El enfoque equívoco que entorpece el diálogo

El Gobierno persiste en calificar de enemigo y contrarrevolucionario a quien cuestione sus políticas y decisiones

Fidel Castro entrando a La Habana el 8 de enero de 1959
Ya desde 1959, el grupo rebelde que capitalizó el triunfo de la Revolución empezó a cuestionar a quienes discutían sus decisiones. (Archivo histórico)
Pedro Campos

23 de febrero 2016 - 10:09

La Habana/Desde los primeros meses de 1959, el grupo rebelde que capitalizó el triunfo democrático revolucionario contra la dictadura de Batista empezó a calificar de contrarrevolucionarios a todos aquellos que cuestionaran sus decretos, políticas y decisiones, sin diferenciar siquiera a quienes lo hacían sanamente a través del diálogo, incluso desde sus propias filas, de los que se le enfrentaban abiertamente por medio de la violencia.

Fue la lucha por la restauración de la institucionalidad democrática la que entonces unió al pueblo cubano. El detonante de la división de la gran coalición anti-batistiana fue el interés de los líderes rebeldes en priorizar transformaciones sociales y económicas y postergar indefinidamente la celebración de elecciones y el establecimiento de un Gobierno elegido democráticamentey basado en la Constitución de 1940.

Ese desdén por la democracia, el menosprecio a los intereses ajenos y al pensamiento diferente, así como el ánimo de encauzar el torrente revolucionario del pueblo según los estrechos intereses de ese núcleo rebelde, motivaron los primeros y posteriores enfrentamientos y generaron la oposición diversa y la "contrarrevolución" que abarcaría a todo el espectro político-económico y social que ellos consideraban una amenaza para su poder.

A lo largo de todos los años posteriores, se mantuvo ese enfoque equívoco de meter en un mismo saco, en el embalaje "contrarrevolucionario", a todos los que discreparan o no apoyaran alguna medida "revolucionaria"

A lo largo de todos los años posteriores, se mantuvo ese enfoque equívoco de meter en un mismo saco, en el embalaje "contrarrevolucionario", a todos los que discreparan o no apoyaran alguna medida "revolucionaria", hasta los que decidieran enfrentarla en forma violenta.

Ahora en Cuba, en 2016, el general y presidente Raúl Castro, hermano del líder histórico, recibirá próximamente al presidente de EE UU, "el centro del imperialismo mundial, cuna de la contrarrevolución, el enemigo histórico que ha tratado por todas las vías posibles de destruir la Revolución cubana". Pero internamente su Gobierno no acepta siquiera reconocer que existe una amplia vertiente socialista democrática no gubernamental que desde el diálogo, no del enfrentamiento, ha hecho todo lo posible por dar a conocer sus posiciones constructivas a la dirección del partido-Estado-Gobierno, al pueblo, a la opinión pública internacional y a la misma oposición histórica.

Muchos hemos recibido tratamiento de contrarrevolucionarios, de enemigos y, si bien han dejado algunos espacios donde podemos participar, como la revista Temas, las reuniones de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la Fundación Juan Marinello y otros, nos han aplicado formas encubiertas y sofisticadas de represión, tratando de entorpecer nuestro mensaje y mantenernos lo más alejados posible de la toma de decisiones, la principal retranca a los avances en el país la constituye la burocracia que, como la hiedra a la pared, se aferra al poder y se lo niega al pueblo y a los trabajadores.

Pero no por eso podemos caer en provocaciones y abandonar nuestra vocación democrática de diálogo y pasar al enfrentamiento y la violencia.

Debemos confiar y trabajar porque la influencia mayoritaria del pueblo, que no quiere más violencia, sino democracia y participación, lleve al Gobierno a asumir un proceso de diálogo y negociación interna, como hace con "el enemigo histórico", "el imperialismo francés" y otros imperialismos menos reconocidos, que permita abrir los cauces a la democratización de la política y la economía del país.

Es hora de entender que no es lo mismo discrepar, diferir, dialogar y tratar de buscar un entendimiento, que oponerse al diálogo y asumir el enfrentamiento abierto

Como socialista democrático deploro la violencia, el terrorismo, el revanchismo y el pase de cuentas y una vez más llamo al Gobierno-partido-Estado al cese de la represión del pensamiento y el activismo político diferentes de carácter pacífico y a enrolarse en un proceso de democratización que lleve a la conciliación de la sociedad cubana.

Es hora de entender que no es lo mismo discrepar, diferir, dialogar y tratar de buscar un entendimiento, que oponerse al diálogo y asumir el enfrentamiento abierto. No es lo mismo respaldar el bloqueo-embargo y las políticas de presiones externas que respaldar las políticas internacionales de diálogo y acercamiento.

Algunos socialistas democráticos nos hemos reunido con personas de la oposición en busca de consenso para un diálogo nacional inclusivo y para abrir caminos a ese proceso de democratización que anhelamos, pero nunca hemos apoyado el enfrentamiento abierto, la violencia ni su provocación, como tampoco han hecho otros opositores pacíficos.

Es momento de que el Gobierno cubano cambie ese enfoque equivocado de considerar "contrarrevolucionario" a todo el que no comparta sus métodos y concepciones, lo cual entorpece el diálogo nacional necesario, y de asumir internamente los mismos procedimientos de encuentro y paz que sostiene en su política exterior.

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