El comienzo del fin del castrismo

Carteles antiimperialistas
Banderas negras, frente a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos de América en La Habana
José Gabriel Barrenechea

20 de diciembre 2014 - 06:15

La Habana/Los cubanos seguimos tan impresionables como siempre. Así, en la Isla, las masas solo han parecido ver la liberación de los tres espías que aún permanecían en cárceles norteamericanas y nada más. Muchos opositores y exiliados, por su parte, solo parecen ver esa parcialidad de las grandes mayorías dentro de Cuba. En consecuencia, de inmediato dan por sentado que la decisión de Obama solamente servirá para fortalecer al régimen castrista.

¿Qué quedará dentro de tres meses de todo este melodrama que los medios oficiales han armado alrededor de los tres espías? Nada, porque entre otras cosas se ha revelado que desgraciadamente los "muchachones", que algunos pensaron que pudieran convertirse en parte de la élite que sustituya a los históricos, no tienen ni expresividad, ni don de gentes. Carecen de carisma hasta tal punto que el incoloro Miguel Díaz-Canel nos da la impresión de ser todo un político junto a ellos.

Por otra parte, tampoco hay que sobrestimar la reacción de las masas. No hubo más que una apática alegría tras el discurso del General Presidente. Ni una conga espontánea, ni manifestaciones a la manera de aquellas de años anteriores cuando se nacionalizaban monopolios norteamericanos. Solo algunos actos aislados cuyos protagonistas nunca han llegado al centenar de funcionarios públicos, miembros del partido o la juventud comunista, o los consabidos chivatos que sabemos inundan los lugares donde tiende a aglomerarse la población. Yo, personalmente, me encontraba a esas horas en el Parque Vidal de Santa Clara. Noté hasta desinterés y solo preocupación en la cara de algunos jóvenes que me escuchaban pronosticar que a la Ley de Ajuste Cubano le quedaba poco.

Dentro de tres meses sí subsistirá el hecho de que se han restablecido las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, habrá una embajada en regla y, más que nada, todas las medidas presidenciales para propiciar el flujo de personas, finanzas, mercancías e información. El nacional-castrismo es un régimen de la confrontación, de lo esterilizadamente segregado. Solo tiene por delante tres opciones: cambiar el mundo, aislarse de él, o desaparecer inexorablemente. Su fin serán:

1-Los cientos de miles de turistas norteamericanos que no podrán asimilar los hoteles de los militarotes y que, a diferencia de canadienses o europeos, no tienen pelos en la lengua ni tampoco admiten restricciones a sus libertades básicas de movimiento o reunión.

2-El dinero que lloverá, ya no hacia los disidentes sino hacia un sector más efectivo en la democratización: los miles de empresarios pequeños y minúsculos que se sumarán por la izquierda o por la derecha y que, a la larga, no pueden más que chocar con el raulato.

3-El imparable chorro de información que arrastrará hacia la oposición a un elemento mucho menos sospechoso de otros intereses espurios, y a la vez más culto y flexible, ideal para los tiempos que se avecinan en que más que héroes de la resistencia se necesitarán políticos.

4-El casi seguro abandono de la Ley de Ajuste Cubano, que privará al régimen de la conveniente válvula de escape para hacer caer la presión interna en los momentos difíciles del traspaso de poderes de Raúl al incoloro que escoja para sustituirlo.

La larga noche del castrismo ha llegado a su fin. Es por ello que Fidel Castro guarda o lo hacen guardar silencio

5-El fortalecimiento moral de la Iglesia por haber jugado un papel clave en este proceso, en la persona del Papa Francisco, que ojalá no tarde en visitar Cuba. Una institución que ha sido vertical ante la dictadura, aún cuando algunos que no siempre lo han sido no crean conveniente admitirlo.

Aunque casi nadie quiera o pueda verlo en medio de la vorágine actual, la larga noche del castrismo ha llegado a su fin. Es por ello que Fidel Castro, a quien los detalles no engañan y sí ve lo esencial, guarda o lo hacen guardar silencio. Como en abril de 1898 o en marzo de 1958, los norteamericanos han vuelto a hacer lo que correspondía. Algo que, por desgracia, no han hecho casi nunca, empeñados en políticas exteriores prepotentes o aldeanas. Quizás gracias a este gesto nuestros dos pueblos, separados por apenas 90 millas, por fin comiencen a tratarse ya no como hermanos adolescentes, repletos de celos y pequeños resentimientos familiares. Y hablo ahora de un tiempo más allá del castrismo en retirada, cuando Cuba pueda unirse como uno más en las batallas que se le avizoran a nuestra civilización, occidental.

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