Ha muerto Alasdair MacIntyre, el último provocador moral
Opinión
Este pensador es uno de los mejores exponentes de la filosofía moral y política, en lengua inglesa, de todos los tiempos
San Salvador/El nombre de Alasdair MacIntyre todavía no tiene el protagonismo que merecería su imponente actividad intelectual, de ahí que su fallecimiento, el pasado 21 de mayo a los 96 años, haya pasado prácticamente inadvertido para el gran público. Lo interesante es que las ideas de este pensador de excepción –nacido en Glasgow, Escocia, en 1929– probablemente irán ganando peso con el correr de los años hasta convertirlo en eso que ya muchos le reconocieron hace décadas: ser uno de los mejores exponentes de la filosofía moral y política, en lengua inglesa, de todos los tiempos.
Formado en la Universidad de Manchester, tuvo como profesora a la carismática Dorothy Emmet (1904-2000), figura clave de los autodenominados “Filósofos de la Epifanía”, un grupo muy heterogéneo que durante la segunda mitad del siglo XX protagonizaron algunos de los más encendidos debates académicos sobre la relación entre ciencia y tradición religiosa.
Alasdair MacIntyre fue toda su vida lo que podría llamarse un catedrático “errante”. En calidad de profesor de Filosofía, Historia de las Ideas, Artes y Ciencias, Ética y Política, peregrinó por las aulas de Oxford, Yale, Vanderbilt, Notre Dame, Princeton, Essex, Leeds, Duke y Wellesley College, entre otras, residiendo a partir de 1971 en Estados Unidos pero sin dejar de visitar con frecuencia Gran Bretaña.
De su juventud marxista conservó MacIntyre una mirada crítica hacia la moral e individualismo modernos
De su juventud marxista conservó MacIntyre una mirada crítica hacia la moral e individualismo modernos, pero advirtiendo de que el materialismo cojeaba al pretender ofrecernos una jerarquía axiológica (de valores) despojada de una mirada trascendente del ser humano. Para él, la grosera reducción de la realidad a la sola materia vuelve imposible la justificación coherente de una vida ética.
Este asunto es fundamental en filosofía, porque uno de los grandes retos del ateísmo consiste en otorgar sentido al buen comportamiento humano a pesar de no tener ninguna “obligación” –religiosa o espiritual– para ello. En otras palabras, si las decisiones morales que tomamos vienen a ser, única y exclusivamente, productos derivados de nuestras meras funciones biológicas, ¿por qué habríamos de tener límites para actuar bajo el dictado de nuestros antojos? Si entre un vacío y otro –es decir, entre el nacimiento y la muerte de una persona– existe este singular paréntesis de espacio-tiempo al que llamamos vida, ¿por qué deberíamos tratar de vivir asemejándonos más a una madre Teresa de Calcuta, por ejemplo, que actuar como lo haría un Adolfo Hitler? ¿Acaso no da lo mismo, puesto que vamos a terminar en el mismo agujero negro de la absoluta inexistencia?
Este tipo de planteamientos obsesionaron a MacIntyre no solo como pensador sino también como ser humano. Su itinerario espiritual fue tan fascinante como lo fue su viaje intelectual. En la década de 1940 aspiró a ser pastor presbiteriano, para luego abrazar el anglicanismo y terminar declarándose incrédulo en los años sesenta. En esa época ganó celebridad su afirmación de que él era “ateo católico romano”, porque, a su juicio, “solo los católicos adoran a un Dios digno de ser negado”.
Finalmente en 1983, a los 55 años de edad, luego de largas y meditadas lecturas de Tomás de Aquino y Agustín de Hipona, decidió convertirse al catolicismo, con muchas dudas sobre si aquella mutación sería la última. Apenas dos años antes había publicado el libro que le consolidaría como un genial renovador de la ética aristotélica: Tras la virtud, obra intensa que señala el fracaso del pensamiento moral moderno por abandonar la teleología (los fines o causas últimas de las cosas) y pretender sustituirla por un abanico de preferencias, actitudes y sentimientos que no son sino puro “emotivismo” (término acuñado por él).
En 1983, a los 55 años, luego de largas y meditadas lecturas de Tomás de Aquino y Agustín de Hipona, decidió convertirse al catolicismo
En opinión de MacIntyre, el rechazo de las verdades objetivas y el vacío que impone la falta de razones para buscar acuerdos alrededor de valores universales destruyen toda posibilidad de obtener consensos mínimos para alcanzar la paz, pues ni la justicia ni la concordia pueden subsistir allí donde la subjetividad se convierte en la brújula moral de los individuos.
Como se puede adivinar, estas ideas constituyen un aldabonazo en términos políticos, pues justo en este terreno nuestros “representantes” parecen carecer de las virtudes que nosotros, los ciudadanos, consideramos indispensables. Comentando a MacIntyre, el politólogo Ted Clayton, de la Universidad Central de Michigan, dice: “Cuando los filósofos han hecho su trabajo correctamente, la filosofía que articulan refleja su sociedad; y debido a que los filósofos están excepcionalmente capacitados para ver la sociedad en su conjunto, estarán en una posición única para señalar inconsistencias, proponer nuevas ideas congruentes con las antiguas que, sin embargo, son mejoras de esas ideas, y mostrar por qué las cosas que parecen triviales son en realidad cruciales para la sociedad, y viceversa”.
No me cabe duda alguna de que Alasdair MacIntyre será uno de esos filósofos cruciales en el debate cultural, social y político que se avecina.