Para los cubanos, las elecciones en EE UU son mucho más que una boleta en la urna

Las consecuencias de volver a la política de Obama significaría que La Habana recibiría una infusión de dólares que apuntalaría a la tiranía en el poder

Seguidores del presidente de Estados Unidos durante el evento "Latinos por Trump", en Doral, Florida. (EFE/Cristóbal Herrera)
Seguidores del presidente de Estados Unidos durante el evento "Latinos por Trump", en Doral, Florida. (EFE/Cristóbal Herrera)
Frank Calzón

08 de octubre 2020 - 19:18

Miami/Para los cubanoamericanos, las elecciones son mucho más que el simple depósito de una boleta en las urnas.

La popularidad de los debates se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el país, aún más fraccionado que hoy, estaba dividido entre abolicionistas y esclavistas.

Para el vicepresidente Pence, exgobernador del estado de Indiana, y Harris, actual senadora por California que fue fiscal general de ese estado, el debate de anoche tuvo cuatro prioridades: en primer lugar, explicar qué se puede esperar de una nueva administración de Trump, o de Biden de ser electo; segundo, movilizar a sus partidarios; tercero, convencer a aquellos votantes aún indecisos; y cuarto, demostrar sobretodo su capacidad para asumir inmediatamente, si fuera necesario, las responsabilidades de la presidencia.

Esto último no es una cuestión académica; no hay que remontarse a los días del asesinato de Abraham Lincoln para entender la importancia de los vicepresidentes que sustituyeron a William McKinley, a Franklin Roosevelt, a John Kennedy y a Richard Nixon en la presidencia de la nación. En el caso actual, hay que agregar las edades de Joe Biden y Donald Trump -78 y 74, respectivamente- y lo difícil de predecir, a pesar de las medicinas más avanzadas, problemas de salud que desconocemos hasta la fecha.

Ni en este ni en el primero, entre Donald Trump y Joe Biden, donde las interrupciones fueron constantes, se mencionó América Latina

A 27 días de las elecciones presidenciales, millones de norteamericanos presenciaron el debate entre los candidatos a la vicepresidencia: la senadora demócrata por California, Kamala Harris, y el vicepresidente de Estados Unidos, Michael Pence. Fue el segundo de tres debates. No obstante, ni en este ni en el primero entre Donald Trump y Joe Biden, donde las interrupciones fueron constantes, se mencionó América Latina. Ni una palabra sobre la crisis que sufren Nicaragua, Cuba y Venezuela.

El próximo y último debate está previsto en Miami, pero podría ser anulado a raíz de su desacuerdo entre los dos candidatos sobre el formato, virtual o presencial. En esa ciudad acaba de esta Joe Biden para recabar el apoyo de haitianos, venezolanos y cubanos. Trump y Pence se han reunido con ellos durante los últimos cuatro años. Harris, aunque popular con el ala izquierda de su partido, es poco conocida en Florida.

¿Y qué del retorno a la política de Barack Obama con respecto a Cuba que ha prometido Biden? Lamentablemente, las consecuencias de dicho vuelco significaría que La Habana recibiría una infusión de dólares que apuntalaría a la tiranía en el poder, no tendría que excarcelar a los campesinos presos por vender sus productos y obviaría la necesidad de levantar el bloqueo interno, que de hacerse, liberaría la capacidad productiva de los cubanos. Biden no reconoce la falacia de achacar el hambre en la Isla al embargo comercial de Washington, cuando en realidad gran parte del pollo y otros productos que consumen los cubanos son comprados congelados al supuesto vecino imperialista.

Por el contrario, a Trump y a sus asesores les gustaría que Cuba se recuperara económicamente bajo un gobierno electo por los cubanos que brindara oportunidades para todos y pleno respeto a los derechos humanos. Trump quisiera una Cuba próspera, libre del bloqueo económico interno que ha sufrido por 60 años, que produjera la inmensa mayoría de sus alimentos. Aunque ello signifique que no importaría pollos de Louisiana, sería un comprador importante con capacidad de pagar a sus acreedores y un destino no despreciable para la tecnología, maquinaria y otros productos manufacturados norteamericanos, además de trigo, manzanas y otras cosas que, debido a su clima tropical, no se producen en la Isla.

Esa nueva Cuba disfrutaría de importantes ventajas: su proximidad al mercado más grande del mundo; una comunidad cubana a menos de 150 kilómetros, ducha en el sistema político y económico de la nación vecina y un clima especialmente atrayente para millones de americanos en los meses de invierno. Además, sería muy viable la exportación de verduras y frutas a EE UU, listos para consumo varias semanas antes de los que se producen en Florida.

Para muchos, y no solo para los cubanoamericanos, regresar a la política de Obama sería regresar a las promesas incumplidas y a la desacreditada política de abrazar a dictadores latinoamericanos

No solo se elegirá este noviembre al presidente y vicepresidente del país. También en estas elecciones se elegirán 435 congresistas a la Cámara de Representantes por un período de dos años, y un tercio de los senadores de los cien con que cuenta la cámara alta. Las elecciones nunca se han suspendido, ni siquiera durante la Guerra Civil, ni durante las dos guerras mundiales. Los estadounidenses también acudirán a las urnas para elegir los gobernadores y las legislaturas de los estados, alcaldes y concejales en todo el país, y funcionarios de un sinnúmero de otros organismos como las juntas escolares que controlan la educación primaria y secundaria.

Los miles de cubanoamericanos, a los que se califica de ser republicanos en su mayoría, serán indispensables para una victoria de Trump en Florida. Mas el apoyo cubano al Partido Republicano no siempre fue así. Los que arguyen que los cubanoamericanos automáticamente son republicanos desconocen la historia. Muchos votaron por Barack Obama cuando les prometió no cambiar la política hacia Cuba hasta que se liberasen los presos políticos y ocurrieran cambios importantes en la Isla.

No se puede entender el apoyo de los cubanosamericanos a Trump sin tener en cuenta que el Partido Demócrata ya no es el partido de políticos anticastristas que admiraban los cubanos exiliados, como los demócratas congresistas de Florida Dante Fascell y Claude Pepper o los senadores Richard Stone de Florida, Daniel Patrick Moynihan de Nueva York, Sam Nun de Georgia, Joseph Lieberman de Connecticut y Scoop Jackson del estado de Washington.

Los cubanos en Florida saben que ninguno de esos demócratas fue de luna de miel a Moscú, ni fue huésped de Fidel Castro, ni apologista de los falsos logros de la revolución, ni ignoró, como los asesores de Biden, la tragedia de un pueblo delante de sus narices. En Miami no han olvidado que fue Raúl Castro el general-anfitrión de la familia Obama durante la histórica visita a la Isla, quien ordenó el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en espacio aéreo internacional, el que sigue siendo el líder indiscutible del país como jefe de sus Fuerzas Armadas y secretario general del todopoderoso Partido Comunista y el que condecoró a los pilotos de los aviones de guerra que asesinaron a los cuatro mártires en aquel día aciago.

Para muchos, y no solo para los cubanoamericanos, regresar a la política de Obama sería regresar a las promesas incumplidas y a la desacreditada política de abrazar a dictadores latinoamericanos y permitir que el lucro de las grandes compañías norteamericanas tengan prioridad sobre las aspiraciones de los cubanos, la estabilidad de la región y el interés nacional de Estados Unidos.

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