Día 7: Este virus nos ha robado los abrazos

Este virus nos ha robado los abrazos. Solo espero que no nos arrebate algo más

El desafío y la verdadera fiesta consiste en despertar y respirar sin dificultad cada mañana. (14ymedio)
El desafío y la verdadera fiesta consiste en despertar y respirar sin dificultad cada mañana. (14ymedio)
Yoani Sánchez

27 de marzo 2020 - 19:29

La Habana/A diferencia de otros viernes, en este no hay llamados a quedar con los amigos, citas previas que anteceden al fin de semana ni preparativos para salir el sábado y domingo. Durante una cuarentena todos los días son iguales, transcurren sin muchos cambios y sin apenas sobresaltos. El desafío y la verdadera fiesta consiste en despertar y respirar sin dificultad cada mañana.

Con 80 casos positivos de coronavirus y más de 1.600 personas en aislamiento, en Cuba estamos saliendo de un largo letargo. Un adormecimiento derivado de la tardanza en tomar medidas a nivel nacional para frenar el avance del covid-19 y la ingenuidad de creer que -como un huracán- en el último minuto la pandemia iba a desviarse de la ruta que la conducía hacia la Isla.

Pero ni los rezos, ni las ilusiones, mucho menos la indiferencia, lograron torcer el camino de un oportunista agente infeccioso que solo puede multiplicarse dentro de las células de otros organismos

Pero ni los rezos, ni las ilusiones, mucho menos la indiferencia, lograron torcer el camino de un oportunista agente infeccioso que solo puede multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Perdón si extiendo demasiado la metáfora, pero esta descripción me recuerda a la policía política cubana, que no puede vivir ni trascender sin sus eternos vigilados: los disidentes.

Uno pensaría que en tiempos de coronavirus, a los "inquietos muchachos del Aparato" los envían a pesquisar quién tiene fiebre, pero no. Ellos siguen ahí, enviando citaciones a activistas y periodistas independientes. En un país donde hay tanto que hacer en medio de esta crisis, la Seguridad del Estado prefiere combatir ciudadanos que enfrentar un ente microscópico.

Hablando de pequeñeces, hoy hemos podido comprar el trozo de mortadella que llegó por el mercado racionado. Una rodaja de una masa rosada en unas partes, verde en otras, que debe servirnos para aguantar parte de esta cuarentena. He encontrado una espina de pescado nada más cortarla, aunque la empleada me aseguró que era de "pollo y carne".

Mientras descifro lo que contiene el embutido, sigo cosiendo mascarillas. Las primeras no me quedaron bien pero poco a poco comprendo las proporciones, el ajuste y la cantidad de tela a usar en cada una. Aunque la Organización Mundial de la Salud ha advertido que este tipo de nasobucos no evita que nos contagiemos, al menos me alivia pensar que hay enfermos asintomáticos que reducirán el alcance de la transmisión si llevan una.

A un vecino le cosí una a la que pegué el logotipo de su equipo preferido de fútbol, otro llegó pidiendo que le hiciera un tapaboca "reforzado" porque trabaja en una cafetería estatal donde siguen vendiendo comida al público y una niña pequeña quiso que le diera unas puntadas al suyo -rosado y con lentejuelas- que se había roto en una esquina. Curioso, que la gente trata de marcar su propia pauta en medio de una emergencia.

Los días no se miden en ciclos de 24 horas. Cada jornada contamos los amigos que han llamado, las cebollas que nos quedan y las libras de arroz que van mermando

Los días no se miden en ciclos de 24 horas. Cada jornada contamos los amigos que han llamado, las cebollas que nos quedan y las libras de arroz que van mermando. Contabilizamos como maníacos las veces que alguno de nosotros ha tenido que salir irremediablemente de casa para poder comprar algo de comida, bajar a la perra a pasear o reparar el ascensor del edificio, como le ha ocurrido cada uno de estos últimos días a Reinaldo.

Cuando regresamos de esas incursiones ya no hay abrazo ni bienvenidas. Una tela impregnada de cloro nos espera en el pasillo. Hay que dejar los zapatos, entrar directo al baño, pasar un buen rato lavando las manos, la cara y deshaciéndose de parte de lo que se lleva encima. Después, el resto de la familia empieza a aproximarse pero sin traspasar el metro de distancia.

Este virus nos ha robado los abrazos. Solo espero que no nos arrebate algo más.

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