Ley de cine: Truco o Trato.

Gustavo Arcos Fernández Britto

01 de noviembre 2015 - 22:41

La Habana/La cultura occidental celebra cada 31 de octubre sus fiestas de Halloween. Una divertida ceremonia de origen celta donde proliferan disfraces, bromas, hogueras y todo tipo de referencias al más allá, las brujas y los espíritus. Pero coincide que éste 31 de octubre en La Habana, los cineastas cubanos decidieron reunirse nuevamente para encauzar su propia lucha contra los fantasmas del dogmatismo.

No hubo calabazas ni velas encendidas aunque el ambiente previo estaba bastante sombrío. En las dos últimas semanas habían circulado por vías alternativas, declaraciones, cartas, mensajes y textos que recogían ese estado de incertidumbre y molestia que acompaña al gremio desde hace años. Se reportaban actos de censura contra obras, cineastas o críticos, aumentando la ya de por si volátil temperatura concerniente a las demandas por una Ley de Cine.

Esta vez, los creadores presentaron un documento que recoge aspectos esenciales de sus peticiones, cuestiones relacionadas con la función del ICAIC en el nuevo escenario, el financiamiento de las obras, la aceptación de las productoras independientes, el patrimonio, la libertad creativa, las formas de otorgar la nacionalidad a una película y el respeto y confianza que debe tener el Estado por la labor de los artistas. Además se ofrecen diversos criterios de por qué resulta conveniente al gobierno cubano, acabar de suscribir la Ley y conjurar con ello todo el ambiente de irregularidades o malentendidos que acompaña al trabajo de los cineastas. El documento fue aprobado por unanimidad y será enviado a las instancias superiores. Si bien no se trata de una Ley (no le corresponde a los cineastas hacerla) es al menos un punto de partida sólido y argumentado por dónde empezar.

Una de las más populares acciones de Halloween es el juego de Truco o Trato (en inglés Trick or Treat) llevado a cabo por niños que tocan a las puertas de las casas proponiéndoles a sus dueños que escojan entre darles una golosina o ser víctimas de una travesura. Los cineastas acaban de ofrecerle nuevamente a la dirección del país, un voto de confianza, una propuesta transparente, una mano tendida al diálogo y la concertación. Realmente lo vienen haciendo desde hace al menos siete años cuando empezaron a enviar señales para una transformación del cine nacional. Pero al parecer la osadía de tomar la iniciativa y reunirse sin que nadie les dé la orden, ha de ser castigada. Los hechos desgraciadamente demuestran que los artistas han ofrecido un Trato y el gobierno les ha devuelto un Truco.

Tal cuestión se hizo evidente, cuando hacia el final de la reunión, varias intervenciones pedían respuestas, nombres y rostros de aquellos que han estado ausentes, congelando o tergiversando los reclamos de los cineastas. Los humanos empezaron a hablar de los demonios, esos fantasmas que nunca dan la cara y se mueven conspirando entre sombras. Resultó llamativo que en la cita, no se encontrara nadie de la dirección cultural del país, ni del Partido, del Gobierno y ni siquiera de organizaciones como la AHS o la UNEAC a las que por obligación les tocaría defender y apoyar en todos los espacios a los creadores. Solo el presidente del ICAIC hizo acto de presencia para certificar el apoyo de la institución a las inquietudes y propuestas de sus miembros.

La fiesta de brujas dio origen a un clásico del cine de terror, Halloween dirigido en 1978 por John Carpenter. Se han hecho muchas versiones, convirtiéndose en una saga y una obra de culto, cuyo personaje, el inmortal Mike Myers tiene más vida que todos los gatos de la Tierra juntos. A la Ley de cine le queda un largo camino aun por recorrer. Mientras tanto se seguirán haciendo películas, por la izquierda, la derecha, arriba y abajo. Es un proceso indetenible, al que se sumaran nuevos actores y retos, no más se den pasos concretos en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Los que toman las decisiones en el país, no son inmortales como Mike Myers. Deberían pensar en eso y acabar de firmar y concretar con ello, una plataforma funcional sobre la cual reconstruir nuestra cinematografía, rescatar al espectador y respetar a los artistas.

Los cineastas han cumplido con el ritual, con el “orden” establecido, elevando pacientemente desde la base todas sus propuestas. No son los malvados de esta historia. No vuelan sobre una escoba. No usan máscaras. Y tienen un poder extraordinario que sí los hace inmortales: El Arte.

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