Las FARC siguen siendo la FARC

De la tensión entre las corrientes más "revolucionarias" y las más aperturistas dependerá el futuro de la nueva organización y su capacidad de convertirse en una verdadera alternativa de Gobierno o en un partido residual

La Fuerza Alternativa Revolucionaria de Colombia se presentó como partido con un concierto en Bogotá. (FARC)
La Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común se presentó como partido con un concierto en Bogotá. (FARC)
Carlos Malamud

05 de septiembre 2017 - 10:26

Madrid/Cuando el papa Francisco llegue a Colombia, el próximo miércoles, encontrará un país efervescente, inmerso en el debate preelectoral (en mayo se elegirá nuevo presidente), la consolidación del proceso de paz y los ecos del Congreso que promovió la reconversión del movimiento guerrillero FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) en el partido político FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común).

Desde la perspectiva de la paz, el paso es trascendente. Blandir la palabra y las ideas en lugar de las armas y las bombas permite dejar atrás un largo periodo de confrontación. Incluso si mañana alcanzasen el poder por la vía electoral, sería tras haber conquistado la mente y el corazón de la mayoría de los colombianos en un evidente logro democrático. El principal problema radica en los resabios autoritarios y militaristas que perviven en una organización centralizada y jerarquizada como las FARC.

Debido a la corrupción todos los partidos políticos colombianos están desprestigiados. De momento la nueva FARC tiene una imagen más positiva y algunas encuestas le dan 12% de apoyo, aunque simultáneamente enfrenta dificultades organizativas: ¿cómo transformar una estructura militar, armada y fuertemente jerarquizada en un partido político? El liderazgo será clave. Hasta ahora, al jefe militar se lo acataba sin discutir. El carisma pesaba menos que los galones. Pero un partido implica formas de relación más horizontales, inclusive allí donde reina un fuerte caudillismo.

El principal problema radica en los resabios autoritarios y militaristas que perviven en una organización centralizada y jerarquizada como las FARC

La mayoría de los delegados al Congreso (628 contra 264) ha optado por las viejas siglas, una de sus señas de identidad, frente a quienes pretendían un mayor compromiso con el futuro. Ante la opción de "Nueva Colombia" las bases farianas decidieron mantener las esencias. Iván Márquez, el ganador del Congreso frente a Timochenko, dijo en su discurso: "Hemos ingresado a la vida política legal porque queremos ser Gobierno o a ser parte de él".

Si éste es el objetivo, el problema es lograrlo partiendo de un fuerte rechazo social, aunque algunas encuestas muestran un incremento de su aceptación hasta situarse en 12%. Si bien su implantación es mayor en algunas zonas rurales, en las ciudades siguen suscitando un temor extremo. No en vano casi 80% de la población colombiana es urbana.

La financiación de las FARC es un problema adicional. De momento solo ha aflorado una pequeña parte de su riqueza y propiedades, tanto dentro como fuera del país. Muchos temen que ese dinero sirva para financiar campañas electorales y termine inclinando la balanza en su favor.

El programa de la nueva FARC es matizado y reformista y se distancia del comunismo, aunque sus raíces marxista – leninistas, su inclinación chavista y sus pulsiones populistas no han desaparecido. De la tensión entre las corrientes más "revolucionarias" y las más aperturistas dependerá el futuro de la nueva organización y su capacidad de convertirse en una verdadera alternativa de Gobierno o en un partido residual.

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Nota de la Redacción: este análisis ha sido publicado previamente en El Heraldo de México. Lo reproducimos con la autorización del autor.

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