de placa", más fuerte para enfrentar los vientos.

Los bomberos y las brigadas de militares que están llegando aconsejan a los residentes que se alejen de los escombros y tengan cuidado con los trozos de metal

La mujer ha regresado al lugar donde estuvo su vivienda y apenas queda la marca de los cimientos. "Aquí estaba mi cuarto", señala, y dos pasos más allá y bajo una montaña de tablas asoma el blanco impoluto de una taza de baño. Lo ha perdido todo: el televisor, el colchón, la cafetera, una mesa de caoba que heredó de su madre y el retrato del abuelo frente al que ponía "flores todos los días".

La historia de Cira no es la más grave. En Baracoa todos han sido tocados por la desgracia. Luisito, de ocho años, no encuentra a su perro, lo estuvo llamando a gritos toda la tarde del miércoles después de regresar de casa de unos primos donde su familia se refugió, pero no ve su cola ni su lomo blanco por ningún lado. "Seguro se escondió, es muy inteligente", lo calma la madre.

Todavía no se ha reportado ningún fallecido tras el paso del devastador huracán, pero la ciudad asemeja un cadáver. Los bomberos y las brigadas de militares que están llegando aconsejan a los residentes que se alejen de los escombros y tengan cuidado con los trozos de metal, las maderas quebradas y los cristales que amenazan en el suelo. Pero pocos hacen caso.

Están en una batalla contra reloj. Quieren recuperar todos los materiales que puedan para la reconstrucción parcial o total de sus viviendas. Temen que cuando la zona se militarice los alejen del lugar donde estuvieron sus hogares y no puedan seguir rescatando algunas pertenencias personales que todavía quedan dispersas por el suelo.

La gente se consuela con la situación más grave que padecen otras zonas de la provincia de Guantánamo a las que aún no se ha podido acceder. El camino hacia Maisí está interrumpido por los árboles y los trozos de asfalto que se han despegado de la carretera. Apenas se ha podido saber nada de lo ocurrido tras el impacto del organismo en el "hocico del Caimán", la punta más oriental de la Isla.

Los ríos siguen crecidos y en la zona de San Antonio del Sur los viales han sido arrancados en algunos tramos y crece la fila de clientes frente a la panadería. Los más previsores, que lograron comprar algunos alimentos antes de que comenzaran las primeras ráfagas de Matthew, declaran que ya no les queda nada. "No hay mucho para comer", se queja una mujer cerca del comercio estatal, uno de los pocos con grupo electrógeno en todo el poblado.

De los vecinos de Puriales, un pequeño municipio de la zona, tampoco se sabe nada. La comunicación por telefonía, móvil y fija se ha cortado y no llegan las señales de radio o televisión

A las afueras de la ciudad de Baracoa el aire se llena también con el ronroneo de las motosierras de una brigada técnica militar que intenta abrirse paso hacia los pueblitos que han quedado incomunicados. Las líneas telefónicas siguen cortadas y los celulares no pueden recargarse debido a la falta de fluido eléctrico.

De los vecinos de Puriales, un pequeño municipio de la zona, tampoco se sabe nada. La comunicación por telefonía, móvil y fija se ha cortado y no llegan las señales de radio o televisión. La enorme antena repetidora de Radiocuba yace caída muda y sorda sobre un techo.

Uno de los peores escenarios se halla en el tramo entre Bagá y la conocida como la Curva del Sapo. Los postes eléctricos se han desplomado y la tierra está tapada de una alfombra de matas de plátano que no aguantaron los vientos. Las posturas de tomates se han dañado y la preocupación de un desabastecimiento de alimentos se extiende por todos lados.

El drama mayor lo viven quienes han perdido totalmente su vivienda. Este miércoles en la noche algunos no querían moverse siquiera del espacio donde una vez amaron, durmieron o cocinaron. Las paredes y el techo ya no están, pero "esta es mi casa", asegura Cira, que con una linterna en la mano intentaba encontrar en los escombros la foto de su abuelo.

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