Conquistar el mundo desde una hamaca

Diego Velázquez de Cuéllar llegó a La Española en 1493, con 30 inviernos en las costillas y muchas ganas de comerse el mundo

Diego Velázquez de Cuéllar, conquistador de Cuba. (Dominio público)
Diego Velázquez de Cuéllar, conquistador de Cuba. (Dominio público)
Yunior García Aguilera

23 de mayo 2023 - 19:55

Madrid/Nuestro Diego Velázquez no pintó Las meninas, nació en Cuéllar mucho antes que el célebre pintor. Tenía sangre de hidalgos, aunque su padre era quizás el hijo menos importante del viejo Fernán. Pero Diego llegaría a ser el más adelantado de todos sus primos. Pasaría a la historia como el primer gobernador de Juana, nombre que nos puso Colón en honor al entonces príncipe heredero y no, como se cree erróneamente, en honor a "la loca".

El historiador Ramiro Guerra lo llamó "el más humano de sus contemporáneos implantando la civilización española". Y también le daría un título rimbombante: Fundador de Cuba.

De joven, el corpulento y pelirrojo Diego se enroló en la guerra de Granada. Volvió de allí con algo de experiencia militar, pero enfermo y pobre. Entonces oyó hablar de Colón y decidió montarse en uno de aquellos 17 barcos que atravesaron el Atlántico durante el segundo viaje colombino.

Velázquez llegó a La Española en 1493, con 30 inviernos en las costillas y muchas ganas de comerse el mundo. La isla estaba sumida en el caos, con los colonos divididos entre los que apoyaban al Almirante y los que lo odiaban a muerte, y con los indios hastiados de tantas vejaciones.

Cuando su tocayo, hijo del descubridor, fue nombrado virrey, Velázquez recibió una encomienda aún más ambiciosa: la conquista y colonización de Cuba

Nicolás de Ovando llegaría luego para poner un poco de orden. Decidió usar la espada, y también una soga, con la que ahorcó a la rebelde Anacaona. Entonces nuestro Diego se convirtió en el hombre más rico del Nuevo Mundo. Fundó allí cinco villas y obtuvo importantes títulos. Cuando su tocayo, hijo del descubridor, fue nombrado virrey, Velázquez recibió una encomienda aún más ambiciosa: la conquista y colonización de Cuba.

Ya Sebastián de Ocampo había despejado las dudas sobre si éramos una isla, como afirmaban los siboneyes, o si éramos una península de China, como creyó Colón. El gallego Ocampo había sido condenado al suplicio por un crimen en España, aunque se escondió hasta obtener la gracia de los reyes. Estos lo condenaron al destierro con la firme sentencia de no sacar un pie de Haití. Pero las leyes, en este lado, no se tomaban tan en serio. Ocampo agarró dos carabelas y le dio la vuelta a Cuba en ocho meses, allá por el 1508.

Tres años después, don Diego Velázquez partiría con 300 hombres y tres naves hacia Maisí. Pero ya los indios no eran tan "buenitos" como los que Colón había descrito. Varios taínos escaparon de La Española hacia Cuba y tenían la peor imagen de los cristianos, cuyo verdadero dios parecía ser el oro. Entre los rebeldes se encontraba Hatuey, quien organizó la resistencia y acosó a los hombres de Velázquez con una primitiva guerrita de guerrillas.

Hatuey confiaba en que los caciques cubanos se unirían a su lucha y que juntos derrotarían al invasor. Pero sus iguales prefirieron que Hatuey sirviera literalmente como punta de lanza y que él solito se encargara de derrotar al enemigo. El quisqueyano fue tomado prisionero y ya sabemos cómo acabó su historia. Rechazó la visa al cielo para evitar compartir el mismo paraíso con sus captores. Optó por el infierno, y fue quemado vivo.

Tampoco servirían de mucho sus quejas ante la Corte, frente a los barcos de oro que Hernán mandaba desde tierra azteca. La Historia le haría más libros y más series a Cortés

Pacificada la cosa, Velázquez se concentró en fundar villas. Fueron siete las primeras, aunque en realidad se establecieron sobre los yucayeques que ya existían. Un poco de barro por aquí, una piedra por allá, y no mucho más, al menos al principio.

Entonces Velázquez se aplatanó, o más bien... se ayucó. En Cuba el oro era escaso y todo el mundo sabía que las riquezas andaban por México. Nuestro Diego estaba triste. La novia se le murió pocos días después del casamiento y ya estaba harto de tener que rendirle al virrey de La Española. Así que luchó su propia yuca hasta obtener el título de Adelantado y mandar a su tocayo a freír boniatos. Aunque luego le harían lo mismo.

Hernán no tenía buena fama como para dirigir la expedición que ambicionaba Velázquez. Pero lo Cortés no quita lo valiente, así que Hernán le robó su flota y partió a ganar la fama y el oro que Diego creía merecer.

En vano Velázquez mandaría expediciones para capturarlo. Tampoco servirían de mucho sus quejas ante la Corte, frente a los barcos de oro que Hernán mandaba desde tierra azteca. La Historia le haría más libros y más series de televisión a Cortés.

Nuestro Diego murió intentando que los reyes le hicieran caso. Todavía hoy, cinco siglos después, hay quien insiste en conquistar el mundo... desde una hamaca.

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