Las muchas muertes de la revolución cubana

La mayor discusión no radica en saber si se trata de un fenómeno en movimiento, sino en ubicar el momento en que dejó de generar cambios para empezar a temer las transformaciones

El éxodo por el puerto de Mariel, en 1980, es uno de esos momentos en que muchos perdieron la ilusión en el proceso cubano. (Florida Memory)
El éxodo por el puerto de Mariel, en 1980, es uno de esos momentos en que muchos perdieron la ilusión en el proceso cubano. (Florida Memory)
Reinaldo Escobar

01 de enero 2020 - 17:20

La Habana/ Agency Orquidea - 1 x 1 Este 1 de enero el discurso oficial se llena de consignas para conmemorar el aniversario 61 de la revolución cubana. Los Gobiernos aliados envían felicitaciones a La Habana y los dirigentes del partido único alardean de sus supuestos logros en los últimos doce meses al frente del país, pero el proceso que celebran hace mucho tiempo dejó de merecer cualquier calificativo de renovador o rebelde.

Con las revoluciones ocurre muy a menudo que es fácil marcar el instante histórico en que comenzaron pero muy difícil definir su fecha de caducidad o cierre. Estos procesos envejecen mal y una vez agotado el combustible inicial que los movió, se anquilosan, se hacen rígidos, reaccionarios y también se vuelven más reacios a la crítica y la divergencia.

La revolución cubana ha muerto muchas veces y se ha traicionado a sí misma en incontables momentos

La revolución cubana ha muerto muchas veces y se ha traicionado a sí misma en incontables momentos. La mayor discusión no radica en saber si se trata de un fenómeno político y social todavía en movimiento, sino en ubicar el momento en que dejó de generar cambios para empezar a temer las transformaciones. Es definir el año que debe escribirse en la lápida.

Algunos, los críticos de más larga data ubican la muerte de la revolución en el mismo año 1959, cuando junto a las medidas revolucionarias y la euforia popular, se fue gestando también un poder personalísimo alrededor de la figura de Fidel Castro. El momento en que el proceso fue absorbido por el líder y todo aquel que se le opusiera podía ser tildado de contrarrevolucionario es una de esas marcas temporales que muchos señalan como el fin de la revolución.

Otros le dan unos años más de vida y apuntan que la muerte ocurrió en 1968, año de definiciones. La realización en ese momento de la Ofensiva Revolucionaria cerró un ciclo de confiscaciones y nacionalizaciones que dejó a la revolución cubana sin nada más que devorar o absorber en la economía de la Isla. La estatización se extendió por todo el entramado productivo del país y hasta los cajones de los limpiabotas fueron a parar a manos de un poderoso andamiaje estatal.

Ese mismo 1968, el posicionamiento de Fidel Castro a favor de la Unión Soviética ante la entrada de los tanques rusos en Praga, entonces Checoslovaquia, desmintió el discurso oficial del pequeño David contra Goliat, de la defensa de la soberanía nacional y de la independencia política. Castro aplaudió que la URSS irrumpiera en el pequeño país bajo el argumento de que no podía perderse un eslabón en el bloque socialista, pero con ese gesto defraudó a muchos de sus seguidores que vieron aquella postura como el entierro definitivo de la revolución cubana.

Castro aplaudió que la URSS irrumpiera en el pequeño país bajo el argumento de que no podía perderse un eslabón en el bloque socialista

Otra de las posibles fechas de defunción es el año 1980 con los sucesos de la Embajada del Perú y la salida masiva de decenas de miles de cubanos por el puerto de Mariel. La huída en masa del "paraíso socialista" fue una muestra de la inconformidad ciudadana con el proceso, una protesta social que no se saldó en las calles sino en el mar. La emigración de aquellos cubanos y toda la rabia del discurso oficial contra ellos, a los que llamaron escorias y gusanos, selló para muchos el fin de una revolución que no solo devoraba a sus propios hijos como Saturno, sino que estaba dispuesta a deshacerse de ellos empujándolos al exilio.

El Período Especial, con el sufrimiento que trajo a tantas familias cubanas la crisis económica y con la tozudez del poder de no implementar reformas económicas a tiempo ni permitir la menor brecha a la pluralidad política, confirmó que los vientos de cambio que habían soplado alguna vez sobre la Isla habían terminado por transformarse en un ambiente opresivo, controlado y en el que solo un hombre decidía el destino de millones de personas.

La dolarización de la economía a partir de 1993, con la apertura a la inversión extranjera y el permiso para abrir pequeños negocios privados, es otro de los momentos que algunos señalan como la muerte de una revolución que había desmontado en sus primeros años el sector privado de la economía, satanizado a los empresarios y señalado a Estados Unidos como el causante de buena parte de todos los males nacionales.

La crisis de los balseros de 1994 selló el entierro de las ilusiones de muchos que seguían creyendo en el proceso revolucionario

La crisis de los balseros de 1994 selló el entierro de las ilusiones de muchos que seguían creyendo en el proceso revolucionario. Las imágenes de miles de cubanos cruzando el estrecho de Florida sobre precarias embarcaciones, las despedidas familiares en las costas y el discurso oficial que seguía llamando a resistir y vencer, completaron aquel ritual funerario para una buena parte de los que habían creído en la posibilidad de un socialismo real.

La sucesión dinástica comenzada en julio de 2006 y concretada en febrero de 2008, a través de la cual Fidel Castro cedió el poder a su hermano Raúl Castro, confirmó, para los que habían tardado más en desengañarse, que no estaban ante un fenómeno político y mucho menos social, sino ante un poder familiar, un clan que giraba alrededor de un apellido y un grupo pequeño de septuagenarios y octogenarios dispuestos a mantener el control sobre el país a toda costa, aunque tuvieran que desdecirse de aquellos ideales que una vez pregonaron.

El lema de Raúl Castro durante más de una década ha sido "sin prisa pero sin pausa" y ha impulsado transformaciones y pasos "paulatinos", lo cual es una negación rotunda de cualquier espíritu revolucionario, el obituario evidente de cualquier vestigio que quedara de renovación y reforma.

La situación actual también tiene todos los matices de un larguísimo entierro. Temeroso de las novedades, el poder en Cuba se ha fosilizado hasta el punto de que rechaza buena parte de lo que podría llamarse la agenda progresista o los nuevos terrenos y temas donde la ciudadanía puede presionar para obtener cambios. Así, se muestra reacio a aceptar el debate social, penaliza duramente la discrepancia, rechaza y castiga cualquier intento de que la gente se organice a partir de una idea o una meta y a falta de resultados, vive de sus supuestas glorias pasadas, de efemérides, remotas fechas históricas y consignas vacías.

A sus 61 años cumplidos y a pesar de la incesante repetición de que se mantiene la continuidad, ya no se puede seguir llamando "revolución" al régimen político bajo el cual viven los cubanos. Por este motivo los académicos prefieren, desde hace tiempo, usar el término "castrismo", aunque en las calles el ingenio popular ha terminado por llamarlo "esta cosa" o simplemente "esto".

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