“Esto no es Dubái”, ironizan los vecinos del futuro hotel más alto de La Habana

En la impresionante furnia, ubicada en pleno corazón del Vedado, el Estado tiene planeado construir un nuevo hotel. Los vecinos se dividen entre los que creen en el proyecto y quienes lo rechazan

Marcelo Hernández

30 de abril 2018 - 14:27

La Habana/Poco conocido a pesar de ubicarse en medio del Vedado, el hueco de las calles 25 y K es por estos días el centro de todas las conversaciones. La prensa oficial anunció que en la impresionante furnia se levantará el hotel más alto de La Habana, una mole de concreto que empieza a preocupar a unos, mientras ilusiona a otros.

Ramón lleva casi dos décadas como parqueador de vehículos a pocos metros del lugar donde la Empresa Inmobiliaria Almest, que pertenece a las Fuerzas Armadas, levantará la torre de 42 pisos y 565 habitaciones. “Aquí la gente tiene muchas preguntas”, cuenta mientras recuerda haber jugado cuando niño en “ese abismo de allá abajo”.

Vertedero y hogar de gatos callejeros, el área ha estado casi vacía mientras a su alrededor cada centímetro se llenó con el crecimiento de la población de la capital, donde viven más de dos millones de habitantes. El abandono del sitio “ha sido su suerte y su perdición”, sentencia Ramón que no ve con buenos ojos el proyecto.

Desde la calle 23 el hueco apenas puede adivinarse entre el bullicio de la principal arteria habanera y los árboles que cubren la zona más cercana a una parada de ómnibus siempre llena, a cualquier hora del día.

“Tenía la esperanza de que esto lo convirtieran en un parque bonito, con escaleras y un área recreativa, porque a esta parte de la ciudad le hace falta algo así, pero ese mojón vertical es lo menos que necesitamos”, asegura. “No me gusta la imagen que vi de cómo va a quedar, es horrorosa”, subraya.Una maqueta, publicada en la prensa nacional, muestra una estructura espigada al más puro estilo de Manhattan. De fachada oscura y sobria, “el monstruo”, como ya lo han bautizado algunos residentes en el área, tendrá también una planta baja dedicada a los servicios y una piscina de la que podrán disfrutar sus huéspedes mientras miran La Habana.

Los otros edificios con los que compartirá el paisaje en esa zona, como el hotel Nacional o el premiado Focsa, contrastan con el futuro inmueble por sus balcones o amplias terrazas, los colores claros y una posición de abiertos al mar que baña el litoral de la zona más dinámica de la ciudad.

El inmueble previsto para terminarse en 2022 superará en altura al cercano hotel Habana Libre y también dejará por debajo a la torre de la Plaza de la Revolución, la edificación más elevada de la capital. Sin embargo, ni su altura ni las cinco estrellas que tendrá el alojamiento parecen convencer a los residentes más cercanos ni a los arquitectos.

“La maqueta mostrada parece una caja de zapatos” ironiza Amanda Corrales, una joven graduada de arquitectura que junto a unos amigos lleva un pequeño gabinete privado para remodelar negocios por cuenta propia. “El tiempo de los rascacielos pasó, pero nosotros llegamos tarde a todo y ahora vamos a ese tipo de construcciones verticales que rompen toda la armonía”, apunta.“La Habana, más por la crisis económica que por decisión de las autoridades, apenas ha crecido hacia arriba y se salvó de un fenómeno muy común en las capitales de América Latina y es esa abundancia de edificios grandes”, detalla. “Una vez que estamos en este punto no hay necesidad de cometer errores estéticos de tal tamaño”.

“Un edificio de esa altura es una pequeña ciudad y todo debe funcionar como un mecanismo de relojería. Es muy frágil ante cualquier problema como fallas en el suministro de agua, cortes eléctricos y hasta huracanes”, apunta. “Mantener algo así va a costar muchísimo y la pregunta es si el crecimiento del turismo va a hacer rentable un inmueble de esa envergadura”.

La joven profesional está “molesta” porque “con tantos buenos arquitectos que hay en este país y no se ha publicado en ningún medio quién estuvo a cargo del proyecto del hotel”. Corrales considera que “una construcción de esta importancia, dada por el lugar donde estará enclavada, tenía que haberse sacado a concurso para que se pudiera elegir entre el mejor proyecto”.

Sin embargo, como cualquier otra obra del poderoso conglomerado militar, la mole de la calle 25 está rodeada de mucha discreción. Los nombres de los arquitectos involucrados no han sido mencionados y entre los profesionales del gremio hay dudas de que puedan ser cubanos. “¿No trajeron obreros de la India para terminar el hotel Manzana Kempinski?” cuestiona Corrales. “¿Qué puede sorprendernos que los arquitectos tampoco sean de aquí?”Algunos, sin embargo, se muestran entusiasmados como Yosvel, un joven que trabaja en un restaurante privado cercano y pasa horas a las afueras promocionando el menú. “Un hotel de ese tamaño puede ayudarnos a ganar clientela, porque muchos huéspedes terminarán por querer probar la comida de las paladares”, precisa.

“Va a darle más vida a la zona y ya hay gente que está pensando en trabajar ahí, porque está claro que necesitarán muchísimos empleados”, especula. No obstante, el joven asegura no estar interesado: “mucho trabajo y poco dinero, el hotel será cinco estrellas pero los salarios son de miseria”. Falta también que “el turismo repunte para que tenga una tasa de ocupación aceptable”.

“Esto no es Dubái pero tampoco tenemos que conformarnos con quedarnos para siempre como una ciudad detenida en el tiempo, eso le gustará más a los extranjeros pero los que vivimos aquí necesitamos algo de modernidad visual, más atrevimiento constructivo y obras que nos hagan sentir orgullosos”, puntualiza el joven.

En el primer trimestre de este año la llegada de turistas a Cuba decreció un 7% con relación a igual periodo de 2017. A pesar de estos datos las autoridades anunciaron que esperan para finales de mayo próximo el registro de dos millones de viajeros extranjeros y concluir 2018 por encima de 5 millones.Pero la vuelta a la tensión entre Washington y La Habana ha hecho disminuir el flujo de visitantes estadounidenses, el mercado más apetitoso y cercano con el que podría contar la Isla. “La cosa está dura y si nos levantan un hotel con tantas habitaciones cerca se pondrá peor”, consideran Georgina, Yoyi, dueña de una casa de rentas con cuatro habitaciones a escasos cincuenta metros de la furnia.

“La competencia es muy desleal porque si el Estado construye un hotel de ese tamaño puede dejar sin ingresos a muchos arrendatarios de la zona”, vaticina. No obstante, cree que “los privados siempre pueden ofrecer un servicio más personalizado y familiar, además a muchos turistas no les va a gustar nada estar metidos en esa caja larga”, ironiza.

Los emprendedores de la zona ya sienten sobre sus cabezas la larga sombra del hotel más alto de La Habana. Aunque muchos, como Yoyi, confían en que “eso nunca va a terminar de construirse, porque aquí no hay materiales ni disciplina para hacer algo así”.

Todavía no han comenzado a fundirse los cimientos del edificio que marcará el punto más alto del perfil de la ciudad y ya la polémica rodea su construcción. Como en casi cualquier tema de la realidad cubana actual, no hay matices a la hora de evaluar el nuevo inmueble: “Es horrible”, sentencia Yoyi. Matiza Yosvel: “Ese es el comienzo de La Habana futura”.

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