Profanación revolucionaria

El traslado de los restos de Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales tiene la implícita intención de multiplicar el culto a Fidel Castro

Desde ahora, los restos de Céspedes y Grajales estarán junto a los de Fidel Castro y José Martí. (Christian Pirkl - Eigenes Werk/Flickr)
Desde ahora, los restos de Céspedes y Grajales estarán junto a los de Fidel Castro y José Martí. (Christian Pirkl - Eigenes Werk/Flickr)
Miriam Celaya

10 de octubre 2017 - 12:08

La Habana/En una sencilla nota de solo cuatro párrafos la prensa oficial cubana informó ayer de un hecho tan inesperado como insólito: este martes, coincidiendo con el 149 aniversario del inicio de la Guerra de Independencia, tendrá lugar en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, "el acto político y ceremonia militar de inhumación de los restos de Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales".

Como si no fuera suficientemente ofensivo a la memoria de José Martí –quien empeñó su vida y encontró la muerte en pos del sueño de una república de cubanos libres– la imposición, en la cercanía, del hermoso monumento funerario que honra su memoria de un horroroso peñasco mortuorio que guarda los restos del autócrata que destruyó el breve espejismo republicano y cortó de raíz todas las libertades ciudadanas, ahora las autoridades de la Isla se arrogan el derecho de disponer a su arbitrio de los restos mortales de otros próceres de la patria, como si de su heredad particular éstos se tratasen y no del patrimonio espiritual de toda la nación.

Hace 146 años por un supuesto ultraje contra la tumba de un periodista español en la Cuba colonial fueron fusilados ocho estudiantes de medicina

Y lo hacen, obviamente, con la implícita intención de multiplicar el culto al Difunto en Jefe, su majestad Castro I, equiparándolo a los padres fundadores de la nación cubana, si no subordinando a éstos a su alrededor.

Pero la impunidad de la cúpula verde olivo es tan inmensa como su soberbia. Bastaría recordar que hace 146 años por un supuesto ultraje contra la tumba de un periodista español en la Cuba colonial fueron fusilados ocho estudiantes de medicina.

Parece que los restos mortales del Padre de la Patria, que fueron vejados y exhibidos públicamente en Santiago de Cuba por el poder colonial español en 1874, no acaban de encontrar el merecido reposo.

Tal costosa movilización de monumentos funerarios –el de Céspedes y el de Mariana– resulta aún más inexplicable en un país donde las carencias materiales y financieras son cada vez más acuciantes, y donde hace pocas semanas un fortísimo huracán destruyó una significativa parte del fondo habitacional de los cubanos más humildes e insolventes. Solo "para que en lo adelante el pueblo cubano y visitantes extranjeros puedan rendirle tributo a ambos en forma más expedita, junto al que le brindan al Héroe Nacional José Martí y al Líder Histórico de la Revolución Cubana, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz...".

La codicia oficial en pos de los dólares no se detiene ante nada. He aquí que la memoria histórica de la nación, esta vez utilizando los huesos de los más significativos difuntos, se subordina a la industria turística.

Pero en la decisión de movilizar la necrofilia oficial en servicio de los particulares intereses del Gobierno no solo han sido excluidos los cubanos comunes. Manuel Hilario de Céspedes y García Menocal, obispo de Matanzas y descendiente de la estirpe familiar del Padre de la Patria, no fue consultado al respecto. Tampoco otras autoridades eclesiásticas importantes, como Juan de Dios, obispo auxiliar de La Habana y secretario de la conferencia de obispos católicos de Cuba.

Nada es sagrado para la autocracia cubana: ni la memoria, ni los héroes de la nación, ni los símbolos que fingen honrar, ni los hijos herederos de la historia patria

Por su parte, Oscar Márquez, canciller del Arzobispado de Santiago de Cuba, no solo no recibió información previa de la exhumación, sino que tampoco su oficina ha recibido hasta el momento invitación alguna para oficiar una ceremonia católica que honre los restos de tan insignes cubanos, indiscutiblemente católicos, lo que demuestra el rampante desprecio de la elite militar por todos los valores, sentimientos y tradiciones de la nación.

Aunque, la profanación de sepulcros insignes y de la memoria patriótica de la nación es una vieja práctica de esa autocracia. Por ejemplo, en 1987, a la muerte de Blas Roca Calderío, un viejo líder comunista devenido fiel servidor del castrismo, su cuerpo fue sepultado ni más ni menos que en el Cacahual, muy cercano al mausoleo que guarda los restos del general Antonio Maceo Grajales, uno de los héroes más relevantes de las guerras por la independencia de Cuba, en lo que constituyó un vejamen a todos los que en la República erigieron su mausoleo a partir de colectas públicas y privadas.

Nada es sagrado para la autocracia cubana: ni la memoria, ni los héroes de la nación, ni los símbolos que fingen honrar, ni los hijos herederos de la historia patria. Cuando finalmente este 10 de octubre quede consumada la conjura, el Gobierno solo habrá sumado una injuria más contra Cuba. Sin embargo, el peor vejamen no es la profanación del poder, sino el silencio aquiescente de quienes deberían ser los verdaderos guardianes de la memoria histórica que nos hizo nacer como pueblo: los cubanos.

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