Día 10: El virus ha acabado con el 'paquete' semanal

El periodista independiente sabe que en estos momentos se prueba su capacidad informativa pero es consciente de que la censura arrecia

Los días en tiempo de coronavirus transcurren de otra manera. Antes nos dominaba la angustia y, hoy, estamos a merced de una ansiedad multiplicada. (14ymedio)
Los días en tiempo de coronavirus transcurren de otra manera. Antes nos dominaba la angustia y, hoy, estamos a merced de una ansiedad multiplicada. (14ymedio)
Yoani Sánchez

31 de marzo 2020 - 01:52

La Habana/Los lunes siempre son complicados. Pero este amaneció tranquilo, con la ciudad raramente silenciosa aunque la chimenea de la refinería Ñico López tenía una de las columnas de humo más altas que recuerdo. El sonido de los pájaros llenaba el amanecer en este barrio donde la furia de "cementar" cada patio no ha logrado arrebatarnos del todo los árboles.

Los días en tiempo de coronavirus transcurren de otra manera. Antes nos dominaba la angustia y, hoy, estamos a merced de una ansiedad multiplicada. La madre se desespera porque su hijo tiene que arriesgarse a salir de casa y moverse en el transporte público; el emprendedor se expone al peligro de cerrar su negocio y no ganar nada o a seguir despachando comida y terminar contagiado. El periodista independiente sabe que en estos momentos se prueba su capacidad informativa pero es consciente de que la censura arrecia.

Son tiempos en que sale lo peor y lo mejor de cada uno. Un vecino cercano ha colgado un cartel en su puerta para que nadie le toque y cree que parapetarse en su hogar lo salvará del todo

Son tiempos en que sale lo peor y lo mejor de cada uno. Un vecino cercano ha colgado un cartel en su puerta para que nadie le toque y cree que parapetarse en su hogar lo salvará del todo. El problema es que ese mismo vecino depende de ir a comprar cada día el pan que venden en el mercado racionado y participa activamente en las reuniones del núcleo del Partido Comunista que mantienen los jubilados de la zona.

Él dice que peleó en Playa Girón y que este es un virus "creado por la CIA". No es epidemiólogo, ni médico, pero es un ferviente creyente de lo que asegura el noticiero nacional de la televisión. Quizás por eso, en la noche de este domingo salió a aplaudir en su balcón la labor de los médicos cubanos sin saber que la convocatoria a esa ovación era algo que se había fraguado en la sociedad civil y las redes sociales, en sintonía con un gesto similar que hace días se hace en Italia y España.

Las palmas se oyeron con fuerza en nuestro barrio, en honor a esos cubanos que hoy están en los hospitales haciéndole frente al covid-19. Una dura tarea en un país donde las cifras oficiales anuncian 170 casos confirmados de la enfermedad y cuatro fallecidos. A pesar del contexto, siempre hay quienes quieren secuestrar políticamente el homenaje a los galenos, pero son tan ridículos y pocos que quedan ahogados en el espontáneo aplauso.

No es que antes pudiéramos usar el calificativo "normal" para definir nuestra existencia, pero es que ahora lo poco que nos parecía seguro se ha ido o ha cambiado

Más allá de esos gestos simbólicos, nuestra vida cambia cada día. No es que antes pudiéramos usar el calificativo "normal" para definir nuestra existencia, pero es que ahora lo poco que nos parecía seguro se ha ido o ha cambiado. Es como si a una construcción le quitaran de golpe las columnas y todo el techo se desplomara sobre sus anonadados residentes.

Si antes, para definir Cuba había que subrayar que "sin azúcar no hay país", ahora vale añadir que "sin paquete" tampoco podríamos asegurar que se mantiene la nación que hasta ayer conocíamos. Para escépticos y crédulos, vale anunciar que desde este lunes ha cerrado el local privado que vendía -religiosamente y sin falta- cada semana ese compendio audiovisual en nuestro barrio. No está, se fue… y nos dejó a miles de adictos colgados de la brocha o de la pantalla, literalmente hablando.

En la tarde, cuando el sol cayó un poco, transplanté un orégano de la tierra y una planta de romero. "Primero muerta que sin especias", me dije y me toqué la nariz, esa rara geografía que el coronavirus nos ha amputado porque llevarse los dedos a la cara es un peligro en estos tiempos. Quizás mi vecino miliciano, en cuarentena partidista, toque mi puerta en los próximos día pidiendo algo de "sabor" para echarle a la comida. Aquí estaré. Hay cosas que unen y las tragedias son una de ellas.

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