La globalización comienza por casa y es inútil tratar de impedirla

Sería muy positivo que Trump admita la conveniencia de la OTAN, de la Unión Europea, y de todos los instrumentos globalizadores que le han permitido a Estados Unidos prosperar

El presidente de EE UU, Donald Trump, en una imagen de archivo. (Twitter)
"Es una lástima que Trump no tome en cuenta los consejos de Milton Friedman", asegura Carlos A. Montaner. (Twitter)
Carlos Alberto Montaner

24 de junio 2018 - 16:14

Miami/Donald Trump rectificó. Magnífico. Fue tal la creciente avalancha de rechazo a su política de separar a los niños de sus padres cuando cruzaban irregularmente las fronteras, que se vio obligado a emitir un decreto presidencial permitiéndoles permanecer unidos. Eso demuestra que al menos tiene vestigios de sensatez o de oportunismo. (Da igual, lo importante es que es menos terco de lo que parecía).

Tal vez es el momento de pedirle que deje de hostigar a líderes aliados, como Ángela Merkel, una conservadora alemana que trata compasivamente a los inmigrantes. Acaso acepte, humildemente, que estaba mal informado cuando decía que el crimen había aumentado en ese país por culpa de los inmigrantes. No es cierto: está en su nivel más bajo de las últimas décadas.

Sería muy positivo que admita la conveniencia de la OTAN, de la Unión Europea, y de todos los instrumentos globalizadores que le han permitido a Estados Unidos prosperar y ejercer como cabeza del llamado Mundo Libre durante varias décadas, porque esa vasta alianza le ha traído al planeta una era de sosiego y paz (relativa) desconocida en el pasado, aunque no haya sido gratis.

Espero que ahora rectifique con relación a los dreamers. Debe hacerlo. Al menos debe escuchar los consejos de los propios congresistas republicanos, como Carlos Curbelo, Mario Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen. Es un crimen no legalizar la estancia en Estados Unidos de esos más de ochocientos mil jóvenes, ciudadanos norteamericanos sociológicos, traídos por sus padres cuando eran niños. Muchos de ellos ni siquiera hablan otro idioma que el inglés.

También es una magnífica oportunidad de detener la guerra de aranceles antes de que esa batalla injusta e inútil nos empobrezca a todos. Los aranceles al acero y al aluminio ya han encarecido las futuras casas nuevas entre un 8 y un 10% por las repercusiones que tienen esos absurdos gravámenes en toda la cadena productiva, y la guerra no ha hecho más que comenzar.

Trump es un nacionalista blanco obsesionado por el temor a que los extranjeros cambien los signos de identidad de la sociedad estadounidense

Y quedan, claro, los derechos del consumidor. Si a un comprador norteamericano le da la gana de adquirir un Mercedes Benz o un Audi en vez de un Cadillac, la Casa Blanca no debe penalizarlo por tomar esa libérrima decisión. Con los dólares también se vota. El mercado no debe ser castigado de una manera tan brutal. El mercado es otra expresión de la libertad individual.

A mediados del siglo XIX Gran Bretaña eliminó unilateralmente todos los aranceles y se enriqueció mucho más que sus vecinos. Es una lástima que Trump no tome en cuenta los consejos de Milton Friedman, y que no entienda que la libertad de elegir es fundamental para abaratar los precios y fomentar la competencia.

Trump, lamentablemente, es un nacionalista blanco (que en Estados Unidos quiere decir, más o menos, de origen norte-europeo) obsesionado por el temor a que los extranjeros cambien los signos de identidad de la sociedad estadounidense.

Es el terror que esgrimían los antisemitas de siempre en casi toda Europa: primero, había que marginar a los judíos para que no contaminaran el cuerpo social. Los expulsaron de muchas naciones o los obligaron a vivir en guetos. Luego los nazis, cuando llegaron al poder en Alemania y Austria, decidieron matarlos.

En Estados Unidos en 1776 había cuatro millones de colonos blancos, más medio millón de esclavos. De ese dato del censo se ha pasado al abigarrado panorama actual. Si a Trump no lo cegara el racismo, si no pensara que los inmigrantes “infestan” al país, se daría cuenta de que el mestizaje cultural y étnico no sólo enriquece a Estados Unidos, sino que es el inevitable destino de una nación exitosa como ésta, que ya pasa de 320 millones de habitantes de todos los colores y orígenes.

Esa es la dirección en que marcha la civilización de una manera lenta, inexorable y espontánea hacia los polos de desarrollo del planeta. Los africanos, fundamentalmente, emigran hacia Europa. Los latinoamericanos, especialmente los procedentes de naciones fallidas, hacia Estados Unidos. No es inteligente segregarlos y escarnecerlos. La globalización conviene y comienza por casa.

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