Homenaje a las 37 víctimas del remolcador ‘13 de Marzo’

¡Papi, no mires, cierra los ojos!... (María Victoria García, madre del niño ahogado Juan Mario)

Imagen de un acto de homenaje a las víctimas del Remolcador 13 de Marzo en Miami. (Twitter)
Imagen de un acto de homenaje a las víctimas del Remolcador 13 de Marzo en Miami. (Twitter)
14ymedio

13 de julio 2018 - 22:45

La Habana/El 13 de julio de 1994, fuerzas del Gobierno cubano hundieron el remolcador 13 de Marzo, en el que viajaban 72 ciudadanos que huían de la Isla hacia la Florida. Murieron 37 personas, incluidos 10 niños.

La editorial Betania pone a disposición de los lectores el poema que acaba de publicar la poeta y narradora Lilliam Moro (La Habana, 1946) en homenaje a las víctimas.

Viaje hacia el horror

Por Lilliam Moro

¡Papi, no mires, cierra los ojos!...

(María Victoria García, madre del niño ahogado Juan Mario)

La tierra está delimitada por fronteras.

El mar es libre.

Pero en la libertad también está la Muerte.

La Muerte no está hecha de números,

no es ninguna razón cuantitativa.

En solamente un muerto

está la humanidad.

Pero cuando la Muerte llega uniformada

en tres embarcaciones

y dispara cañones que arrojan furiosamente agua

para hundir a un contrario

—muerte por agua—

y embisten y destrozan a ese contrario,

y ese otro no es uno sino setenta y dos,

y hay diez niños entre los setenta y dos

—muerte por agua—

y es en la madrugada

cuando el cielo y el mar se confunden

en un mismo brochazo de negrura

—muerte por agua—

entonces, por salvarse,

se agarran a un cadáver que flota,

y una madre le dice al hijo que cierre los ojos

para que no se asuste al ver la Muerte

—muerte por agua—

cuando piden clemencia

y les responden riendo “que se mueran”

—muerte por agua—

y empiezan a contarse los cuerpos bocarriba,

a la deriva,

entre ellos diez niños como sueños flotantes.

¿Cómo quedan, Señor, los que sobrevivieron?

¿Cómo quedan, Señor, los que gritaron

“que se mueran”,

ahora ya envejecidos tantos años después,

sin los potentes barcos, sin cañones de agua,

con las medallas al mérito que se van oxidando

al mismo ritmo que se pudren sus almas?

¿A qué dios obedecieron ciegamente

y cuya voz ya no recuerdan?

¿Cómo queda, Señor, esa mujer

que tira caramelos al agua

cada 13 de julio?

¿Cómo quedamos, Señor, los que lo recordamos

en cada aniversario y echamos espuma por la boca

escribiendo poemas

y no podemos arrancar esa página infame

de los libros de historia

ni concederles la resurrección?

El brutal cañonazo de agua en medio de la noche

hizo pedazos la esfera de la brújula

que señalaba los puntos cardinales

del tiempo por venir,

ese que llaman el futuro;

el cristal hecho añicos

con sus agujas aplastadas

que no pudieron señalarles el Norte.

Los cuerpos ya no flotan,

se fueron hundiendo

con la lentitud de lo que resulta inevitable.

No necesitaron al barquero Caronte.

Se iban sumergiendo parsimoniosamente

como el que al fin descansa

y se abandona al sueño donde la Nada los recibe.

Enredados al légamo

entre los peces ciegos,

descendieron para hacer compañía

a viejos barcos herrumbrosos

de maderas podridas

que desde hace siglos se han ido acumulando

donde comienza lo abisal;

y allá abajo, en el fondo del fondo

tan parecido al infinito

yacen los seres que intentaron

pasar hacia otro punto de la cercana geografía.

Y todavía están allí.

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