Iglesia católica
Quinielas y vanas conjeturas del cónclave
San Salvador/Con Mario Vargas Llosa (1936-2025) ha muerto el último gran exponente del llamado boom Latinoamericano, un extraordinario fenómeno creativo y editorial que, en puridad, debería denominarse boom de la novela hispanoamericana, pues todos sus integrantes fueron primordialmente novelistas y ninguno de ellos era oriundo de Brasil, Quebec o el Caribe francófono, ni escribieron sus obras en otra lengua que no fuera el castellano, si bien Julio Cortázar, nacido circunstancialmente en Bélgica, redactara en francés Les discours du Pince-Gueule (1966), traducido después como Los discursos del Pinchajeta.
Con la desaparición de Vargas Llosa, fallecido en la cumbre de una bien trabajada celebridad, llega a su fin el ciclo biológico de una pléyade de escritores que enriquecieron el mapa literario del mundo al tiempo que sus nombres pasaban del oscurantismo editorial a la difusión masiva, el estruendo publicitario, la rendición de la crítica, los premios y las giras internacionales. Los propios protagonistas, sin embargo, más de una vez confesaron sus personales escepticismos sobre el boom. A Cortázar le incomodaba semejante término onomatopéyico en inglés, Gabriel García Márquez apenas se refirió a él, y Carlos Fuentes, siendo el único que dedicó un libro al asunto, prefirió el título de La nueva novela hispanoamericana (1969). Todos ellos, eso sí, dejaron testimonio abundante de las implicaciones del fenómeno: ruptura con el lenguaje anterior, actualización vanguardista del binomio realidad-ficción y un claro compromiso político (no únicamente estético) con los cambios históricos que por entonces se producían en el subcontinente.
El peruano, de hecho, será el primero y el único que se desencantará clamorosamente de la revolución cubana con crítica abierta a las bases filosóficas y antropológicas del socialismo
En 1971, Vargas Llosa comentó: “Lo que se llama boom y que nadie sabe exactamente qué es —yo particularmente no lo sé— es un conjunto de escritores —tampoco se sabe exactamente quiénes, pues cada uno tiene su propia lista— que adquirieron de manera más o menos simultánea en el tiempo cierta difusión, cierto reconocimiento por parte del público y de la crítica. Esto puede llamarse, tal vez, un accidente histórico. Ahora bien, no se trató en ningún momento de un movimiento literario vinculado por un ideario estético, político o moral. Como tal, ese fenómeno ya pasó”.
El peruano, de hecho, será el primero y el único que se desencantará clamorosamente de la revolución cubana con crítica abierta a las bases filosóficas y antropológicas del socialismo, aspecto que le acarreará numerosos ataques de tipo ideológico y hasta personal. Su editor en Alfaguara, Juan Cruz, sostiene que “crear malentendidos en torno a Vargas Llosa ha sido siempre un deporte internacional”. Curiosamente, entre tan numerosos detractores es raro hallar alguno con capacidad teórica suficiente para refutarle en el campo de las ideas, bien sea porque las ignoran o prescriben de entrada, o porque les resulta árido contradecirle desde el conocimiento de los autores liberales que ello exige. (Ya abordaré este tema en otra columna).
El caso es que Mario Vargas Llosa llegó a ser, por encima del resto de sus colegas del boom, el escritor que mayor influencia ejercería como personalidad mediática, desde contertulio frecuente en programas de entrevistas hasta columnista internacional de prestigio, pasando por actor teatral, cronista deportivo, fracasado director cinematográfico, miembro de comisiones oficiales —como la que presidió en 1983 para investigar la masacre de periodistas de Uchuraccay, (Ayacucho)— e incluso jurado del certamen Miss Universo, en cuyo panel estuvo acompañado, en 1982, por el histrión Franco Nero y el ilusionista David Copperfield.
El caso es que Mario Vargas Llosa llegó a ser, por encima del resto de sus colegas del boom, el escritor que mayor influencia ejercería como personalidad mediática
La farándula persiguió al Nobel hasta sus últimos años de vida, cuando tomó la decisión, inesperada y otoñal, de compartir almohada con la socialité Isabel Preysler, estrella de las revistas españolas del corazón con dos divorcios a la espalda, madre de cinco hijos y viuda del ex ministro Miguel Boyer. Tras romperse esta extraña relación, en 2022, Vargas Llosa volvió bajo el mismo techo con su esposa Patricia, quien estaba a su lado al momento de morir el pasado 13 de abril en Lima.
El autor de La fiesta del Chivo, ya se sabe, también vivió y sufrió las asperezas no solo del activismo político sino de la política activa. En su juventud, siguiendo los postulados de Jean-Paul Sartre relativos al “compromiso”, adhirió en serio a la idea —“persuasiva y exaltante”, diría luego— de que el mundo podía ser radicalmente mejorado desde el humanismo empoderado y que la literatura tenía la obligación de contribuir a este proceso. En 1966 afirmó: “La razón de ser de la literatura es la protesta, la contradicción y la crítica. El escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté de acuerdo con la realidad en la que vive acometería esa empresa tan desatinada y ambiciosa: la invención de realidades verbales”. Pero tan temprano como 1967, en una Carta al vocero del Partido Comunista Peruano, alegará que si un escritor está “profundamente comprometido con su vocación, amará la literatura por encima de todas las cosas”.
“La razón de ser de la literatura es la protesta, la contradicción y la crítica”
Y aunque entre 1987 y 1990 Vargas Llosa trabajó a conciencia en una candidatura presidencial que acabó en frustrante derrota, hemos de recordar algo que había escrito en 1983 al publicar Contra viento y marea, su primera recopilación de artículos periodísticos: “La literatura, a fin de cuentas, importa más que la política, a la que todo escritor debería acercarse sólo para cerrarle el paso, recordarle su lugar y contrarrestar sus estropicios”.
En definitiva, como constructor imaginativo y perseverante de nuevas realidades, es decir, en tanto esencial y vitalmente escritor, Mario Vargas Llosa contribuyó como pocos a la expansión universal de Hispanoamérica, en una apuesta inequívoca por ese arte en que todo puede ser creado “a partir de las verdades y mentiras que constituyen la ambigua totalidad humana”.
También te puede interesar
Iglesia católica
Quinielas y vanas conjeturas del cónclave
Naufragios
Los conspiradores
CUBA Y LA NOCHE
¿Es Vietnam el único futuro para Cuba?
Lo último