Un carnaval por la revolución sandinista

Las celebraciones por el derrocamiento de Somoza han abandonado el tono severo y militar para convertirse en una estrambótica fiesta

Los "arbolatas" como telón de fondo de las celebraciones por el aniversario de la revolución sandinista. (TV Nicaragua)
Los "arbolatas" como telón de fondo de las celebraciones por el aniversario de la revolución sandinista. (TV Nicaragua)
Julio Blanco C.

20 de julio 2015 - 10:19

Managua/Nicaragua ha acogido este domingo los actos con que el Frente Sandinista de Liberación Nacional ha festejado el 36 aniversario de la revolución en la Plaza de la Fe Juan Pablo II. El presidente Daniel Ortega, encabezó los actos arropado por el vicepresidente cubano Miguel Díaz-Canel, y los expresidentes de Paraguay, Fernando Lugo, Guatemala, Vinicio Cerezo, y Honduras, Manuel Zelaya.

Nadie aquí sabe, en realidad, en qué momento aquellas celebraciones graves, de tono severo y militar, heredadas de la revolución cubana, se convirtieron en este estrambótico carnaval que es ahora el aniversario de la revolución sandinista.

Mucho ha tenido que ver la considerable cuota de poder que ejerce la primera dama. Entre el pueblo, es harto conocida su afición por lo oculto y las artes esotéricas. De hecho, mucha gente se refiere a ella como la chamuca (la diabla).

Una de las tantas cosas raras que Rosa Murillo viene haciendo desde hace un par de años es colocar por toda Managua unos inmensos armatostes que ella llama árboles de la vida –rápidamente fueron bautizados por la gente como arbolatas–y que están inspirados en las pinturas del artista australiano Timothy Parish.

Es verdaderamente inaudito tal derroche de recursos en un país como el nuestro que está a la cola del progreso gracias precisamente a ellos, que destruyeron la economía la primera vez que gobernaron. Cada arbolata tiene un costo de 20.000 dólares a los que se suma el descomunal gasto de electricidad, ya que forman parte del alumbrado público.

Todo es bizarro en esta celebración, desde las pantallas gigantes a lo largo de la avenida Bolívar hasta una inmensa fuente luminosa detrás del escenario; las canciones populares de cumbia intercaladas con música de Andrea Bocelli y el Himno de la Alegría, pasando, por supuesto, por la música de protesta de toda la vida, tanto nacional como extranjera, particularmente la sempiterna canción chilena El pueblo unido jamás será vencido.

Nótese también la presencia psicodélica de Quetzalcóatl (la serpiente emplumada), divinidad prehispánica de Mesoamérica, en medio de las arbolatas del escenario principal y también en la base del monumento a Hugo Chávez.

El culto a la personalidad, como en todos los regímenes de esta cuerda, ha alcanzado el paroxismo. La pareja presidencial no acepta que nadie le haga sombra, por eso junto a ellos no hay ni un solo funcionario del Gobierno ni diplomático acreditado en el país, a excepción de algunos invitados especiales, en este caso Díaz Canel o el venezolano Jorge Arreaza y su mujer. En algún momento, como cada año, un sacerdote da su bendición a semejante aquelarre.

Además, es notoria la presencia de algunos sacerdotes en esta otra tarima, incluido uno de los dos cardenales que hay en el país, esto a pesar de que la gran mayoría de los miembros de la conferencia episcopal son acérrimos enemigos del régimen y lo manifiestan abiertamente. Es el caso del obispo auxiliar de Managua, Silvio Baez Sacasa, y del obispo de Estelí, Abelardo Mata.

Detrás de Ortega están sus hijos y, a veces, también sus nietos, pero este año solo estaba Camila, una de las menores. El resto del espectáculo lo conforman cientos de jóvenes pertenecientes a la juventud sandinista, fuerza de choque siempre uniformada y utilizada muchas veces para realizar contramarchas y apalear a los opositores cada vez que se animan a salir a la calle. Son nuestra particular versión de los camisas pardas.

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