Escuela de conducta: la última opción

Los niños con graves problemas de comportamiento son atendidos en la red de Escuelas de Formación Integral, un estigma para toda la vida

Fotograma de 'Conducta', de Ernesto Daranas. (Cineteca Nacional)
Fotograma de 'Conducta', de Ernesto Daranas. (Cineteca Nacional)
Rosa López

07 de mayo 2015 - 07:25

La Habana/Los alumnos esperaban que ese lunes fuera como cualquier otro, con peleas y gritos. Otra jornada en que las niñas lloran porque les jalan el pelo, los lápices desaparecen de las mesas y la maestra regaña sin parar a Dayron. En lugar de eso, la mañana estuvo extrañamente tranquila. El estudiante en el que recaían las mayores reprimendas solo se levantó un par de veces para ir al baño, porque tenía náuseas. “Profe, es que me estoy tomando la pastilla para portarme bien”, se justificó.

En Cuba se han establecido al menos tres categorías para determinar qué tipo de alteraciones de conducta tiene un niño. En la primera se incluyen aquellos menores que incurren con frecuencia en indisciplinas graves que afectan su aprendizaje. Una mayor gravedad muestran los casos como Dayron, que ya han ocasionado daños a otras personas, realizado pequeños robos y agresiones físicas. La tercera y más temida de las etiquetas está destinada a aquellos que incurren en hechos que pueden estar penados por la ley, aunque su edad los protege de ir a la cárcel.

Los niños incluidos en las dos primeras categorías son tratados dentro de las estructuras del sistema educativo en colaboración con policlínicos y consultas de psicología o psiquiatría. Sin embargo, aquellos que ya están considerados como casos más graves pasan a ser atendidos por el Ministerio del Interior en su red de Escuelas de Formación Integral (EFI), de las cuales hay 12 en todo el país. Ir a parar a una de ellas es un estigma para toda la vida.

La película Conducta, del realizador cubano Ernesto Daranas, ha colocado el tema en el centro de atención. Si hace unos años los profesores y auxiliares pedagógicos amenazaban a los niños más inquietos con terminar en una “escuela de conducta”, ahora la discusión se centra en cómo evitar que los menores lleguen hasta ahí. El caso de Chala y su maestra ha logrado sensibilizar incluso a los padres de niños que son víctimas de la violencia de quienes sufren estos trastornos.

Lo más común es que a través de la violencia expresen problemas en su hogar

Los problemas en el ámbito familiar son los detonantes principales para estas alteraciones, aunque también hay casos de niños que sufren crisis asociadas a problemas perinatales, de epilepsia o retraso, que los hacen adoptar actitudes de agresividad en su grupo, falta de concentración o retraimiento. Lo más común, sin embargo, es que a través de la conducta expresen problemas que van desde la violencia en su hogar, el hacinamiento en el que viven o la falta de atención hasta el alcoholismo de uno de sus padres, o el hecho de ser hijo de madres divorciadas o adolescentes.

Cuando los síntomas se vuelven más difíciles de manejar es común que los propios padres pidan una consulta de psiquiatría para que el niño sea evaluado o la dirección de la escuela lo remita a un Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO). Ahí se determina si seguirá en el sistema educativo regular, se le suministrará algún tipo de terapia o pasará a las llamadas escuelas de conducta. La cuestión es que las afectaciones que provocan estos trastornos van más allá del propio menor de edad y su familia.

Lorena estaba en el círculo infantil en Habana del Este cuando compartió aula por primera vez con Dayron, que la golpeaba con frecuencia y otras veces la mordía. La niña comenzó a rechazar el lugar y su madre conversó con la dirección del centro para que tomara medidas, pero no había mucho que hacer. “Los padres saben lo que pasa, pero no quieren llevarlo a un centro especializado para que analices su situación”, sentenció la directora. En la enseñanza preescolar la facultad para llevar a los infantes a centros de atención especializada está únicamente en manos de los padres.

Dayron tuvo un tratamiento de metilfenidato que cambió su actitud violenta, pero ahora se queda en un rincón con la mirada perdida

Sólo en el segundo año de la escuela primaria, Dayron fue llevado a una consulta de psiquiatría en su policlínico y terminó con un tratamiento de metilfenidato que cambió su actitud violenta, pero comenzó a presentar problemas para socializar, dolores de cabeza y vómitos frecuentes. Ahora, se queda clavado en un rincón con la mirada perdida en punto lejano del salón. Es otro niño, pero sus padres se sienten más tranquilos de que al menos no irá a una escuela de conducta.

El tema ha comenzado a trascender el ámbito escolar, para provocar una discusión sobre el modelo educativo, el concepto mismo de qué es un “alteración de conducta” y los tratamientos tradicionales que se han venido dando a cada caso. La terapia deportiva, el psicoballet y la integración de esos niños a talleres artísticos y de manualidades ha dado buen resultado pero no son tan extensivos ni constantes como se necesita.

Por el momento, en muchas aulas cubanas hay un Dayron y una Lorena. Unos, viven los altibajos de la agresividad, los problemas familiares y los efectos de los fármacos remitidos por su alteración de conducta; mientras los otros conviven con la violencia que desatan estos infantes. El tema merece una mayor discusión social que permita conocer su magnitud y contribuir todos a sus posibles soluciones.

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