El aislacionismo de Trump y Cuba
Miami/Las enunciadas políticas aislacionistas de la nueva Administración Trump en EE UU pueden beneficiar al Gobierno de Cuba en un sentido, pero en otro se pueden constituir en el mayor reto político a la élite que detenta el poder en Cuba por más de 60 años.
Las acciones que ya se aprecian en ese aislacionismo, en relación con la inmigración ilegal a través de la frontera mexicana, las amenazas de disminuir o eliminar fondos de organismos internacionales como la ONU y la OEA, y específicamente la no participación reciente de la delegación de EE UU en la reunión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que abordaría las medidas sobre inmigración, seguridad nacional y medioambiente proclamadas por el nuevo presidente de EE UU, podrían -en general- brindar un respiro al Gobierno de Raúl Castro en cuanto a eventuales presiones internacionales por las sistemáticas violaciones de los Derechos Humanos en Cuba y la ausencia de libertades y democracia.
Eventuales disminuciones de aportes de EE UU a las instituciones internacionales harían más difícil a la nueva administración usar esos mecanismos en sus presiones a otras naciones
Simple: eventuales disminuciones de aportes de EE UU a esas instituciones y desprecio a sus labores en relación con EE UU harían más difícil a la nueva administración usar esos mecanismos internacionales en sus presiones a otras naciones. Por otra parte, la nueva visión trumpista del mundo parte de un acercamiento a la Rusia de Putin, no solo por eventuales intereses personales, sino porque considera que esta Rusia imperial capitalista, no es aquella "comunista", no la considera enemiga y ve en la colaboración con Putin la posibilidad de derrotar el terrorismo internacional, el principal enemigo de EE UU y, tal vez, formar una nueva alianza estratégica que recomponga las esferas de influencia y disminuya la importancia de China en el escenario internacional.
Putin, y en general los rusos que ven a EE UU como aliado en las dos guerras mundiales contra Alemania, a la que identifican como el verdadero enemigo histórico, estarían interesados en acercarse a EE UU y jugar al debilitamiento del papel de Alemania en Europa, la potencia más beneficiada de la desintegración de la URSS y el campo socialista, y eje del poderío de una Europa fuerte e independiente de EE UU y Rusia.
En esa ecuación, la Cuba de Raúl Castro no cae en el calificativo de enemigo para EE UU, sino en todo caso de eventual aliado. No es ocioso recordar que Trump dijo que le preocupaba más el terrorismo que el "comunismo" y si alguien en EE UU sabe muy bien que Rusia no es comunista, es el Grupo Trump.
Además, como ya ha pretendido Raúl Castro, el muro en la frontera mexicana y las amenazas de expulsiones de mexicanos ilegales de EE UU, le dan la oportunidad al Gobierno cubano de fijar la atención en las políticas "imperialistas" del vecino del Norte y procurar por esa vía reconformar, de alguna manera, el "frente antiimperialista" latinoamericano en decadencia con la salida de sus aliados de los gobiernos en Brasil y Argentina, y el declive general que acusan el ALBA y el populismo-antinorteamericano que impulsaba el eje Chávez-Fidel en la región.
Otras aristas del aislacionismo-proteccionismo pueden beneficiar al régimen cubano, como pudieran ser estimular el mercado bilateral que beneficie a productores estadounidenses y las inversiones de grandes intereses norteamericanos en la "cartera de negocios" que ofrece el Gobierno cubano a los inversionistas extranjeros, relacionados con el turismo y especialmente en la construcción de hoteles, marinas y campos de golf, que favorecerían los negocios del Grupo Trump que ya estuvo merodeando por la Isla. Estas inversiones "no quitan" empleos a estadounidenses y en cambio podrían hacer prosperar negocios en EE UU.
Sin embargo, esos beneficios tendrían una contrapartida muy importante: de disminuir las presiones políticas de EE UU sobre el régimen de La Habana, como consecuencia de ese aislacionismo que conlleva una disminución de la ingerencia en problemas externos mientras no afecten directamente los intereses de EE UU y sus consorcios y desarrollar inversiones allí donde sea posible ganar y estimular negocios en EE UU, dejarían al Gobierno cubano sin su principal caballo de batalla internacional y ante el propio pueblo cubano: la amenaza y las presiones imperialistas de EE UU, que siempre han servido de justificación para sus políticas antidemocráticas y represivas.
La Administración Trump no ha hecho nada en relación con el Gobierno cubano aparte de aisladas declaraciones, sin ninguna vinculación política práctica, mientras que el proceso de normalización de relaciones sigue avanzando
La Administración Trump no ha hecho nada en relación con el Gobierno cubano aparte de aisladas declaraciones, sin ninguna vinculación política práctica, mientras que el proceso de normalización de relaciones sigue avanzando, "sin pausa pero sin prisa", junto a intercambios de diverso tipo.
La ausencia clara de un "enemigo externo responsable de todas las desgracias del pueblo cubano", pondría la pelota en la cancha raulista, donde cada día es más fácil identificar el bloqueo interno del Gobierno al desarrollo de la iniciativa personal o colectiva, como la verdadera y principal causa del desastre del llamado "socialismo cubano", que no es socialismo ni es cubano, pues viola las esencias de las teorías socialistas y vino importado de la antigua Unión Soviética, que terminó por cambiarlo por un capitalismo autoritario.
La eventual ausencia de las "presiones imperialistas" -y esto es algo en lo que siempre hemos hecho énfasis desde las posiciones disidentes del socialismo democrático- posibilitaría que se desarrollen más plenamente las contradicciones internas del modelo, que son las que en definitiva lo harán implosionar y obligar a cambios sustanciales que, en su desarrollo, abrirían los cauces de la democratización de la política y la economía y el bienestar general del pueblo cubano.