Una herencia soviética, la 'neolengua' del poder en Cuba

Si uno revisa las declaraciones emitidas por el Gobierno en los últimos años, encontrará los "rechazos enérgicos" repetidos hasta el cansancio

El canciller cubano, Bruno Rodríguez, durante la conferencia de prensa a medios extranjeros tras las manifestaciones del 11J, en La Habana. (Captura)
El canciller cubano, Bruno Rodríguez, durante la conferencia de prensa a medios extranjeros tras las manifestaciones del 11J, en La Habana. (Captura)
Yunior García Aguilera

01 de febrero 2022 - 20:32

Madrid/Cada vez que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba ofrece una conferencia de prensa, los cubanos no sabemos si reír o llorar. Ya nos tienen acostumbrados a esas frases comunes que parecen sacadas de alguna plantilla. Si uno revisa, por ejemplo, las declaraciones emitidas por ese ministerio en los últimos años, encontrará los "rechazos enérgicos" repetidos hasta el cansancio. Tal vez se trate simplemente de pobreza de lenguaje o quizás se deba al abuso de alguna bebida energizante, pero lo cierto es que todo el tiempo se agarran de la misma expresión para reaccionar ante cualquier denuncia.

De más está decir que el cinismo del "compañero" Bruno no tiene parangón en la historia. Sus declaraciones tras el 11 de julio dejaban a todo el mundo con la boca abierta. El canciller negaba rotundamente que en Cuba había ocurrido un estallido social, desmentía cualquier forma de represión y juraba que ningún menor de edad se encontraba detenido... ¡Señor, que estábamos allí, que lo vimos con nuestros ojos, que quedó registrado en incontables videos! No sé si es peor lo que dice o la manera en que lo dice. Rodríguez Parrilla desespera al más flemático con esa dicción suya incapaz de fluir las palabras, como si hablara en staccato perenne.

Allí está la dictadura, sentada como una celestina en un sillón de la Comisión de la ONU que dice velar por el cumplimiento de esos mismos derechos

Para el régimen cubano, nadie en el planeta tiene autoridad moral suficiente para condenar las reiteradas violaciones de derechos humanos que se cometen en la Isla. Allí está la dictadura, sentada como una celestina en un sillón de la Comisión de la ONU que dice velar por el cumplimiento de esos mismos derechos. Y allí permanecerá abanicándose hasta el año próximo, mientras cientos de madres cubanas lloran por sus hijos injustamente presos, mientras tantos activistas son acosados y reprimidos por la policía política, mientras la gente arriesga su vida para escapar del país a cualquier precio. Y si alguien en el mundo se atreviera a señalar con el dedo índice a la tiranía, acudirán sin dudas a la técnica perfecta para salir de aprietos: el whataboutismo.

Esta táctica, de origen soviético, era utilizada por los delegados del Kremlin para reaccionar ante las críticas. Burlando toda ética, sus practicantes respondían ante cualquier acusación con la pregunta: ¿y qué pasa con...? (What about...?). Bastaba con citar algún ejemplo de una conducta similar en otro punto del planeta. De esta forma, reducían el impacto de las acusaciones, cuestionaban la legitimidad de quien hiciera la denuncia y escapaban momentáneamente del apuro. El whataboutismo era una especie de "camarón encantado" para escapar de callejones sin salida.

Burlando toda ética, sus practicantes respondían ante cualquier acusación con la pregunta: ¿y qué pasa con...?

Esta no ha sido, por supuesto, la única técnica que la diplomacia cubana ha copiado de sus maestros soviéticos. Todavía se recuerda en la Asamblea General de Naciones Unidas aquel suceso de 1960, conocido como "el incidente del zapato". Resulta que, mientras se discutía una declaración sobre países colonizados, el líder de la delegación filipina culpó a la URSS de ser también una potencia colonialista que se tragaba a otras repúblicas. Fue entonces cuando Nikita Jrushchov se quitó uno de sus zapatos y comenzó a golpear con rabia su mesa. 58 años después, un grupo de diplomáticos cubanos, fieles discípulos de esta "política de la chancleta", boicoteaban un evento en la ONU donde se hablaría de los presos políticos.

Allí participó, como pionera destacada, Anayansi Rodríguez. El Noticiero Estelar celebraba el desparpajo como si se tratara de un acto sublime, aunque medio mundo, avergonzado, se llevara las manos al rostro. Y debo aclarar que no tengo nada contra el reparterismo, pero para practicarlo con un mínimo de éxito se necesita un swing que no enseñan ni en la escuela del Partido "Ñico López", ni en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa. Luego del suceso, la representante estadounidense Kelley Currie declaraba a los medios: "Si los diplomáticos de este Gobierno se comportan así, ¿cómo se comportará la Policía?". Anayansi, por supuesto, fue recompensada más tarde con el cargo de viceministra. Y no sería una sorpresa si en unos meses sustituye al propio Bruno.

Pero es el whataboutismo la asignatura predilecta de los aspirantes a diplomáticos en Cuba. Ante la absoluta falta de argumentos para defender a un régimen decadente y abusivo, no queda otro remedio que señalar la paja en cualquier ojo. Ya nadie puede negar los crímenes que comete a diario la dictadura, pero... "¡qué más da! ¡En todas partes es igual!". Y mientras el mundo gira, la hipocresía, el cinismo y la indolencia se expanden como un cáncer en el cuerpo del civismo.

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