Naufragios
Un episodio exótico
Naufragios
Salamanca/Me dejo caer en Alba de Tormes como si fuera un detective. El pueblo es feo e incompleto. Las pelusas de polen blanco flotan en el aire, se me pegan a la camisa y me hacen estornudar. Alba queda a media hora en guagua de Salamanca y se puede viajar allí con relativa facilidad. El camino está repleto de chalés muy bonitos, con chimenea y piscina, pero no dejo de sentirme extraño.
Como un par de tetas maltrechas, los Arapiles surgen de pronto en el horizonte. Me acuerdo de Wellington y de la batalla contra los franceses en 1812. Me acuerdo de mi infancia, cuando todo esto –Salamanca, las guerras napoleónicas, los chalés con chimeneas– no era más que una postal, ficción. Desde la guagua veo un territorio que está entre la memoria, el deseo y la vida, y esa sensación de mareo metafísico me hace querer que Alba aparezca ya.
Y aparece. El torreón de los duques en una loma –una eminencia–, la basílica inacabada, los monasterios, casitas y bares. A lo lejos hay una ermita que dibujaré cuando pueda y campanarios atestados de cigüeñas. Las cigüeñas parecen ser las únicas que quieren quedarse en Alba y no las culpo. Se pasan el día construyendo nidos bajo las campanas, y me imagino que deben tener una gran resistencia acústica.
Por supuesto, vengo a ver el cadáver de Santa Teresa. Como el espejismo de los chalés y los soldaditos británicos, la Santa forma parte de mi remota educación sentimental. Me crié entre monjas y frailes, torres de iglesia –sin cigüeñas, con murciélagos y gorriones– y versos aprendidos de memoria. Ir a Alba o Ávila o Compostela, ya con muy poca fe en lo que voy a ver pero siempre hipnotizando por su misterio, es una cuestión de honor infantil.
Santa Teresa. Mujer fuerte, temperamento de hierro, pies de plomo. Recorrió España fundando conventos y entrando en caja a numerosos equivocados
Santa Teresa. Mujer fuerte, temperamento de hierro, pies de plomo. Recorrió España fundando conventos y entrando en caja a numerosos equivocados –con ella, con la religión, con todo–, y escribió bastante. Su poesía es austera e ingeniosa (“muero porque no muero”), fue quijotesca antes de que hubiera Quijote, y de niña quería partir a la cruzada y la aventura. Murió en 1585 en Alba, que entonces era un pueblo prometedor.
Ahora, sin embargo, la guagua me suelta en el far west salmantino, los tipos del bar me miran atravesado y las calles están vacías. Solo en el centro habrá un poco de vida, calculo. La primera vez que estuve en Alba resultó todavía peor. Iba mal abrigado, no había dónde tomar café con leche y la gente –si eso es posible– era más huraña. Acabé devorando un hornazo, la tradicional empanada de esta zona, a ver si entraba en calor. Pero ahora es primavera y las pelusas lo invaden todo, como la nieve del Eternauta, una contaminación alegre y pulmonar, achús, salud.
No es normal que el cadáver de Santa Teresa esté a la vista. Desde 1914 no lo sacaban para ver si todavía está incorrupto –si un cuerpo permanece incorrupto se supone que el santo es de verdad un santo–, y suele yacer en un pequeño ataúd que está dentro de una tumba barroca que está dentro de una capilla donde no cabe una figura más. Lezama le dedicó a la Santa un extraño poema del que ahora me acuerdo al ver la tumba vacía, con un verso bonito: “Solo el fuego libera si se encierra”. Pero el fuego no está encerrado sino en medio de la iglesita de las monjas carmelitas, en una urna de cristal.
Hago cola y por fin logro verla. Las vestiduras son nuevas –especialistas del Vaticano efectuaron el cambio de casaca– y el cuerpo muy pequeño. No parece humano, de hecho. La cara de la monja es huesuda y amarilla, como si estuviera apretando mucho los ojos por la coriza, como yo. La línea de la mandíbula es fina. Luce como un jamón bien conservado. Su color es el del jamón que cuelga en cualquier bodega castellana. El jamón más antiguo de España.
En la cola hay de todo. Solemnes damas, curas aficionados al selfi, pepillos que se persignan y pepillas con media nalga afuera, adolescentes que se expresan en la incomprensible parla española actual, joder, la mismísima Santa de la catequesis, cállate y respeta gilipollas, morbosos, curiosos, penitentes, santos y yo.
El bracito momificado y el corazón de la Santa están en otra parte de la iglesia. A la pobre la han desmembrado varias veces, siempre por pura devoción
El bracito momificado y el corazón de la Santa están en otra parte de la iglesia. A la pobre la han desmembrado varias veces, siempre por pura devoción. La amenaza de descuartizamiento o robo del cuerpo ha provocado que los de Alba se alcen en armas más de una vez. Nadie les podría quitar el cuerpo, la reliquia que justifica la existencia de un pueblo terrorífico donde todas las casas están en venta. Por fin está todo o casi todo aquí. Si llegara de pronto el Juicio Final, Teresa podría ensamblarse una vez más, como Voltus 5.
Esto es España, pienso. Esto es el barroco, el neobarroco, la mística, Cervantes, el Concilio de Trento, la Contrarreforma y el infierno de todos tan temido. De aquí salieron Lezama, Carpentier y Sarduy. Si la Santa hubiera estado hecha polvo el drama sería comparable al paso de Napoleón o a 1898. Sarduy escribió también un poemita a la Santa, pero ese no me lo sabía de memoria y tuve que recurrir al libro para copiarlo: “Dios te perdone, Juan de la Miseria, / que la pintaste legañosa y fea / y perdone también a quien la vea / bajo este ruin disfraz de la materia”. Si tú supieras dónde estoy, Severo.
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