La disidencia debe entrar al ruedo electoral

Las verdaderas batallas no serían realmente en las urnas, sino en las calles, en las protestas pacíficas de la población en defensa de los derechos de los candidatos del pueblo

El próximo 27 de noviembre son las elecciones de las asambleas municipales, el primer paso para la designación posterior de gobernadores y vicegobernadores provinciales. (EFE)
El próximo 27 de noviembre son las elecciones de las asambleas municipales, el primer paso para la designación posterior de gobernadores y vicegobernadores provinciales. (EFE)
Ariel Hidalgo

30 de octubre 2022 - 15:33

Miami/Las propuestas de la oposición interna de Cuba anunciadas tanto por el Consejo para la Transición Democrática como por la recién creada plataforma D Frente para impulsar candidatos a las elecciones municipales, no pecan para nada de ingenuidad como han opinado algunos críticos. Más bien podría decirse que más ingenuos son los que creen que son ingenuos. Los proponentes saben perfectamente las barreras y los riesgos a los cuales se enfrentarían. Incluso, aunque tuvieran la convicción de la imposibilidad de que alguno de los candidatos pudiese llegar a alguno de los niveles de esa institución oficialista, vale la pena dar la pelea por otras razones.

Para entender esto bastaría revisar las experiencias que la propia historia del movimiento disidente nos brinda, como lo fue la del primer cubano que aceptara ese reto electoral.

La primera vez que un candidato opositor se presentó a elecciones en Cuba fue en 1989. Roberto Bahamonde Massot, ingeniero y doctor en Pedagogía, miembro del Partido Por los Derechos Humanos en Cuba, que fue una de las primeras organizaciones disidentes, propuso presentarse como candidato. Sin embargo, su propia agrupación le negó el apoyo por considerar que aquello significaba legitimar unas elecciones fraudulentas.

Bahamonde no se arredró y decidió presentarse a título personal, sacó varias copias de su programa como candidato y la distribuyó entre el vecindario, y el 9 de marzo de ese año se presentó en la reunión para candidatos a delegados en la circunscripción número 2 del reparto La Fernanda, en San Miguel del Padrón, donde, a la hora de las proposiciones, se propuso a sí mismo, lo cual provocó un gran revuelo en la asamblea, porque se trataba de alguien que ya había sido arrestado cuatro veces por la Seguridad del Estado, y le negaron la candidatura. Pero él no se rindió e impugnó la legalidad de los procedimientos. La comisión aceptó repetir la reunión. Compitió contra un teniente del Ministerio del Interior y perdió con 31 votos a favor, 60 en contra y 59 abstenciones, lo cual significó una gran victoria en el país de la unanimidad.

La primera vez que un candidato opositor se presentó a elecciones en Cuba fue en 1989: Roberto Bahamonde Massot, ingeniero y doctor en Pedagogía

El hecho de que ya en aquel entonces Bahamonde "perdiera" con más de la mitad de los votos obtenidos por el candidato oficialista y que incluso se abstuvieran 59 personas, a pesar de la cerrada campaña orquestada por la Seguridad del Estado contra él, es muy significativo. Estaba claro que los que se abstuvieron no querían votar por el candidato oficialista, pero no tuvieron el valor de hacerlo por el disidente. De no haber sido por ese temor, Bahamonde hubiera ganado rotundamente con no menos de 80 votos.

La pregunta que habría que hacerse ahora es ésta: Si eso ocurrió en 1989, ¿cómo sería hoy en que ya casi nadie tiene esperanza de que esta dirigencia y este modelo vayan a traer una mejora para las desesperantes condiciones en que vive una población que se ha lanzado a protestar a las calles en casi todas las ciudades del país?

No se trata de que ahora puedan ganar algunos escaños, porque, por las mismas razones, la represión y los fraudes van a cobrar dimensiones muy superiores a las de antes. Lo importante es el costo político que tendrían que pagar para realizar esto último, no solo ante la población sino incluso ante la opinión pública internacional.

Para los que piensan que estos costos no les importan, quiero recordarles que ante una situación económica tan grave, no están en condiciones de seguir perdiendo posibles ayudas externas, ni más desertores entre sus ya raquíticas bases de apoyo popular. El éxito depende, por supuesto, de que, por una parte, los opositores logren hacer llegar los programas de sus candidatos y, en general, de la oposición, a la población. Por otra parte, es preciso un cabildeo efectivo en el exterior para que todo tipo de beneficio que la dictadura negocie con Gobiernos o instituciones poderosas sea condicionado a que permita la presencia de observadores internacionales imparciales en los comicios.

El éxito depende, por supuesto, de que, por una parte, los opositores logren hacer llegar los programas de sus candidatos y, en general, de la oposición, a la población

La mejor ayuda que podrían dar los exiliados que luchan por la libertad de su país, no sería ya tanto exhortar a sus compatriotas del archipiélago a abstenerse con el argumento de que las elecciones serían fraudulentas, o a presionar a los Gobiernos para que nieguen a rajatabla la más mínima concesión al Gobierno cubano, sino exhortar a que voten por los candidatos de la oposición y más bien tratar de que esos Gobiernos condicionen esas posibles ayudas con la aceptación de esos observadores. Si los opresores se negaran, no solo perderían esas ayudas, sino también la poca credibilidad que aún mantienen.

Las verdaderas batallas no serían realmente en las urnas, sino en las calles, en las protestas pacíficas de la población en defensa de los derechos de los verdaderos candidatos del pueblo, todo lo cual nutriría aún más las filas de los ciudadanos inconformes, y por otra parte, en la arena internacional, nos sumaría más aliados, mientras se arrincona aún más a los opresores.

Por mi parte, una victoria así, la vería yo no solo como la antesala del triunfo final de los ideales libertarios de tantos luchadores cubanos, sino además, como la mejor forma de honrar la memoria de aquel precursor que, tengo entendido, murió luego olvidado en el destierro.

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